Capítulo 25

62 10 0
                                    

25.- Perderte a ti misma.

Vámonos de compras —sugirió Vianca, abriendo de golpe las cortinas de mi cuarto.

Gruñí, agarrando el edredón por el borde y estirándolo hasta taparme la cara al completo.

—O también podemos ir a beber chocolate caliente, o patinar sobre hielo, hace poco montaron la pista y no hemos ido aún este invierno —siguió enumerando planes para hacer—. También podemos hacer las tres cosas —pensó mejor—. Si, definitivamente haremos las tres cosas.

—Vianca, tengo sueño —me quejé con voz ronca. Noté como esta se sentaba a un lado de mi cama.

—Ayer te acostaste a las diez y media y ya son las doce de la mañana.

Lo que ella no sabe es que no pude pegar ojo en toda la noche. Maldita mente sobrepensante.

Después de esa pelea con Draco, subí inmediatamente a la habitación e hice mis maletas, seguidamente fui a buscar a Abhay y le pedí que me teletransportara a casa de mis padres. Abhay era fiel a la familia Malfoy, por lo que me costó convencerlo, pero finalmente lo conseguí.

Mis padres se llevarlon una sorpresa al verme aparecer, pero no tuvieron problema alguno en que me quedara. Les mentí diciendo que Draco y yo habíamos decidido que esta semana me viniera aquí para "echarnos de menos" y que la boda fuera más mágica. Seguramente no me creyeron, y supongo que esa es la razón por la que Vianca está aquí.

—No tengo ganas de salir hoy de casa —le dije, tumbándome de lado y dándole la espalda a mi prima.

—¿Acabas de volver después de casi dos meses y no tienes ganas de salir de la cama? —No contesté—. Cuéntame qué ha pasado a la de ya para que pueda ayudarte.

Suspiré.

—Vianca, tienes un corazón que no te cabe en el pecho y te amo por ello pero, por favor, trágatelo.

Esta rió, sabiendo que mi comentario no iba a malas y apoyó su mano en mi hombro, empujándolo y haciendo que me tumbase de nuevo boca arriba para poder mirarme a la cara.

—Has discutido con Draco. —No era una pregunta.

Instantáneamente mis ojos se aguaron.

—Diora... —susurró a la vez que me abrazaba cuando yo me incorporé en la cama—. Lo siento tanto...

Por cosas como esta amaba a mi prima. No hacía falta que le contase las cosas, ella estaba ahí para apoyarme y me consolaba aun sin ella saber el motivo. Y siempre conseguía hacerme sentir mejor.

Y al fin, después de tanto tiempo aguantando, me permití llorar. Sacar todo lo que llevaba guardándose dentro. Me desahogaba mientras mi prima me acariciaba la espalda.

—Le he hecho daño... —dije entre sollozos. Me separé de ella aunque aun seguía llorando-. Le he hecho mucho daño. -Por la forma en que me hablaba, cómo me miraba... se le notaba muy dolido y lo entendía, joder, si yo hubiese hecho todo el esfuerzo que él había hecho para mostrarse a alguien y esa persona aun así no confiara en mi yo también me sentíría dolida. Y rota, muy rota.

—Pero él también te hizo daño a tí.

Esa sola afirmación hizo que los sollozos se volvieran más fuertes de nuevo. Vianca volvió a atraerme a ella y seguí llorando en su cuello.

Cuando por fin mi llanto disminuyó, Vianca se separó de mí y colocó sus manos en mis hombros. Siempre hacía ese gesto cuando iba a decirme algo importante.

—Diora, estás enamorada —mostró una sonrisa triste pero a la vez feliz, si es que eso era posible—. Y lo más doloroso de amar a alguien es perderte a ti misma en el proceso y olvidarte de que tú también eres especial. ¿Tu eres especial, Diora?

Sonreí. Dios, Vianca era la única capaz de sacarme una sonrisa en momentos como este. Bueno, Draco también era capaz, y terminó haciendo...

El agarré de Vianca en mis hombros se hizo más fuerte.

—¿Eres especial, Diora? —repitió la pregunta.

Me sorbí la naríz antes de hablar.

—Si —respondí con la voz rota.

—Pues ahora créetelo. Eres especial y el amar a alguien no hará que te pierdas a ti misma.

—No lo hará.

Vianca sonrió.

—Bien, y ahora sal de la cama y vístete. Nos vamos a patinar sobre hielo.



Continué entrenando. No sabía por qué lo hacía, Draco no estaba aquí para obligarme a aprender a defenderme. No le debía nada a Draco, pero si a mi misma.

Había hecho las cosas mal, no solo con Draco sino con todos en general, y no podía evitar comerme la cabeza sobrepensando todas esas cosas que había hecho mal desde que este apareció en mi puerta diciendo ser mi prometido.

Llevaba tres días en casa. Tres días sin ver a Draco. No había intentado comunicarme con él, y tampoco me había llegado ninguna carta por lo que supongo que él tampoco lo había intentado. No importaba, no lo necesitaba. Estos tres días el saco de boxeo del gimnasio se había convertido en mi mejor amigo, y no necesitaba nada más que a él, a mi misma y aire acondicionado. ¿Es que los del gimnasio no han pensado nunca en poner ventiladores o algo aquí dentro?



Era el quinto día que pasaba en casa. Mamá, Vianca y yo nos encontrábamos en la mesa del salón haciendo un puzzle de 1000 piezas mientras papá leía el periódico en su sillón.

El silencio era colosal, pero no incómodo. Lo cierto es que echaba de menos momentos como este, nada del otro mundo pero infinitamente placenteros.



Esa noche Vianca se quedó a dormir. Al día siguiente era la boda y estaba demasiado nerviosa, confundida y abrumada.

—¿Sigues queriendo hacerlo? —me preguntó después de llevar un tiempo observando al techo en silencio.

—Voy a hacerlo —afirmé.

No podía contarle nada a Vianca. Pese a que confiaba más en ella que en mí misma. No podía contarle que el matrimonio era forzado, que todo había comenzado por obligación y que el mundo de Draco era distinto al nuestro. Además, aunque quisiera, Draco no me habría dejado hacerlo por su dichoso hechizo. Y luego decía que era yo la que no confiaba en él.

Pero lo tenía decidido: mañana me casaría con él. Llevaba cinco días sin verlo y mañana podría descubrir si lo que sentía por Draco era real, y si esos sentimientos eran lo suficientemente fuertes como para poder perdonar el daño que me había hecho.

Yo le había hecho daño, por supuesto que se lo había hecho, pero había intentado arreglarlo, había intentado pedir perdón y hablar con él, pero él no había puesto de su parte. Y dos no pueden arreglar sus problemas si uno de ellos no coopera.

Vianca agarró mi mano y la apretó.

—Eres más fuerte de lo que crees.

Entre promesas y mentiras | Draco MalfoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora