𝔼𝕝 ℂ𝕒𝕝𝕕𝕖𝕣𝕠 ℂ𝕙𝕠𝕣𝕣𝕖𝕒𝕟𝕥𝕖

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~𝐍𝐚𝐫𝐫𝐚 𝐇𝐞𝐚𝐯𝐞𝐧~

Tarde varios días en acostumbrarme a mi nueva libertad.

Nunca me había podido levantar a la hora que quisiera, ni comer lo que me gustaba.

Podía ir donde me apeteciera, siempre y cuando estuviera en el callejón Diagon, y como esa calle larga y empedrada, rebosaba de las tiendas de brujería más fascinantes del mundo, no sentía ningún deseo de incumplir la palabra que Hanna le había dado a Fudge ni de extraviarme por el mundo muggle.

Desayunabamos por las mañanas en el Caldero Chorreante, donde disfrutaba leyendo de los libros que Draco me había regalado.

Después del desayuno, salíamos al patio de atrás, sacábamos la varita mágica, golpeabamos el tercer ladrillo de la izquierda por encima del cubo de la basura, y nos quedábamos esperando hasta que se abría en la pared el arco de daba al callejón Diagon.

Pasábamos aquellos largos y soleados días explorando las tiendas y comiendo bajo sombrilla de brillantes colores en las terrazas de café, donde los ocupantes de las otras mesas se señalaban las compras que habían hecho...

<Es un lunascopio, amigo mío, se acabó el andar con los mapas lunares ¿te das cuenta?> o discutían sobre el caso de Sirius Black <Yo no pienso dejar a ninguno de mis chicos que salga solo hasta que Sirius vuelva a Azkaban>

Ya no teníamos que hacer los deberes bajo las mantas y a luz de la linterna, hora podíamos sentarnos, a plena luz del día, en la terraza de la Heladería Florean Fortescue, y terminar todos los trabajos con la ocasional ayuda del mismo Florean Fortescue, quien, además de saber mucho sobre la quema de brujas en los tiempos medievales, nos daba gratis, cada media hora, un helado de crema y caramelo.

Después de llenar el monedero con galeones de oro, sickles de plata y knuts de bronce de nuestra cámara acorazada de Gringotts, necesité mucho dominio para no gastármelo todo enseguida.

Tenía que recordarme que aún nos quedaban cinco años en Howgarts, e imaginarme pidiéndoles dinero a los Dursley para libros de hechizos.

Para no caer en la tentación de comprarme más libros de los que pudiera cargar, también me tentaba una gran bola de cristal con una galaxia en miniatura dentro, que vendría a significar que no tendría que volver a recibir otra clase de Astronomía.

Hanna y yo nos vimos muy tentadas en derrochar nuestro dinero, cuando entramos a una tienda de ropa, que por suerte no eran conjuntos de las inusuales vestimentas de los magos.

Creí que era una buena idea comprarnos ropa, tomando en cuenta que la ropa que Hanna y yo usábamos eran de tía Petunia y nuestra difunta madre de cuando eran más jóvenes, y algunas, por no decir la mayoría, nos quedaban muy grande o ya nos quedaban chicas.

Harry igual se compró ropa voluntariamente a fuerzas, Hanna y yo le dijimos que debería comprarse ropa, porque la mayoría de su ropa le quedaba inmensamente grande o ya estaban rotas, ya que en algún momento le pertenecieron a Dudley.

Harry y Hanna igual tuvieron que contenerse para no gastar su dinero, lo que más aprueba los puso apareció en su tienda favorita (Artículos de Calidad para el Juego del Quidditch).

Deseosos de enterarse de qué era lo que observaba la mitad en la tienda, los tres nos abrimos paso para entrar, apretujandonos entre brujos y brujas emocionados, hasta que vi, en un expositor, parada de puntitas y sosteniendome de Harry para no caer, una escoba bastante impresionante.

-Acaba de salir... prototipo...-Le decía un brujo de mandíbula cuadrada a su acompañante.

-Es la escoba más rápida del mundo, ¿a que sí, papá?-gritó un muchacho más pequeño que nosotros, que iba colgado del brazo de su padre.

𝓗𝓮𝓪𝓿𝓮𝓷 𝓟𝓸𝓽𝓽𝓮𝓻 (Draco Malfoy)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora