Desfile de los mil Yokai

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Mi día a día es monótono, para muchos sería algo realmente aburrido y molesto, pero para mí no. Sonará impertinente y deshonroso, pero desde que mis padres no están, mi vida ha sido buena.

Soy hijo de un samurái, en concreto de Omori Kenji: uno de los guerreros más reconocidos o al menos eso decía mi madre, sin embargo, no supimos qué le ocurrió. Si está muerto, desaparecido o simplemente nos abandonó. Aún así, recalco que gracias a él, jamás nos faltó un hogar ni comida; incluso vivimos de forma acaudalada: mi residencia es amplia, rodeada de un jardín verdoso que cambia con las estaciones, las paredes de papel de arroz dejan entrar la luz con gentileza e incluso la estructura está hecha de la madera más fina del lugar, no se compara con los hogares de los plebeyos. Lamentablemente, mi madre falleció de enfermedad y desde ese entonces soy el amo de mi casa y el único Omori, rodeado por un lugar vacío y desanimado.
Han pasado doce años desde su muerte, mis únicas vocaciones son tocar el koto, escribir kanjis y haikus, meditar y practicar con la espada aunque no soy alguien fornido, al contrario.

Mientras practicaba música enfrente del pequeño estanque dónde están mis dos koi mascota: Soya, un pez negro y Maki, de colores blanco con naranja, se acercó mi criada, alterada por algo desconocido para mí

  —Mi señor, lamento la interrupción, pero el herrero quiere hablar con usted —Mi criada se llama Aiko.

Dejé de practicar, me puse de pie y peiné mi largo cabello en una coleta para aparentar formalidad

  —¿Qué quiere? Jamás he recibido peticiones, es extraño.

  —Dice que necesita su ayuda y es urgente...—dijo con intriga.

Me dirigí a la entrada de mi hogar, ahí se encontraba el herrero: es un hombre de mediana edad, se ve un poco desalineado y sucio debido a su trabajo. En cuanto me vio, se sorprendió e hizo una reverencia de saludo

  —Vaya que si se parece al señor Kenji ahora que lo veo, usted casi nunca sale de su hogar —exclamó con sorpresa.

  —Bueno, si me parezco a mi padre... quizá es porque soy su hijo —respondí con desinterés—. Pero ¿Qué necesitas?.

Jamás había establecido contacto con las personas de la prefectura, prefería estar aislado en mi hogar

  —¿Acaso no vio lo que pasó anoche? ¿Comprende la gravedad de la situación y cómo va a empeorar? Necesito que ocupe el lugar de su padre —explicó desesperado.

  —No soy un samurái y no pienso ser cómo mi padre. Vencer bandidos y esas cosas no es algo que yo pueda solucionar, así que si me disculpa —Un poco molesto, me despedí con una reverencia.

Cuando iba a volver a mi hogar, el herrero sujetó mi muñeca con firmeza

  —Espere... ¿De verdad no sabe? Su padre no solo fue un samurái —añadió exaltado.

  —¿Y qué fue, entonces?.

  —Le diré solo si está dispuesto a ayudarnos, de verdad lo necesitamos —imploró.

No le creí, sentía que era una trampa, ni siquiera lo conocía así que lo rechacé y entre a mi hogar a seguir practicando el koto

  —¿Acaso no le da curiosidad conocer más sobre su padre? —preguntó mi criada.

  —La tentación es para los necios que no pueden satisfacerse y resultan lastimados. Además, prefiero no saber de él... no es por mí, es por mi madre. A ella le hacía muchísima falta hasta el último de su respiro...—exhalé.

  —No apruebo que haya dejado a su familia así como así, pero de verdad fue alguien importante y el herrero llegó a ser su amigo. No obstante, el señor Kenji nos pidió que usted no supiera esa información para que pudiera vivir en paz. En fin... siga practicando, señor, su melodía es un silbido de tranquilidad para el alma.

Ojos de Yokai (+18) #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora