La villa de los mil budas

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Por fin llegamos a la villa. Pensaba que su aura densa no me dejaría ver el interior del lugar, pero no es así. Se encuentra descuidada, casi abandonada, tan rústica que no avanzó con el tiempo. Algunas casas parecen a punto de derrumbarse, y lo más característico: hay muchísimas estatuas pequeñas de Buda por doquier; en el suelo, en bardas, tejados, jardines y hasta en el camino, pero todas están dañadas y opacadas por la suciedad.
A pesar de eso, el ambiente es tranquilo. Algunas personas que estaban afuera se acercaron a nosotros; nos miraron con sospecha y enfado, pero la mayoría observaba nuestras máscaras con curiosidad

  —¿Tienen familiares aquí? —Nos preguntó un aldeano.

  —Es la primera vez que venimos a este lugar —respondí un poco confundido. Mis compañeros tampoco habían venido antes.

Los aldeanos se juntaron y murmuraron entre ellos. Enseguida, uno se fue a una zona alejada. Poco después, llegó un hombre con el cabello largo color café oscuro y ojos castaños claros. Su mirada era relajada y desinteresada, vestía como un monje, pero sin la prenda superior, mostrando su torso al descubierto; el cual estaba lleno de tatuajes de kanjis que parecían simbolizar "carne"

  —¿Purificadores? —preguntó sorprendido—. Hace muchísimo tiempo que pisan este lugar. Creí que estábamos olvidados.

  —Vinimos por un aura misteriosa, pero todo está en orden al parecer —dijo Tomoe, analizando el entorno.

—En efecto, ni siquiera hay yokai cerca de esta zona. Pueden retirarse si gustan; sabrán acerca de la "maldición" y lo peligroso que es para los forasteros estar aquí —respondió con imponencia.

  —Ninguno de nosotros cree en las maldiciones. Vamos a purificar la zona y a ayudarlos —dije determinado, sin apartarle la mirada al monje.

El hombre se mantuvo pensativo unos momentos mientras miraba mi máscara con detenimiento. A pesar de que conoce a los purificadores, mi máscara le resultaba familiar

  —De acuerdo, pueden quedarse; aunque la maldición no sea verdad, nuestras costumbres sí. Así que pedimos que las respeten, sean uno de los nuestros durante su estancia —Se dio media vuelta para irse.

  —¿Cómo te llamas? Tú debes ser el patriarca de la villa —comenté.

  —Soy Siddartha y... no soy el patriarca como tal. Soy un monje que guía a la villa, pero igual a ellos. Los aldeanos les mostrarán el lugar antes del toque de queda, en cuanto el sol se oculte. Más les vale no romper esa norma —concluyó.

Los aldeanos nos hicieron una pequeña guía a través de la aldea. Las casas están construidas unas sobre otras, conectadas por pasillos flotantes. Me dio pavor, pero no me sorprende que alguien se haya quejado teniendo un guía con semejante carácter.
En el camino, nos explicaron las reglas y costumbres: jamás patear, tirar o siquiera tocar las estatuas de Buda, rezar por la mañana, tarde y noche, además de comer a una hora establecida. También tenemos que hacer el ritual de iniciación

  —¿En qué consiste el ritual? —preguntó Tomoe.

Hideyoshi se ha mantenido callado e inquieto. Después de lo que vivió y ahora tener que estar aquí, no es de extrañar que sienta tenso

  —Tienen que llevar una marca similar a la de Siddartha; no será permanente, ya que no vivirán aquí, sin embargo, tendrán que rezar el coro con nosotros —explicó una anciana.

  —Que yo sepa, todo esto no es necesario en el budismo... ¿A qué deidad le rezan? —cuestioné con temor.

Sin responder, nos guiaron hasta una casa pequeña. La puerta es angosta y baja, pero por dentro es amplia. En el centro de la sala hay cojines para sentarse; el espacio está iluminado con velas rojas y en la pared destaca una estatua enorme: un Buda con ocho brazos y el rostro cubierto por un vendaje

Ojos de Yokai (+18) #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora