CAPITULO FINAL

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No te voy a ver
Pero aquí estaré
Será un día a la vez

Los primeros días tras la partida de Abril fueron como un invierno interminable, un silencio tan profundo que apenas podía soportar. La casa, nuestro hogar, se sentía extrañamente grande y vacía sin ella. Cada rincón, cada espacio me recordaba a Abril de alguna forma. En la cocina aún flotaba el aroma de su último café, y en nuestra habitación quedaban rastros de su presencia en su almohada, en los libros que dejaba sobre la mesa de noche, en la bufanda que siempre olvidaba colgar en el clóset. Cada uno de esos detalles, aunque pequeño, me parecía inmenso, como si en ellos se escondiera la prueba de que Abril había estado aquí y que, de alguna manera, aún permanecía con nosotros.

Luna, tan pequeña y tan dulce, no entendía completamente lo que significaba no volver a ver a su mamá. Hubo noches en las que me preguntaba cuándo volvería Abril, y yo, con el corazón hecho pedazos, la abrazaba y le decía que su mamá siempre estaría con nosotros, que la amaba con todo su ser y que nos cuidaría desde algún lugar donde el dolor ya no existía. Me quedaba junto a ella hasta que se dormía, secando alguna que otra lágrima que escapaba de sus ojitos. A veces, le contaba historias sobre su madre: cómo solía reír cuando Luna hacía algo travieso, o cómo Abril siempre le cantaba canciones de cuna en noches de tormenta. Intentaba que Luna sintiera que Abril aún estaba allí, presente en cada recuerdo, en cada historia, en cada detalle que podía contarle.

Mis padres, al igual que los padres de Abril, fueron un apoyo incondicional. Hubo días en los que la familia entera se reunía en nuestra casa, y aunque todos traían algo de consuelo, el vacío seguía ahí. A menudo, mis padres pasaban las tardes con nosotros, cocinando juntos como solíamos hacerlo cuando Abril estaba aquí. L solía llevarle cuentos y regalos a Luna, y H se encargaba de recordarle a nuestra hija que era la niña más querida del mundo, contándole anécdotas sobre cómo Abril soñó con su llegada, con el amor inmenso que siempre nos unió a todos.

Esa casa, que al principio se sentía vacía y enorme, volvió a llenarse de voces y risas en esos días. Mis amigos también hicieron todo lo posible para ayudarme a sobrellevar la pérdida. Martín venía cada día sin falta, a veces en silencio, a veces con palabras de aliento. No hacía falta hablar mucho; su presencia era suficiente para darme una sensación de estabilidad. Laura, por su parte, siempre tenía una anécdota feliz que compartir de Abril, como aquella vez que se colaron en un concierto juntas o cuando Abril la ayudó a superar una ruptura. Ambos se aseguraban de que Luna y yo no estuviéramos solas, de que el peso de la ausencia no nos abrumara.

Y en esos días de soledad, la carta de Abril se convirtió en un refugio sagrado. Cada vez que el dolor me superaba, que la nostalgia me golpeaba con fuerza, leía esas palabras que Abril había dejado para mí, llenas de amor y de consuelo. Era como si ella estuviera ahí, sosteniéndome, recordándome que debía seguir adelante, no solo por mí, sino por Luna, por todos esos recuerdos que habíamos construido juntos y que nos daban fuerzas para avanzar.

Con el tiempo, aprendí a recordar a Abril no solo con tristeza, sino con gratitud. Me recordaba a mí mismo que debía vivir como a ella le hubiera gustado: disfrutando cada momento, viendo crecer a nuestra hija y llevándola siempre de la mano. En cada pequeño logro de Luna, en cada risa suya, en cada pequeño detalle, sentía que Abril seguía viva, que su amor no había desaparecido, sino que florecía en nuestra hija. A veces, en la mirada de Luna, en sus gestos, podía ver una chispa de Abril, un destello de su sonrisa, y eso me llenaba de paz.

Pasaron los años, y poco a poco, Luna y yo encontramos nuestro propio ritmo. Nos volvimos inseparables, un equipo que aprendió a apoyarse en la memoria de Abril. Ella creció rodeada de amor, con la certeza de que su madre la había amado más allá de las palabras, y con el tiempo, llegó a comprender la profundidad de su pérdida. A medida que maduraba, nos aferrábamos cada vez más a esos recuerdos, a esas historias que llenaban la ausencia de Abril de una manera en la que ella seguía con nosotros, día a día.

A Un Paso De La Luna - Juan Pablo Villamil {morat} (Sin Editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora