Capítulo 2

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2.- Eres complicada pero vales la maldita pena

—Cariño, ¿te encuentras bien? —me preguntó mamá desde la cocina.

No le respondí, estaba perdida en unos ojos rojos que me devolvían la mirada con fiereza. Yo se la aguantaba como podía, a pesar del miedo que me recorría por las venas.

Voy a matarte movió los labios sin expresar sonido alguno para después sonreír.

Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo y tragué saliva.

Yo te maté a ti articulé de la misma forma.

Podría jurar que escuché su risa sarcástica como si de verdad estuviéramos en la misma habitación.

¿Estás segura? me desafió.

Alcé la barbilla, obligándome a parecer segura de mi misma. Disimuladamente, acariciaba el anillo con el dedo pulgar.

—Sí, completamente segura. —Di unos pasos hacia él.

—¿Segura de qué? —preguntó mamá, apareciendo por la puerta del salón con una tarta en las manos.

La figura de Voldemort desapareció y yo me paré de golpe. Pestañeé un par de veces.

Me giré hacia mi madre, que me observaba, esperando una respuesta.

—Nada —respondí apresuradamente—. Estaba soñando despierta.

Volví la mirada hacia el lugar ahora vacío que había dejado el señor tenebroso, y de nuevo hacia mi madre.

—He hecho tarta de manzana, ¿quieres un trozo? —preguntó mientras lo dejaba en la mesa café junto al sofá.

Me pasé la mano por el pelo, echándolo hacia atrás.

—Claro.

Me acerqué y senté en el suelo, de espaldas a la tele apagada. Mamá se colocó frente a mí en el sofá y cortó dos trozos de tarta.

A pesar de que había suficiente hueco en el sofá y además uno totalmente libre en diagonal, tenía por costumbre sentarme en el suelo cuando comíamos ahí. Siempre había sido muy torpe, y de pequeña comencé a sentarme en el suelo para llegar bien a la mesa y no ensuciarme. Ahora, aun seguía igual (o más) torpe que hace años, y ya me salía sentarme ahí por instinto.

Mamá colocó los trozos en dos platos y me pasó uno de ellos, quedándose ella con el otro.

—¿Hoy no has quedado con Vianca? —me preguntó.

Negué con la cabeza y me llevé la porción a la boca. Gemí cuando la mermelada de albaricoque pasó por mi lengua.

—Está buenísima —le informé.

Mamá me sonrió, agradecida.

Durante unos segundos, comimos en silencio, y mi pulso acelerado comenzó a relajarse. Entonces sonó el timbre.

Mamá frunció el ceño.

—¿Esperas a alguien?

—No, ¿y tú? —Negó con la cabeza.

Me levanté y caminé hacia la puerta principal. Me pasé el pulgar por la boca y lo analicé, asegurándome que no tenía los labios manchados.

Abrí la puerta.

Mi cara fue de total sorpresa.

—¿Joss?

Este miraba hacia un lado pero, al ver que le abría la puerta, se giró hacia mí.

Entre promesas y mentiras | Draco MalfoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora