12. Palabras que llegan al alma

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Ya han pasado seis días desde el accidente de Jane.

Ella está mejor, de hecho no para de hablar y hasta echa sus chistes de doble sentido, eso quiere decir que está bien.

Yo no me he despegado de ella, he estado más en el hospital que en mi casa.

Mi madre explico a el instituto mis razones por faltar a la escuela y ellos entendieron y me dieron una semana, pero yo me niego a ingresar sin mi amiga.

—Jane, tienes que ir—me repite mi amiga por enésima vez mientras la peino.

—Esperare por tí—le reitero.

—No, no me recuperaré en dos días ¿Sabes? Debes ir para que me pongas al día cuando me reintegre.

Lo pienso y tiene razón, si no vamos ninguna de las dos sabremos nada y andaremos perdidas y además ella tiene justificativo médico de su accidente y yo no tengo excusa por faltar tantos días.

—Esta bien...iré mañana.
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Me despierta la alarma y me levanto apresurada pensando que debo ir al hospital pero mis ánimos bajan cuando recuerdo que hoy debo ir es al instituto.

Me baño, me arreglo un poco y me visto.

Mi ropa consiste en unos jeans algo anchos, rotos en la rodillas, una camisa de tirantes negras, un suéter verde y mis converse negras rosas desgastadas.

Hoy no hace tanto frío, la temperatura ha bajado un poco y agradezco no tener que colocarme tanta ropa que apenas y puedo caminar, siempre he odiado el frío.

—Buenos días mamá—saludo dándole un beso en la mejilla a mi madre.

—Buenos días hija—me mira—Pero que hermosa vas hoy.

—Gracias mamá, pero si voy como siempre.

—Siempre vas hermosa.

Me río negando con la cabeza, creo que la única que piensa eso es mi madre, y por eso, porque fue la que me trajo al mundo.

—¿Acabas de llegar?—pregunto sentándome en el taburete.

Está cocinando con su uniforme de enfermera aún.

—Si hija, ayer fue un día estresante y atareado.

—Me lo imagino.

—Su desayuno señorita—Dice colocando un plato de comida frente a mí.

—Gracias mamá, se ve delicioso.

—Con mucho amor, termina y nos vamos.

—No mamá, me iré en bici, no te preocupes por mi, ve a descansar, pareces un mapache con esas ojeras.

—No sé si ofenderme o darte las gracias—se ríe—¿Estás segura hija?

—Si madre, no te preocupes, ve.

—Te amo hija, ¿Lo sabes?—dice dándome un beso en la cabeza.

—Lo se, yo a ti.

Sube las escaleras y se va su habitación.

Yo termino de desayunar, salgo de la casa y empiezo mi camino hacia el instituto en bici.

Llego algo cansada y agitada.

Al entrar al salón veo a Ian sentado en su asiento concentrado en su teléfono y recuerdo lo indiferente que se comportó conmigo la última vez.

Aunque no es que merezca un trato especial, solo somos compañeros de clases.

La chica de los ojos violetas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora