Entes del abismo

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Una nueva isla, un monstruo diferente aguarda. El umibozu: conjunto de almas en pena que rondan el océano abierto, hundiendo barcos, lo de siempre. El diario menciona que aparecen con mayor frecuencia en esta región del país, debido a que las aguas son demasiado tranquilas.
Momo salió de mi cuerpo y entre los cuatro, volteamos el barco para acomodarlo correctamente. Parece que no ha sufrido grandes daños

  —Será difícil navegar a partir de ahora. No hay tantas corrientes de aire que impulsen el bote —comentó Jin.

  —Antes de preocuparnos por el futuro incierto, debo encargarme del izuchi —añadí con determinación y observé el yokai.

Me acerqué al borde del agua. La criatura nadaba alrededor, descendiendo cada vez más, aunque su colosal tamaño la mantenía visible incluso a esas profundidades. Sentí el ambiente inquietante mientras realizaba el ritual; no fue suficiente para erradicarlo. El ikuchi, con un movimiento brusco, golpeó el agua generando una ola que me arrastró sin darme tiempo a reaccionar.
Desesperado, luchaba contra las corrientes que me envolvían. No sabía dónde estaba la superficie ni hacia dónde debía nadar. La situación empeoraba; entre la armadura y mi prótesis, era imposible mantenerme a flote. Cuando el agua finalmente se calmó, abrí los ojos. Mis pies estaban orientados hacia la superficie, pero todo mi cuerpo permanecía atrapado bajo la masa del ikuchi, que cubría el océano sobre mí. Abajo, el fondo marino se extendía en una oscuridad tan profunda y enigmática que un escalofrío recorrió mi cuerpo. Nunca imaginé el verdadero terror que era enfrentarse cara a cara con el abismo.

El ikuchi me tenía cercado. No dudé en sacar mi katana y apuñalar su piel viscosa, pero no logré que se moviera. Además, el aceite que recubría su cuerpo hacía que mi arma se volviera cada vez más pesada y con cada segundo que pasaba, aguantar la respiración se transformaba en un martirio insoportable

  —Tú no eres la Eminencia dorada, pero llevas su sangre —retumbó una voz grave desde las profundidades.

En medio de la oscuridad, dos destellos brillantes rompieron el silencio del océano, deben ser los ojos del ikuchi. Era asombroso que pudiera hablar, o tal vez más inquietante, que yo pudiera escucharle.
En un instante, nadó hacia mí. Creí que tardaría más en alcanzarme, pero su velocidad era descomunal. Ahora podía distinguir su cabeza: una boca inmensa que parecía devorar el mismo mar hasta donde alcanzaba mi vista. Entonces, escupió una burbuja que viajó rápidamente hasta mí, envolviendo mi cabeza. Al instante succionó todo el aire que me quedaba. No podía respirar, solo exhalar. Intenté romperla con mis manos y con la katana, pero resultaba imposible.

Desesperado, ascendí al cuerpo del ikuchi, frotando la burbuja contra su piel aceitosa. La burbuja se estiró hasta desgarrarse, liberándome al fin. Pero mis fuerzas estaban al límite y el dolor en mi pecho era insoportable, como si me aplastaran desde dentro

  —Ríndete, nadie puede igualar a la Eminencia dorada —volvió a resonar la voz en las profundidades, con una autoridad inquietante.

Como último recurso, apuñalé la carne del ikuchi, haciendo un gran corte que me permitió entrar en su cuerpo. Al cruzar hacia sus entrañas, pude finalmente respirar; el hedor era insoportable. La sangre viscosa, con un nauseabundo olor a sal, lo cubría todo. El ikuchi se agitó con violencia, el dolor lo hacía retorcerse. Repetí el mismo corte en la parte superior, no obstante, el agua comenzó a filtrarse cayendo sobre mí como una cascada. Antes de salir, corté por completo un segmento de su cuerpo, luchando contra el cansancio que me consumía.
Ya casi llegaba a la superficie. Me quité el aceite pegajoso con las manos mientras seguía avanzando, cortando al ikuchi en pedazos. La criatura se había enroscado sobre sí misma, bloqueando mi paso

  —¡¿Dónde estás?! —preguntó el ikuchi, desesperado.

Atravesé tres segmentos más de su cuerpo hasta que finalmente pude salir al flote. La sangre se esparcía por el agua, pero no era por una herida que yo le hubiera causado; mis amigos debían estar atacándolo. Nadé hacia ellos y Momo, en su forma humana, me ayudó a salir sosteniendo mis manos

Ojos de Yokai (+18) #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora