(Se recomienda leer después de Hasta que las estrellas dejen de brillar pero no es necesario para entender la historia).
Cualquiera que ve a Allan White piensa que su vida es perfecta y que no hay dolor en su corazón, pero la verdad es que solo fin...
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El sudor corre por mi pecho y espalda pero no me detengo hasta que llego a mi edificio. Desde que me mudé aquí, salgo a correr todas las mañanas. Es casi un ritual. Me ayuda a centrarme y pensar menos. Al igual que lo hace el fútbol americano.
Me aparto el cabello húmedo de la cara y abro la puerta de mi apartamento con una mano mientras me quito los auriculares con la otra. Pero la mano se queda en el aire cuando noto que Zack, mi compañero me piso y mejor amigo desde hace dos años no está solo.
Su novia está con él, creo recordar que se llama Allie —suelo irme cuando ella viene para no tener que oír la cama golpear contra mi habitación pero nos cruzamos un par de veces—, y otra chica que no creo haber visto antes. Por alguna razón, llama mi atención. Tiene el cabello castaño claro corto, los ojos de un verde que me recuerda a las hojas de los árboles luego de la lluvia y una cara de querer morirse que casi me hace querer reír. Casi. Porque alrededor de ellos tres hay varias cajas y maletas.
—¿Qué es esto? —pregunto, mi ceño frunciéndose lentamente.
Zack mira a las chicas buscando apoyo pero su novia está muy ocupada bebiendo agua y la otra hundiéndose en su miseria como para prestarle atención. Al final mi amigo suspira.
—Uhm… Allie y Mica tuvieron un problema con su apartamento…
—Nos echaron —acota su novia.
—Eso, las echaron, y necesitan un lugar donde quedarse. —Sonríe pero se ve nervioso—. Así que les dije que pueden quedarse aquí durante un tiempo hasta que consigan otro lugar.
—Y un trabajo —vuelve a hablar la chica—. La parte del trabajo es importante. Sino no podemos pagar el lugar.
—¿Les ofreciste nuestro apartamento? —Mi voz suena incrédula.
—Sí. No tenían otro lugar donde ir. ¿Qué esperabas que hiciera?
Aprieto el puente de mi nariz.
—Está bien. —Asiento—. ¿Dónde van a dormir? Solo hay dos habitaciones.
—Allie dormirá conmigo y Mica…
—Puedo dormir en el sofá —habla la desconocida por primera vez—. No tengo problema.
—No dormirás en el sofá —refuto y ella levanta la vista como si no me hubiese visto antes. Sus ojos se abren un poco más de lo normal y me recorre con la mirada—. Yo dormiré en el sofá. Tú puedes dormir en mi habitación.
—No tienes que…
—No dejaré que duermas en el sofá. Además, no será tan malo. Tendré la cocina más cerca para ser el primero en desayunar —intento bromear y ella intenta ocultar su sonrisa y sonrojo con su cabello.
—Muchas gracias —murmura. Tiene un acento extraño pero no logro identificar de dónde es.
—¿Te muestro la habitación?
Asiente y se pone de pie. Caminamos hasta mi habitación, que está perfectamente ordenada, como acostumbro dejarla. No me gusta el desorden, es algo que mis padres me inculcaron desde que era un niño.
No es la habitación más bonita, ni la mejor decorada pero es práctica. Tiene una cama con sábanas y mantas blancas, un escritorio lleno de papeles de la universidad, una ventana y un trofeo que gané hace unos años en la secundaria y me permitieron llevarme.
—Es… bonita —dice Mica.
—No tienes que mentir. Es impersonal.
—Bueno, sí, un poco. Pero me gusta. Y lo siento por desplazarte de tu habitación. No era mi intención…
—Está bien. En serio. Solo me tomó por sorpresa.
—Bien. —Su sonrisa es demasiado grande, hasta que hace una mueca, cierra los ojos y presiona sus sienes.
—¿Dolor de cabeza?
—Resaca —confiesa.
—Creo que tengo algo… —Busco en mi mesa de luz—. Aquí. Toma.
Le extiendo una pastilla que tomo las pocas veces que salgo para soportar el dolor y ella la acepta con un asentimiento agradecido.
—Bueno, debo ir a ducharme —le digo, recordando que sigo sudado por el ejercicio—. Siéntete como en tu casa.
—Lo veo difícil pero gracias.
Lo último que veo antes de salir de la habitación es su sonrisa, grande y sincera.
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Media hora después, ya duchado, vuelvo a la sala. Zack y Allie están besándose como si el mundo fuera a acabarse mientras Mica bebe de una cosa rara. Parece una pajita pero…
—Esto es un mate —responde a mi pregunta no pronunciada.
—¿Un mate? ¿Acaso no toman eso en Argentina?
Aprieta la mandíbula y me mira como si fuera un traidor.
—En Uruguay también tomamos mate —dice con la barbilla en alto.
Me siento junto a ella.
—¿Eres de Uruguay?
—Sí. Me mudé aquí hace dos años para comenzar la universidad.
—Yo también me mudé pero no de tan lejos. Antes vivía en Nueva York.
—Oh, yo muero por conocer esa ciudad. Dicen que es muy bonita.
—Sí, lo es. Pero Texas también tiene su encanto.
—Sí, supongo. —Se lleva la no-pajita a la boca pero se detiene antes de llegar, mirándome—. ¿Quieres?
—¿Yo? No, gracias. Estoy bien.
Se encoge de hombros y sorbe.
—¿Crees que el equipo está listo para el juego del viernes? —me pregunta Zack de repente.
—No lo sé. La defensa es débil. Mick y Xan deben darlo todo o nos destruirán. Pero confío en que podemos lograrlo.
Zack asiente, pensativo. Sé que le preocupa el partido, igual que a mí, pero ya no podemos hacer mucho. Quedan solo dos días.
—¿Estás en el equipo de Zack? —Mica me mira a través de la cortina que forma su cabello.
Una sonrisa se me escapa.
—En realidad, él está en mi equipo. Yo soy el capitán y el quarterback.
Sus cejas se alzan. Mira mis brazos. Vuelve a mirar mi cara.
—Oh. —Sus mejillas se vuelven del mismo color que sus uñas: rojas—. Eso es… genial. Tal vez vaya al partido este viernes.
—Entonces espero que ganemos.
Ella me sonríe y yo aparto la vista porque no me gusta la manera en que esa sonrisa me hace sentir.