Capítulo 11

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11.- ¿Y aceptó?

Al despertar a la mañana siguiente, Draco ya no estaba. Sin embargo, en la mesita de noche a mi lado de la cama, había un nuevo libro.

La portada elaborada en cuero genuino, con detalles dorados en relieve que representaba una escena de dos amantes en balcón. Con un encuadernado de alta calidad con costuras en hilo de seda, el mismo que había cosido el título de la obra. Romeo y Julieta, de Shakespeare.

Estuve unos momentos contemplando la preciosa edición, que debía de costar una fortuna y, fue al pasar las hojas cerca de mi nariz para aspirar el aroma a libro, que una nota cayó de él.

Me froté los ojos, aun adormecida, mientras desplegaba la nota. En ella, había escrito lo siguiente:

Salimos a las seis, más te vale estar lista.

~D.M.

Esa caligrafía era cuidada, elegante y refinada. Definitivamente no era la letra de Abhay. Tampoco es que hubiese visto nunca la letra del elfo doméstico, sin embargo, tampoco necesitaba ver la de Draco para saber que era suya la nota.

Además, era lo suficientemente inteligente como para saber que las iniciales del final se referían a él.

—Idiota —escupí al leerla. Seguidamente me levanté de la cama.




No fue hasta media mañana, sentada en el banco bajo la ventana y con el libro entre manos, que mi cabeza comenzó a funcionar.

La nota de Draco estaba junto al libro de esta mañana. La letra era de Draco, por lo que no le había hecho a nadie de escribirla y ponerla por él, además que al despertar aun no estaba el desayuno, por lo que Abhay aún no había entrado en la habitación. Y sus palabras la noche anterior...

Un momento. ¿Piensas que es Abhay quien te deja los libros sobre la mesa todas las mañanas?

Se nota que aun no me conoces.

Me llevé las manos a la boca al comprenderlo. Era Draco quien, todas las mañanas antes de yo despertar, me dejaba un libro sobre la mesita.

Cuando Draco llamó a la puerta a las seis menos cinco minutos, yo ya estaba completamente lista.

No sabía a dónde iríamos, por lo que opté por algo casual. Un vestido corto con flores pequeñas por todas partes, con un cinturón delgado y decorativo y una chaqueta de mezclilla. En los pies, unas sandalias planas.

Me hice una trenza de tres que coloqué sobre mi hombro y, de maquillaje, simplemente máscara de pestañas y un labial rosa suave.

—¿Lista? —preguntó Draco al entrar en la habitación.

Sin embargo, no contesté, estaba muy atenta observando el collar que le colgaba sobre una de las manos. De una fina cadena de plata, con una piedra preciosa color esmeralda sobre esta. Su brillo era discreto pero, a la vez, irradiaba una elegancia que capturó mi atención.

Claro, Draco se dió cuenta.

—¿Te gusta?

Me encogí de hombros.

—No esta mal —contesté, mirando hacia otro lado intentando disimular mi fascinación por el collar.

—Bien. ¿Te acercarás para que te lo ponga o tendré que arrastrarte yo mismo?

Su frase me sorprendió, volviendo mi mirada hacia él.

—¿Es para mi?

Mi pregunta pareció extrañarle.

—¿Para quién sería si no?

Dudé unos segundos pero, finalmente, me acerqué a él y alcé un poco la trenza para que pudiese colocarme el collar más fácilmente.

Sus dedos, delicados y lentos, rozaron la piel sensible de mi cuello. Su roce fueron descargas eléctricas para mi, haciendo que tuviese que cerrar mis ojos para concentrarme.Noté su cálido aliento despeinar mi trenza que, combinado con el cosquilleo de sus dedos, jugaron en mi contra para no estremecer.

El tiempo pareció detenerse, al igual que mi dejé de respirar y mi corazón latió más rápido, como si estuviera a punto de escaparse de mi pecho.

Repentinamente, como si mis palabras tomaran vida propia, hablé:

—Pensé que con molestarte en darme un libro todas las mañanas ya estaríamos en paz.

Sus manos se congelaron por unas milésimas, pero enseguida volvieron a moverse, terminando de abrochar el collar.

—¿Cómo podríamos estarlo? Has renunciado a tu antigua vida por mi culpa.

Pero no lo negó, lo que hizo que mis sospechas fueran ciertas.

—Gracias —le dije al girarme para estar de frente.

Estábamos a unos centímetros de distancia y, aunque podría haberme preparado, la cercanía me sorprendió igualmente.

Draco bajó la mirada y, con suavidad, agarró la piedra esmeralda que colgaba de mi cuello para observarla.

—El collar era de mi madre. —Me quedé en silencio, sin saber qué contestar o decir. No hizo falta pues él continuó hablando—. Todas las mujeres Malfoy se han ido heredando este collar por generaciones. Esta mañana le pedí a mi madre si podía dártelo a ti.

—¿Y aceptó?

Era obvia la respuesta, sin embargo, me sorprendió.

—Con gusto. Le caíste bien desde el primer momento.

—Yo... no puedo aceptarlo. —Fue entonces que por fin Draco alzó la mirada, clavando sus ojos extrañados en los míos, haciéndome una pregunta no verbalizada—. Este matrimonio no es real, Draco. No puedo aceptar una reliquia familiar cuando, si por mi fuera, no estaría aquí.

Sus ojos mostraron un ápice de dolor pero, sin embargo, lo ocultó al instante y dijo con voz suave:

—Pero yo quiero que lo tengas.

Lo observé a esos hipnotizantes iris grisáceos. Y, así, nos pasamos unos segundos eternos, observándonos a los ojos hasta que, finalmente, asentí con la cabeza. Rodeé su cuello con los brazos al instante en el que Draco hizo lo mismo en mi cintura. Me abrazó con ternura y suavidad, a la vez que yo escondía mi cara en su cuello.

Segundos después desaparecimos.

Entre promesas y mentiras | Draco MalfoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora