Capítulo 27

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Los seis salieron de la habitación como el camaleón les había indicado hacia el patio de armas para continuar con las prácticas.
Sonic caminaba detrás de los contrarios, pero el brazo de Espio se extendió para agarrar el hombro del erizo azulado.

Este volteó a verlo algo desconcertado. Espio sostenía en su otra mano una gran cantidad de cartas, agarró una de estas y se la entregó a Sonic.

—Es raro, no tiene ningún receptor en específico. —El camaleón volteo un par de veces la carta para ver alguna dirección en ella. 

Sonic agarró la carta algo sorprendido, no esperaba una carta de nadie en absoluto.

—Gracias Espio, en un momento voy a la práctica —respondió Sonic mientras veía como el camaleón caminaba dejándolo de pie.

—Como quieras, no te demores mucho. —Este solo volteó los ojos y siguió su caminó hasta el pasillo con los otros dos erizos.

El erizo agarró la carta con fuerza y se metió a la habitación sentándose en su cama. Abrió la carta, estaba algo sucia y como dijo Espio, no decía nada sobre quién la habría enviado.

Se quedó helado y al mismo tiempo empezó a sudar frío al ver que uno de los símbolos de adentro de la carta era el escudo de Henry. Leyó cada una de las palabras con los ojos saliéndose de sus orbitas y con las manos temblorosas.

Muy listo Bowen. No esperaba que fueras tan estúpido al creer que lograrías pertenecer a Arthur y traicionar a todo tu Reino. Espero que mi pequeño regalo te haga cambiar de opinión y reconsideres tus decisiones, y cumplas el propósito por el cuál te mande ahí, de lo contrario, pues haré que te arrepientas de todo esto y de haber siquiera nacido, hay espías en todo Arthur, espero que tomes la decisión que más te parezca.

La carta ni siquiera estaba firmada, Sonic la dejó caer al terminarla, respiró pesado y se perdió en sus pensamientos, finalmente el infeliz lo había descubierto.

Agarró la carta del suelo y la arrugó tanto como pudo, para luego guardarla debajo de una de las vigas de su cama. Trataba de caminar hacía afuera pero los temblores de la mano impedían cualquier movimiento de él.

Salió de la habitación y se perdió vagamente en su mente, aparecían de repente momentos lúcidos a sus ojos, recuerdos que creía haber olvidado desde hace mucho tiempo, pero aún permanecían ahí, la desgracia de la guerra y las consecuencias que traía con esto.

Su mente lo llevó a otro lugar, un tiempo pasado, dónde la desgracia se había apoderado de la vida de él.

*****

Una gran nube oscura cubría la mayor parte de todo el paisaje, la mayoría de las casas estaban quemándose con un fuego ardiente que cada vez se intensificaba más. El sonido de la gente gritando y corriendo desesperada causaba un fuerte sentimiento de tristeza en cada uno de ellos. Algunos de los habitantes no encontraban a sus familias, y gritaban llamándolos por su nombre. Los caballeros corrían en sus caballos para lograr calmarlos pero nada parecía funcionar.

Cerca de una casa en llamas había una pequeña carreta llena de paja, de esta salía un sonido de sollozos débiles. La pequeña silueta estaba abrazando sus rodillas con sus manos ocultando su rostro en estas, sintiendo miedo, vio como su casa empezó a arder con el fuerte fuego, había tanto que este iluminaba todo el pueblo, pero con esto traía tanto humo, que no dejaba ver la radiante luz de la luna.

El erizo asomó su rostro por encima de las rodillas, su rostro estaba frío y empapado por las lágrimas. Se puso de pie y bajó de la carreta llena de paja aún llorando despacio, empezó a ver a su alrededor para ver a alguien conocido.

—¡Mamá! ¡Papá! —gritó muy desesperado, volviendo a llorar al pensar lo peor de ellos.

Miró hacia la casa que tenían, temiendo que ellos no hubieran salido de ahí, recordando sus rostros.

—¡M-Mamá! —gritó nuevamente con su voz quebrada, con cada grito sentía que su voz se hacía más ronca.

Tenía frío y solo deseaba volver hace unas horas para volver a ver a sus padres. Caminó y dejó atrás su casa, quería buscar a alguien que pudiera ayudarlo, pero la mayoría de la gente estaba huyendo y salvando sus pertenencias más preciadas. Empezó a caminar cada vez más rápido, más rápido y correr sin un rumbo, las lágrimas seguían brotando de sus ojos pero por lo mismo deseaba huir de ahí.

Tropezó con una piedra del camino haciéndose daño en la rodilla, pero no le importó en lo absoluto, siguió llorando en el suelo, reconoció el olor a la tierra mojada y enterró su mano en esta haciendo un puño, queriendo quitar toda la rabia y dolor que sentía.

Sintió el sonido de los cascos y relincho de un caballo que parecía estar encima de él. Abrió sus ojos, no podía ver con claridad, pero parecía ser un caballero de Henry, este bajó de su caballo y se arrodillo para ver al erizo. Este no tenía ni las mínimas ganas de levantarse, siguió en el suelo aunque haya sentido su presencia.

—Levántate —le ordenó el caballero, con una voz severa y poco amable al verlo llorando en el frio suelo.

El erizo no podía ver por completo su rostro, tragó saliva y apoyó sus manos en la tierra para ponerse de pie obediente, agarró la manga de su camisa y se limpió la nariz, tratando de no llorar más.

—Eso se ve feo —señaló la herida de su rodilla.

El erizo asintió estando con la cabeza baja clavada en el suelo y sus manos jugando entre sí en su espalda.

El erizo mayor se puso de pie y agarró la rienda de su caballo listo para irse de aquel lugar.

—¿Quieres subirte? —preguntó con un tono con franqueza al menos extendiendo su mano para que este la agarrara.

El erizo azulado alzó la vista al caballo y luego al caballero de pie frente a él, dudo unos momentos, empezó a estirar lentamente su brazo hasta él. Detrás de él, un retumbante sonido de una viga cayéndose de la casa lo hizo girar de inmediato. La casa en llamas empezaba a desmoronarse poco a poco, se quedó unos segundos mirándola. El mayor, reconoció la perdida de el pequeño, el menor bajó la vista y volvió a dirigirla al caballero para agarrar su mano.

—Soy Sir Neville Bowen —se presentó el caballero.

—¿Eres caballero del castillo? —preguntó, finalmente soltando unas palabras de su boca.

—Así es, te podría enseñar muchas cosas acerca de ello —le propuso el mayor.

El azulado asintió al escuchar la propuesta del caballero de Henry.

Este lo cargó para que se subiera al caballo, el mayor agarró las riendas y el rocín empezó a andar lejos del fuego. Llevándolo a un lugar seguro, más y nada menos que el castillo de Henry. Todos hablaron del niño que Bowen había adoptado, cómo en su corta edad empezó a manejar la espada y empezar a convertirse en un gran espadachín, muchos decían que iba a llegar a ser alguien grande en la historia de Henry.

A pesar de la guerra | SonamyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora