(Se recomienda leer después de Hasta que las estrellas dejen de brillar pero no es necesario para entender la historia).
Cualquiera que ve a Allan White piensa que su vida es perfecta y que no hay dolor en su corazón, pero la verdad es que solo fin...
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Cuando le propuse a Mica ver Harry Potter y la cámara de los secretos, esto no era precisamente lo que tenía en mente. Ahora tengo su cabeza apoyada en mi regazo mientras ella duerme plácidamente. ¿Cómo llegamos a esto? Bueno, ella se quedó dormida apoyada en mi hombro, yo me moví y lo siguiente que supe es que su cabeza ahora estaba en mi regazo. En ningún momento se despertó.
—Allie suele decir que tiene el sueño pesado. Una vez, hubo una tormenta que tiró árboles cerca de su edificio y las dejó sin electricidad durante tres días. Mica no se enteró hasta la mañana siguiente.
Una suave sonrisa se instala en mis labios al escuchar eso.
Vuelvo a concentrar mi mirada en la película, ya falta solo media hora para que termine y debo admitir que es bastante buena. Inconscientemente, mi mano derecha comienza a jugar con el pelo corto y castaño de Mica. Es suave y me gusta mucho cómo se siente entre mis dedos.
Me paso la siguiente media hora peinando su cabello, apartándolo de su cara, y cuando la película termina, me digo que no le hará daño a nadie que la deje dormir un rato más.
Zack se va a su habitación sin decir nada y yo cierro los ojos, mi mano aún en su cabeza, y al final también acabo quedándome dormido.
Despierto con el sonido de la puerta al abrirse. Allie deja las llaves junto a la puerta y camina hasta la sala hasta que nos ve. Se paraliza pero luego sonríe bien grande, como si supiera un secreto que yo no, y sigue su camino rumbo a la habitación de su novio.
Miro la hora. Las once de la noche. Eran las ocho cuando le propuse a Mica ver la película.
—¿Mica? —murmuro. Mi voz suena ronca por las horas de desuso—. Mica, despierta.
Su respuesta es un sonido ininteligible.
—Mica, si no te despiertas, no podré hacer la cena.
Eso hace que abra los ojos de golpe pero luego los vuelve a cerrar porque la luz parece molestarla. Apenas unos segundos después, los abre otra vez, mira la televisión, mi torso y por último mi cara. Su rostro se llena de terror, como si fuera un monstruo y se levanta de golpe. Por alguna razón, mi mano se siente rara sin el calor de su pelo debajo.
—Yo… Yo… Lo siento. No creí…
—Hey, está bien. Estabas cansada. No tengo problema en ser tu almohada cuando lo necesites —bromeo pero a ella no parece hacerle mucha gracia porque se pone roja como un tomate.
—Uhm… sí, claro. Iré a… —Apunta hacia la habitación—. Eso.
Luego, desaparece tras la puerta.
Casi quiero pedirle que se quede.
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