33. Bipolaridad

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Llama mi madre desde afuera tocando la puerta.

Ian y yo nos levantamos de un tirón rompiendo todo momento amoroso entre ambos, y la calentura que te sentía en mí se ha ido completamente.

Mi respiración está agitada y no debo mirarme en un espejo para saber lo enrojecida que estoy.

—Un momento madre.

—Jane está abajo hija, te está esperando.

Mierda, es Jane.

—¿Por qué tan agitada señorita Myers?—pregunta Ian riéndose relajado mientras yo camino como loca por el cuarto intentando no verme tan desaliñada y roja.

—¿Y tú por qué tú tan relajado?—lo amenazó con la mirada.

—Sabes perfectamente porqué...ahora vamos, no hagas esperar a Jane.

Perfecto, ahora me ordena cosas.

Ambos bajamos y encuentro a mi mejor amiga sentada en el sofá de mi casa.

—Te veo hasta en la sopa—le dice a Ian.

—Que sopa tan deliciosa entonces.

—Muy chistoso—lo asesina con la mirada.

—Que amor el de ustedes—giro los ojos.

—Bueno, yo me voy. Nos vemos mañana si te sientes mejor, recuerda que tienes un cena.

—Esta bien, vamos, te acompaño.

—A mi jamás me acompañas a la puerta—reclama Jane.

La ignoro y camino hasta la salida con Ian y cerramos la puerta para poder despedirnos.

—Le das las gracias a tu madre de mi parte, es decir, a mi suegra—dice colocándose justo en frente de mí.

—Okey.

Nos quedamos unos minutos en silencio mientras Ian solo me mira.

—¿No te ibas?—pregunto al ver que ni se mueve.

—Espero mi beso.

Sonrío como desquiciada antes su comportamiento y su petición.

—Bobo.

—Bobo no, enamorado, y de ti.

Sonrío más.

Me acerco y me coloco un poco de puntillas y le planto un beso en los labios.

—¿Mejor?—sonrio al separarme de él.

Ian se acerca bruscamente dándome un beso con fuerza tomándome de la nuca.

—Mejor.

Con eso se marcha y me deja parada, dislocada, con los dragones de mi estómago haciendo fiesta y mis piernas flaqueando. Y el se va muy normal.

Entro a la casa luego de que se marcha.

Jane me mira con ojos acusadores.

—¿Que?—pregunto con el ceño fruncido.

Se levanta y camina hasta donde estoy para hablar bajito.

—Haré como si no noté que cuando bajaron estabas despeinadas, más roja que un tomate, Ian con la camisa arrugada y el pelo revuelto y ambos con la respiración agitada...pero nada, no ha pasado nada.

Habla a una velocidad tan rápida que mi cerebro apenas procesa lo primero.

—¡Jane! Eres muy chismosa.

—Lo sé, ahora vayamos arriba, te mostraré lo que compre y traje algo para tí.

Toma todas las bolsas que yacían en mi sofá y caminamos hasta las escaleras.

La chica de los ojos violetas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora