Los dias son más bonitos cuando estás junto a la persona que amas, es como la luz que entra cada día por tu ventana, como el canto de las aves, como si la vida te sonriera después de tantas decepciones, pero incluso en los días más soleados, aparecen las nubes que intentan opacar esa alegría a la que te quieres aferrar aun cuando sabes que no durará.
*****
La casa de Andrés era una propiedad de casi media hectárea construida, con paredes de ladrillos rojos pulidos, muebles de madera oscura y grandes ventanales que dejaban ver desde cualquier rincón la maravillosa vista a los viñedos.
En medio del salón se podía escuchar el sonido de un violín, que acompañado de las luces cálidas que desprendían las grandes lámparas colgadas en el techo hacia de todo ese recinto el más acogedor.
Él estaba sirviendo vino para ambos mientras yo intentaba no asustarme con todo lo que estaba sintiendo. Con ese sentimiento que parecía crecer día a día.
Lo vi caminar en mi dirección y contemplé con admiración lo guapo que era. Esa belleza masculina que debía robar miradas al pasar, porque era imposible ver a alguien como él y no mojarse las bragas.
Me mordí los labios cuando se detuvo frente a mí y me entregó una copa de vino. La tomé y bebí intentando no alimentar más su ego.
Miré a mi alrededor para disimular el efecto que tenía en mí y volví a admirar la magia que tenía ese lugar.
—¿Cómo te acostumbras a vivir en una ciudad tan ruidosa cuando has crecido en un lugar tan maravilloso? —pregunté.
—No lo haces...
—¿Cuántos años llevas viviendo fuera de aquí?
—20 —respondió— la mitad de mi vida la he pasado en San Francisco —me contó— pero siempre quiero volver, y cuando estoy aquí no quiero marcharme.
—Nadie querría marcharse —admití— esto es fabuloso...
La mujer que trabajaba en su casa regresó y sonrió al mirarme.
—La cena está lista... —anunció.
—Gracias Rose... —respondió Andrés.
Como si fuera un caballero, me ofreció su brazo y lo tomé. Juntos caminamos a través del salón, pasamos por el comedor y llegamos hasta la parte trasera de la casa.
Dos puertas grandes de madera oscura estaban abiertas, una cadena de luces recorría el arco de la entrada, grandes lámparas de bambú iluminaban el jardín en donde una mesa con mantel blanco y velas rojas nos esperaba.
Había copas anchas, platos amplios, servilletas rojas, y detrás de todo, una cascada de luces que brillaba sobre el cielo oscuro que nos acompañaba.
Lo miré sorprendida, encantada y él sonrió mientras seguía caminando hacia la mesa. Retiró la silla para mí y tomó un lugar a mi lado.
—Esto es hermoso —susurré.
—Hermosa eres tú, Anna —sonreí encantada— gracias por venir...
—Gracias por traerme —respondí inclinando mi copa hacia la suya— estoy enamorado de tu casa.
—Vaya, pensé que dirías que estabas enamorada de mí —se quejó.
Sonreí al sentir los latidos acelerados de mi corazón, ese que delataba con frecuencia a mis verdaderos sentimientos.
Junto a nosotros había un carrito con tres bandejas plateadas que Andrés abrió dejando a la vista unos cortes de carne humeantes.
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Medianoche
RomantikNunca quise una segunda oportunidad, no para el amor, no para un sentimiento que rompió mi corazón. Yo solo quería vivir, disfrutar de mi nueva libertad y follar, no importa con quién, de todos modos todo sería temporal, pero entonces apareció él...