La maldición del yurei III

51 14 3
                                    

Todos recorrimos la casa guiados por Keitaro, quien iba al frente observando cada rincón por si la onryō volvía a aparecer. La habitación donde están los vendajes y la medicina que necesito está en el otro pasillo, pero conociendo a la onryō, podría haber puesto una trampa. Como sospechaba, así fue: la puerta está sellada con cabellos. Akira y mi madre intentaron quitarlos con las manos, pero no se rompen. Incluso Keitaro intentó cortarlos con sus armas, pero fue en vano.
Yo me sentía cada vez más débil, perdiendo fuerzas en mis extremidades y dejando rastros de sangre en el suelo. Veía borroso y empezaba a dejar de escuchar lo que decían los demás, pero veía lo preocupados que estaban. Mi madre estaba horrorizada y Keitaro realmente parecía preocupado y ansioso por mi bienestar; seguramente sigue pensando que esto es su culpa. Llegó un punto en el que ya no pude mantenerme de pie. Contenía la sangre con las manos, pero dejaba grandes charcos y manchas en la madera y en mis manos.

Caí de costado en el suelo; Keitaro me puso boca arriba, me decía algo con desesperación y al borde del llanto. Con las fuerzas que me quedaban, alcé mi ensangrentada mano y coloqué un dedo sobre los labios de Keitaro para callarlo

  —No tengo idea de lo que dices, pero estoy seguro de que... te estás culpando de nuevo. Sabes que confío en tus habilidades para vencer a los yokai —susurré.

Keitaro se mostró más calmado, tomó mi mano y la estrechó con gentileza. Se le notaba determinado; le dejé los labios manchados de sangre. Me soltó con delicadeza y con su arma a la mano, se dirigió a la puerta sellada. Mi mamá y Akira estaban extrañadas por sus acciones. Pasado un rato, Keitaro regresó con los vendajes y las medicinas, pero sus manos y antebrazos quedaron rasguñados y ensangrentados; su katana tenía rayones y le faltaban pedazos en el filo.
Mi corazón dio un vuelco por su valentía y determinación; no creí que fuera capaz de arriesgarse tanto por mí. Con todo listo, entre los tres tuvieron que sacarme los vidrios arraigados a mi carne No necesitaba costuras, no obstante, me pusieron vendas y las ajustaron con fuerza para detener el sangrado, aunque eso hizo que no pudiera respirar bien.

Mi madre me dio un jarabe y algo de arroz seco que tenía guardado junto con las medicinas para recuperar fuerzas. Luego de comer y beber la agria medicina, pude levantarme por mi cuenta; el sabor se quedó en mi paladar. Todavía me siento un poco débil, pero al menos puedo escuchar las conversaciones con claridad

  —Muchas gracias por ayudarme, pero tu katana —observé su arma—. Sé lo importante que es para un samurái.

  —Un objeto es lo de menos. No iba a permitir que esa pared de cabellos impidiera que te recuperes —suspiró—. La verdad, sentí que ibas a morir. Sabes que me da pavor perder a alguien valioso de nuevo —susurró.

  —Lo sé y gracias a tu tenacidad estoy mejor Lo que has hecho por mí y por los demás no tiene comparación —comenté con ilusión.

Keitaro se sonrojó un poco y sonrió apenado, pero feliz. Nuestra conservación es indiferente para mí madre, pero ella se siente aliviada por mi condición. Akira observaba comprensiva

  —Hay que seguir con esto... el cadáver no se va a purificar solo —añadió avergonzado.

En eso, escuchamos gritos provenientes de la habitación de mis hermanos. Corrí de regreso para asegurarme de que estén bien, sin importarme las heridas. La onryō puede hacerme lo que quiera, pero a mis hermanos no, todo menos a ellos. Abrí la puerta de golpe y los tres estaban en una cama, cubiertos con una cobija, temblando y llorando de miedo

  —¿Qué pasa, está la onryō aquí? —pregunté sumamente preocupado.

Señalaron una esquina, pero no mostraron sus rostros; no puedo imaginar lo asustados que están. Me acerqué con precaución hacia dónde señalaron: había otra cobija ocultando un bulto extraño que se movía. Keitaro llegó apresurado, se quedó en la entrada y lo escucho con la respiración agitada

Ojos de Yokai (+18) #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora