Lonely

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Aún podía recordar su risa, su hermosa risa endulzado sus días. Cada vez que Gerard reía lograba que Frank sonriera sin importar que tan de mal humor se encontrara, la risa del mayor tenía el mejor efecto sobre él.

Lo extrañaba, lo extrañaba cada día más y deseaba con todas sus fuerzas poder abrazarlo de nuevo, sentir el aroma floral de su shampoo inundarlo cada vez que lo abrazaba y ocultaba su nariz entre su largo y castaño cabello.

Añoraba poder ser capaz de tocar su piel de nuevo, sentir lo suave y fría que era, lo sensible, su delicadeza y tocar esos pequeños lunares que iban desde su espalda hasta sus brazos como una constelación de estrellas, aquellos lunares que eran una obra maestra sobre su pulcra piel.

Lo extrañaba con locura pero ya no era como otras veces, ya no podía correr a buscarlo para poder reconciliarse con él y retomar su relación como había sucedido un par de veces durante los años que estuvieron juntos, ya no podía recuperarlo.

Su novio había fallecido dando a luz a su primera bebé. No entendía cómo la peor pérdida de su vida había ocurrido en el momento que se suponía sería lleno de felicidad para ambos y del que podrían entrar a una nueva etapa de su vida juntos, lamentablemente eso jamás podría ser.

Ahora se encontraba a la deriva, vagando por su cuenta. Lo único que lo mantenía con vida era su hija. Hayley fue el nombre que habían elegido juntos poco después de enterarse de que se trataba de una niña, Gerard había amado ese nombre desde que el tatuado lo propuso así que lo mantuvo para ella.

Cuándo nació no podía distinguir si se parecería a él o a Gerard pero con el paso del tiempo era claro que era idéntica a su fallecido padre. Hermosos ojos verdes, la misma piel pálida, su suave cabello castaño, la pequeña sonrisa en sus delgados labios, su adorable nariz y por supuesto su misma risa que lograba hacer a Frank sonreír aunque estuviera sufriendo por la pérdida de Gerard y el vacío que había provocado en él.

Era la viva imagen de Gerard, el Gerard que extraña y aunque no era él, encontraba reconfortante ser capaz de poder volver a ver esos bonitos ojos verdes y de que la risa de la pequeña llenara la casa en la que vivían, tornando el ambiente más dulce.

Habían pasado ya dos años desde la pérdida y había criado a la pequeña por su propia cuenta. No pensaba rendirse y dejar que alguien más se hiciera cargo de sus cuidados por más que el sufrimiento estuviera enterrado en su pecho, no quería abandonar a Hayley. Verla crecer era lo que lo mantenía estable, estaba seguro que de no ser por ella probablemente se hubiera hundido en el alcohol y las drogas cuándo Gerard murió, incluso podría asegurar que él mismo ya estaría muerto de no ser por Hayley.

Observó a la niña jugando en el jardín y sonrió mientras algunas lágrimas amenazaban con salir de sus ojos. Sentía una mezcla de felicidad y tristeza expandirse por su pecho y llegar hasta su garganta. Veía el rostro de Gerard todos los días en ella y podía besar sus mejillas hasta que se quedaba dormida en sus brazos, amaba a Hayley, amaba a la bonita hija que Gerard dejó para él.

Le hubiera gustado que disfrutarán de esa nueva etapa juntos pero la vida había sido cruel y les arrebató esa oportunidad.

Se acercó hasta ella, sentándose a su lado para acariciar su castaño y largo cabello.

—¿Papá?—. Hayley dirigió su mirada al mayor con una enorme sonrisa mientras estiraba una de mano en su dirección, mostrándole una pequeña y delicada flor que había recogido del jardín. —Es mamá—.

Su corazón se comprimió dentro de su pecho viendo la flor que la niña le ofrecía. —¿Es mamá Gee?—. Tomó con cuidado la flor como si temiera romperla y la niña asintió. —Gracias pequeña, muchas gracias—.

Besó su frente y dejó salir un par de lágrimas mientras la abrazaba, manteniendo su mirada fija sobre la pequeña flor en una de sus manos. Era idéntica a Gerard, incluso esa manera tan dulce de hacer y decir las cosas la había heredado de él. 

Ambos sabían como romper su corazón y como volver a unir las partes con calidez cuándo hacían esa clase de cosas.

Se puso de pie poco después y tomó la mano de la pequeña para volver adentro. Colocó la flor entre su cabello para mantenerla cerca mientras cocinaba y dejó a Hayley jugar en el salón, escuchándola inventar historias a las que daba vida con sus juguetes.

𝐎𝐧𝐞 𝐒𝐡𝐨𝐭'𝐬 𝐌-𝐏𝐫𝐞𝐠 | 𝐅𝐫𝐞𝐫𝐚𝐫𝐝Donde viven las historias. Descúbrelo ahora