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¿Qué demonios estoy haciendo?

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¿Qué demonios estoy haciendo?

No puedo dormir. Estoy hace horas dando vueltas en el sillón, incapaz de dejar de pensar. De pensarla.

Todo lo que sucedió esta noche fue un error y no debería haber sucedido. No debí haber aceptado jugar, ni tener una erección solo por tenerla cerca como si fuera un adolescente, ni mucho menos interrumpir su baile con Thompson con una excusa tan estúpida. Pero no pude evitarlo. No cuando los vi todo el tiempo y las manos me quemaban con las ansias de ser yo quien estuviera allí, trazando la curva de su cintura con mis dedos.

Esto no está bien. No debería desear eso. Apenas la conozco.

Y sin embargo, es la primera persona desde Emilie que me hace sentir algo.

Y eso me aterra.

Los sábados me gusta dormir hasta tarde

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Los sábados me gusta dormir hasta tarde. Es el único día en el que me permito realmente descansar. No hay ejercicio ni nada. A veces simplemente me quedo viendo películas o haciendo algo más. Y Zack suele hacer lo mismo. Es por eso que me sorprende oír ruidos provenientes de la cocina. Me siento y estiro mis brazos antes de ir a ver qué pasa.

Mica está asaltando la heladera.

Tiene un trozo de pastel y unas galletas que Allie hizo ayer.

Me mira con culpa.

—Lo siento. Es que todos dormían y no sé cocinar así que…

—Es todo tuyo. Si quieres también puedes comer lo que haré.

—¿Qué harás?

—Tortitas.

—Bueno entonces creo que comeré esto y luego esperaré por las tortitas.

Sonrío mientras la observo sentarse y apuñalar el pastel con un tenedor.

—¿Cuándo aprendiste a cocinar? —pregunta.

Me detengo antes de romper el huevo.

—Hace dos años, cuando llegué aquí.

—¿Antes no sabías nada?

—Ni siquiera freír un huevo.

—Wow. Mi padre siempre decía que si una persona no sabía cocinar a los 18 años, moriría sola. Que nadie querría a un estorbo que no sabe hacer algo tan fácil.

—Eso es estúpido. ¿En serio te decía eso? ¿A ti, que no sabes cocinar?

Ella intenta sonreír pero se ve forzada.

—No es un padre muy amoroso.

—Eso se nota.

Pongo la mezcla en la sartén.

—¿Y tu madre? ¿Es amorosa?

Su mirada se vuelve distante.

—No. No conmigo.

Debería callarme pero no puedo.

—¿Con quién entonces?

—Con mi hermano Federico.

—¿Tienes hermanos?

—Tengo dos. Federico es el mayor, luego venimos mi mellizo y yo.

—Wow. Yo soy hijo único. No puedo imaginar cómo debe haber sido para ti.

Traga saliva.

—Fue… horrible, pero no quiero hablar de eso. No ahora.

Asiento, comprendiendo. Cada uno tiene sus tiempos para abrirse y es normal que no quiera hacerlo conmigo aún.

Saco las tortitas y las deposito en un plato que le entrego. Y ella me sonríe. Por ahora, eso es suficiente.

Hasta que aprendas a volarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora