29.Aquellas que aman demasiado

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Michelle

Siempre he sido esa chica intensa.

Aquella que vive por y para el amor. Que respira amor, que sueña con amor. Aquella que cada noche antes de dormir fantasea. Aquella que ve películas románticas soñando con vivir cada una de esas situaciones. Aquella que suspira escuchando canciones románticas, aquella que espera que le escriban una. Aquella que quiere cartas de amor, declaraciones gritadas a los cuatro vientos. Aquella que espera flores y chocolate por San Valentín. Aquella que siente chispas cada vez que le rozan la mano. Aquella que ve oportunidades en cada rincón, en cada hombre.

Siempre he sido parte de aquellas.

Aquellas que aman demasiado.

Y nunca me ha importado formar parte de ese selecto club. Siempre he estado conforme con ello.

No sé amar poco, nunca he sabido.

Siempre me he entregado en cuerpo y alma. Me he dejado la piel por todos aquellos que quiero. He recibido amor y he dado amor. Aunque siempre he creído que esa balanza estaba algo descompensada.

Tampoco los culpo. No puedo obligar a nadie a amarme. Tan solo puedo dar todo aquello que tengo guardado en mi pequeño corazón esperando que me devuelvan la mitad de lo que doy.

Siempre he sido espectadora. He visto cómo triunfaba el amor, aunque no era mi partido el que se estaba jugando.

Al menos hasta que llegó Cameron.

Estuve tan centrada en buscar el amor, que no me di cuenta de que todo aquello con lo que siempre había soñado estaba a mi lado.

No se giró.

Y si os soy sincera, esperaba que lo hiciera.

Creí que ocurriría tal y como aparecía en las películas. Creí que Cameron se giraría, me besaría otra vez y me diría que nos escapásemos de ahí. Que fuéramos a otro lugar dónde pudiéramos amarnos sin problema.

Pero ambos sabíamos que ese beso tenía sabor a despedida.

No lo sé, quizás es mejor así.

Quizás Cameron tan solo era esa persona que aparecería en mi vida, me enseñaría lo que es el amor y después desaparecería. Quedándose como un amargo recuerdo al que recurrir como fuente de inspiración, o en el que pensar cuando fuera mayor. Quizás ahí me arrepentiría por haber dejado escapar al amor de mi vida.

Jamás lo sabré.

Por ahora la única certeza que tengo es que sí, amo demasiado. No sé amar de otra manera, tampoco querría. Y sé, que quizás esto sea un adiós, a lo mejor un hasta luego. Pero una vez Cameron pisara California, no habría vuelta atrás.

Quizá era hora de decir adiós. De dejar atrás, avanzar y madurar.

Me giré sobre mis pies una vez perdí de vista la espalda de Cameron. Sorbí mi nariz y después saqué un pequeño pañuelo para sonarme. Comencé a andar hasta la salida del aeropuerto. Subí al coche de John, quién me recibió con un abrazo y un "¿Necesitas hablar?". Tan solo negué con la cabeza y el me llevó a casa.

Mamá tampoco preguntó. Debió leerme en la cara la falta de ganas de hablar.

Simplemente me encerré en mi habitación. Anoté en mi calendario la fecha del 23 de septiembre, no querría olvidar nuestra llamada. Después, saqué mi ordenador y dejé que todas aquellas palabras que tenía atrapadas en la garganta se escribieran solas sobre una pantalla y un teclado.

Aquella noche me acosté tarde, pero dicen que no es bueno cortar la inspiración cuando aparece de una forma tan repentina.

Aquella noche me acosté tarde, pero dicen que no es bueno cortar la inspiración cuando aparece de una forma tan repentina

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