Wano

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Kaido sabía que, en algún momento, su reinado caería.

Esa sonrisa vigorosa, esos ojos expandidos llenos de entusiasmo y alegría enfermiza.

Era como ver a Roger.

Cuando ese niño, Monkey D. Luffy, llegó y desafío la autoridad de dos Yonko, supo que algo pasaría.

No pensó que ese golpe le derribaría, no pensó que esa rabia lo haría caer.

Linlin no estaba complacida. Para nada, y él tampoco.

¿Cómo un mocoso aparecido podría intentar derrotarlo? ¿Cómo un mocoso tan insolente querría derrotarlo?

El primer oficial del pirata se veía orgulloso de ese golpe. Ambos parecían iguales.

Pero ahora que lo ha derrotado y no había nadie aquí para pararlo, ¿se podía considerar ese mocoso, imparable?

Escucho la risa callejera y poco simpática, poco risueña e insatisfactoria.

—Mientras yo siga viviendo, hay miles de oportunidades para derribarte.

—No eres más que un simple desafío en mi camino, Kaido—

Sus ojos eran opacos pero su sonrisa era llena de dientes.

Algo en Kaido gritó, algo en Kaido gritó en alarma y se reanudo la pelea.






Zoro podía sentir su cuerpo destrozado, pero si su misión era acabar con este tipo, lo haría.

El cejillas se poso a su lado con su cigarrillo, había tranquilidad en él, pero podía ver la tensedad que poseía.

El haki de Luffy se había dejado de sentir por unos imperceptibles momentos.

—Marimo, derrotar a estos tipos tiene que ver con el sueño de nuestro capitán—

—Lo sé, no debes recordarlo—

—Sólo quería que lo tuvieras presente, idiota—

Porque incluso si el mundo se empeñaba en derrotarlos, las órdenes del capitán eran absolutas.

Si Luffy decía que debían derrotar a estos tipos, lo harían sin más.

Son como perros tomados de una correa por un hombre peligroso. Sus órdenes siempre serán escuchadas.

Sus sonrisas podían comparse con el filo peligroso de las espadas del espadachín.

“—Derríbalo, Zoro. No lo quiero vivo—“

El espadachín cargo hacia adelante, cruzando sus espadas y tomando un fuerte impulso.

“—Sanji, no dejes que esa plaga se eleve. Su arrogancia me aturde—“

Sanji sonrió un poco más y sus piernas, las cuales han pateado miles de enemigos, cargo hacia el hombre gordo y molesto.

Eran y serán las alas del Rey.

Permanecerán luchando por él y por su sueños como los suyos propios.

Derribaran grandes reinos sólo para que sea él quien los gobierne.

Y mientras peleaban, pensaron en cómo su devoción había ido más allá de lo imaginable.











—¡Cállate, imbécil! ¡No hables de mi capitán con tu sucia boca!—Gruñó la mujer—¡No tienes el derecho de hacerlo! ¡No lo permitiré!—

¡Big brother!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora