24.Sanar, Sin Más.

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AVISO
Este capítulo contiene pensamientos/temas relacionados con el suicidio, si eres sensible a estos temas te recomiendo saltar el capítulo después del segundo corte (***).

Cameron

Michelle no volvió a escribirme, y yo tampoco lo hice.

Pasaron varias semanas sin que tuviera noticias de ella. Cambió su turno de trabajo a las mañanas, por lo que ya ni la veía. Traté de asegurarme mediante Beck o Jhon que estaba bien, aunque no iba a preguntarle yo directamente.

Al final me di cuenta de una cosa, no podía estar con Michelle. Ni de una forma romántica, ni en una forma amistosa. Simplemente no podíamos. Fue complicado entenderlo, porque la quería. La quería de una forma en la que jamás había querido a nadie. Pero no podía ser su pareja, ni su amigo. Eso solo nos hacía daño y nos envolvía en una burbuja de toxicidad de la cual ninguno saldría bien parado. Nos impedía continuar con nuestras vidas y nos obligaba a vivir en el pasado.

Llegó septiembre, y seguía haciendo un calor mortal. Ese día me desperté a las diez de la mañana, solo quería disfrutar mis últimos días de verano. Salí de mi habitación y bajé a la cocina. Allí me encontré a Julia, sentada en el mismo sitio de siempre, tomando su café de siempre.

—Buenos días.— saludé.

Julia ladeó la cabeza a modo de saludo.

Agarré un vaso y me tomé yo también un café. Después de bebérmelo junto a unas tostadas volví a subir a mi habitación. Me puse mi ropa de entrenamiento y caminé hasta el gimnasio. Allí estaba Roger. Odiaba encontrármelo por casa como si nada. Es cierto que mamá estaba más feliz ahora que vivía con nosotros, pero cada vez que lo veía Michelle aparecía por mi mente. Odiaba lo mucho que se parecían. Odiaba el color de sus ojos, azules como los de Michelle. Odiaba la forma en la que arqueaba las cejas, tal y como lo hacía Michelle. Odiaba la forma de sus labios y la manera en la que hablaba, porque cada vez que lo hacía solo la veía a ella.

—¡Hey! ¿Qué tal estás chaval? —preguntó. Yo le dirigí una mirada no muy amistosa.

—Bien, ¿Y tú?— pregunté,— ¿Qué se siente al levantarse cada día sabiendo que abandonaste a tu mujer y a tu hija?

Eso le pilló desprevenido.

Roger agachó la mirada.

—¿Ella me odia, verdad?

"Ella" ya no me habla. —dije.

Roger quería hablar. Quería preguntarme algo y yo lo sabía. Le delataba la forma de andar, como sus ojos recorrían la sala con rapidez y como sus manos se movían con nerviosismo.

—Dilo.

Roger puso una mueca de confusión.

—¿Qué quieres que diga?

—Lo que sea que estés pensando.

Roger no habló, y no me sorprendió para nada.

Le esquivé para conectar la cinta de correr y empezar mi entrenamiento. Conecté mis cascos, pero antes le dirigí unas últimas palabras.

—Vuelve cuando estés listo para hablar y aceptar las consecuencias de lo que hiciste, Roger.

Y tras eso, yo me coloqué mis cascos y Roger abandonó la sala.

No sabía si lo había hecho bien, pero hice lo que sentía. No odiaba a Roger, pero tampoco lo amaba. Había hecho daño a Michelle, y aunque ella y yo ya no seamos nada, me dolía. Siempre he sido una persona muy empática, y he seguido al pie de la letra una frase que me dijo mi abuela cuando era pequeño:

Enséñame a perdonar #2  ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora