8 Andrés.

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Hacía muchos años que solo disfrutaba del sexo dentro de un club, mucho tiempo buscando solo placer físico, a gran escala, pero sin sentir ese estremecido que Anabelle provocaba en mí.

Creo que tenía 16 años la primera y única vez que me sentí de ese modo. Ella había llegado de vacaciones al pueblo y todos estábamos interesados en ligarla, pero ella me eligió.

Recuerdo que quería presumirle lo que a mi corta edad había aprendido con otras, pero cuando nos besamos todo se fue a la mierda. Todo fue diferente y disfruté, sin prisa, de cada beso, de cada caricia.

Cuando me dijo que esa sería su primera vez dudé, sabía que no merecía ese privilegio, pero la deseaba y ella a mí, así que me permití disfrutarlo, y aunque no era mi primera vez, lo sentí así.

Nunca entendí por qué con ella fue diferente, no éramos novios, no nos amábamos y solo duró ese verano. Ella se marchó sin romper mi corazón y nunca más pensé en lo que vivimos hasta que Anna causó un efecto parecido en mí.

Estaba en problemas, lo sabía. Yo no era más un adolescente, tenía casi 43 años y supe desde aquella primera noche que Anabelle tenía eso que no sé definir, pero que era peligro para mí.

Quise ignorarlo, quise pensar que era mi ego herido alimentando el interés en ella, pero no fue así.

La segunda vez, frente a aquella piscina, ese beso fue tan abrumador, la forma como me sentí al probar sus labios con ella sabiendo que era yo, fue de otro nivel y me asustó, por eso la dejé ir, aun cuando quería pedirle que se quedara.

Solo tienes ganas de ella, solo debes quitarte esas ganas, me dije.

Pero pasó por cuarta vez, la tuve en mi cama toda la noche y follé con ella más veces de la que me permito con otras y aun así, no fue suficiente.

Llegado a ese punto no podía fingir que no me daba cuenta de lo que sucedía. Sabía que debía marcharme, debía poner distancia entre nosotros, pero me mentí diciéndome que unos días más calmarían todo.

Me negué a admitir que Anabelle en unos pocos días me había conquistado, porque aun cuando su carácter rebelde me desesperaba, ella tenía todo lo que yo buscaba en una mujer.

Era segura, atrevida, sexy, descarada, además la había visto trabajando y sabía que era responsable, inteligente, eficiente. Era todo lo que yo admiraba en una mujer... todo, pero había un problema, un gran problema, sabía que en su corazón aun había alguien más y que si me proponía conquistarla, correría el riesgo de volver a sufrir y no estaba dispuesto a pasar por algo así, otra vez.

*****

Tenía media hora mirando el computador frente a mí, pero no era capaz de concentrarme en los reportes que debía revisar. Mi mente con facilidad recordaba la noche que habíamos pasado y planeaba una estrategia para lograr que esa noche repitiera.

Miraba mi móvil una y otra vez, esperaba que llamara, que cumpliera su palabra y llamara, pero muy en el fondo sabía que no iba a pasar, que ella de nuevo iba a alejarse y yo debía aceptarlo.

Eran las nueve de la noche cuando tomé las llaves del auto que había rentado y salí de la suite. Ella no había llamado, ni siquiera había mandado un puto mensaje y eso, para alguien como yo era una ofensa.

Miré el marcador mientras piso a piso iba descendiendo hasta que se detuvo. Me alejé de donde estaba apoyado y pensé en llamar a un viejo amigo con el que solía irme de fiesta cuando estábamos en la ciudad.
Decidido a pasármela bien sin ella, tomé mi móvil y busqué su nombre en la agenda mientras escuchaba la puerta abrirse.

MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora