La cruel deidad

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Me acerqué a la enorme puerta principal del palacio para abrirla, pero estaba bloqueada. Me sentí tonto al intentar acceder por el frente con Orochi posiblemente adentro. Recorrí los alrededores; las ventanas estaban selladas, así que escalé por una columna hacia el techo. La prótesis dificultaba mis movimientos, pero a duras penas logré subir.
En el segundo piso, una ventana pequeña estaba abierta, probablemente debido a la podredumbre de la madera. Primero arrojé mis armas al interior y luego me deslicé adentro. Observé la habitación: los muebles estaban deteriorados, llenos de rasguños, grietas y golpes, señales claras de furia descontrolada. En medio del caos, resaltaba ropa colorida, limpia y doblada con cuidado sobre un estante. Además, el cuarto estaba bien iluminado por velas de aceite.

Entonces, escuché leves risas que provenían del piso inferior; debía ser Orochi. Me asomé a través del hueco donde estaban las escaleras. No podía ver el salón principal por completo, pero distinguí a Orochi en su forma humana, de espaldas a mí y hincado. Parecía estar trabajando en algo sobre el suelo. Desde mi posición, pude ver su cola con más detalle: una larga cicatriz la recorría. Debió ser de cuando Susanoo lo venció la primera vez, cuando sacó su ahora arma predilecta de la cola de Orochi.

  —Si él lo llega a descubrir, enfurecerá... mataría por ver su expresión —murmuró Orochi entre risas.

Me incliné un poco más para ver mejor, quedando de cabeza. Sentí repulsión y náuseas al ver que en las paredes estaban clavados varios cadáveres de diferentes yokai, atados con extraños lazos, lo que parecían ser venas, pero en color dorado. A los yokai todavía les chorreaba sangre y debajo de ellos se hallan cuencos que retenían el líquido. Debían ser los yokai que Orochi cazó y capturó.
Orochi tenía un objeto pequeño en la mano, pero su aura era densa, al igual que la de la daga rompechakras: oscura y reflejando un origen sombrío.

En el suelo, había un cuerpo envuelto en una tela. Orochi vertía sobre él un extraño líquido oscuro que emanaba de su aura en la mano, pero no podía distraerme; tenía que rescatar a Momo. Bajé las escaleras lo más silenciosamente posible para que Orochi no me escuchara y me oculté detrás de un pilar. A mi izquierda, una puerta corrediza conducía a otra habitación, no obstante, tenía que esperar a que Orochi se fuera

  —Ya estás lista, mi doncella. Ponte de pie —indicó Orochi al cadáver.

Se levantó como si se reanimara. Aunque al principio tenía una postura débil, poco a poco empezó a recobrar fuerzas. Era una mujer desnuda, con el cabello largo hasta las rodillas. Estaba de perfil, por lo que no pude ver su rostro completamente. Orochi tomó las muñecas de la mujer y con su boca llena de colmillos, le arrancó ambas manos de un mordisco. Al instante agaché la mirada, impactado y paralizado por la escena. Solo pude escuchar cómo la sangre brotaba violentamente.
Volví a mirar. Orochi le estaba creando largas cuchillas de oro a partir de sus muñecas cortadas. Luego, subió al segundo piso, donde yo había estado momentos antes. La mujer quedó inmóvil, petrificada, sin mirar a su alrededor. Me preguntaba quién sería.

Orochi bajó la ropa del estante y se la entregó a la mujer, cuando ella se vistió por completo, abrió la puerta principal del palacio

  —Necesito que me traigas a los humanos que se infiltraron aquí. Hazlo sin importar qué —ordenó fríamente.

La mujer salió impulsada velozmente hacia la aldea, provocando una fuerte ventisca que desordenó todo el lugar y esparció la sangre de las paredes igual que la lluvia; incluso me ensucié con la misma. Orochi la siguió con calma, caminando tranquilamente y con las manos en la espalda.
Antes de irme, noté las rígidas manos de la mujer en el suelo, rodeadas de un charco de sangre. Jamás había visto algo tan grotesco. Era abrumador verlas tiradas ahí, como si fueran simples objetos.

Ojos de Yokai (+18) #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora