Capituló 25

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Me aliste, me iría. Deje mis cosas listas. Fui a la habitación de Aida y toque. Al instante me abrió la puerta, ahora estaba más demacrada que anoche. Quise preguntarle que pasaba, pero ya no sería necesario. Me dejo pasar y deposite la maleta negra en la cama.

—¿Y eso? —me gire. Su tono era suave.

—Tú paga —busque otra forma de expresarme —me hiciste un préstamo y te estoy pagando, gracias.

Me miro entrecerrando sus ojos. Camino lentamente y abrió la maleta, viendo los billetes de anoche.

—No debías pagarme tan pronto, puedes tomarlo y comprar cosas que necesites, aún falta la cirugía de tu hermana —trato de buscar otra salida para ella.

Respire lentamente.

—Tengo más dinero, anoche gane mucho —mi tono sonó seguro y calmado, no quería pelear.

—Jack, dilo —mordi mi labio. Arrancando la piel sobre este.

—¿Decir que? —ya no sabía que decir.

—Lo que quieres decir, se que quieres decir algo, que es? —pasó una mano por su lacio cabello.

—¿Cómo lo sabes? —me cruce de brazos.

—Solo lo sé —me miro con cansancio esta vez.

Yo sabía que diría, joder lo sabía. Ya no podía seguir así, debía soltar todo ya.

—Esto es todo, me voy, justo como debí hacer hace meses —expliqué —no quiero estar en este mundo, no encajo aquí y lo sabes, no quiero más errores.

Su cabeza se inclinó, traqueando parte de su cuello, se estaba desesperando, ella podía leerme, si, pero yo también comencé a estar tanto tiempo con ella que comencé a interpretar mediante sus acciones y lenguaje corporal que pensaba o cómo se sentía. Ya que jamás lo diría en voz alta.

—Lo sabía, eres un mentiroso —soltó, calmada.

—¿Mentiroso? —me tomó desprevenido.

—Me dijiste que me mostrarías, que te quedarías y aprenderías, pero en cambio te vas, dejando tu palabra en vano —explicó, acercándose, pero manteniendo aún distancia.

—Es diferente, ya esto se sale de mis manos —expliqué, tratando de que me entendiera.

—Siempre ha sido así, deja las excusas —se cruzó de brazos.

Dios mío ella era imposible. Tenía razón, pero solo que ahora ya no puedo manejarlo. Mis manos comenzaron a tensarse junto con mi cuerpo.

—Deja de jugar conmigo, Aida —levanté un poco la voz —no quiero estar aquí, tú me tratas como si no valiera nada, me ves como un puto muñeco que pude ser manejado —mi respiración se agitó.

—Estupideces —alabó.

Dios mío dame paciencia, porque si me das fuerzas me mato aquí mismo.

—Solo déjame ir, deja en paz a mi familia y no nos volvamos a ver, créeme tu secreto está a salvo, jamás hablaré de esto, no es como si quisiera hacerlo —mire a la ventana, no quería verla.

—¿De verdad crees que puedes irte ahora y dejarme?

Comencé a sentir mi corazón latir por todo mi cuerpo, hasta mis oídos. Una sensación horripilante se apoderó de el.

—¿A que te refieres?, ¿No vas a ser una loca psicópata o si? —me esforcé para que mi vos no temblara.

Sonrió.

—Pero si ya lo soy, no es eso lo que piensas? —se acercó un paso más y me aleje por instinto —¿ves? Es mejor así. Si me tienes miedo estarás a salvo.

Pecado culposoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora