Capítulo 27

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Huir. Eso es lo que pensó Daka el domingo por la mañana, cuando vagando en una banca del jardín, vió a Bill.

No quería escuchar cualquier regaño que su amigo hubiese preparado, no estaba lista para ser sermoneada.

—Deja de mirarme así —Bill bufó, sentándose a un lado de Daka y empujándola un poco en el proceso, ya que en la vieja banca difícilmente cabían los dos.

—¿Ya lo sabes? —preguntó Daka a pesar de que ya conocía la respuesta.

—No hay nada que yo no sepa —bromeó Bill, codeando a su amiga para calmar la tensión de esta.

—Ya lo creo.

Daka sonrió levemente, pero aquella pequeña sonrisa no duró demasiado.

—Lo lamento, me pediste que cuidara de él —murmuró la chica, mirando sus pies descalzos hundirse en la fresca hierba.

Una repentina brisa los acarició a ambos y Bill sonrió, sacando un cigarrillo para encenderlo y darle una calada.

—No seas tonta, yo debería disculparme por haberte metido en eso. No era asunto tuyo, así que lamento que hayas tenido que pasarla mal. Agradezco que lo hayas cuidado —soltó con voz suave y tranquila, entregándole el cigarro a la pelinegra.

Con un largo suspiro, Daka recostó su cabeza en el hombro de Bill, observando vagamente el cigarrillo entre sus dedos.

—No lo lamentemos, ya pasó —dijo la chica finalmente y ambos se quedaron en silencio durante un buen rato, disfrutando de la compañía del otro.

—Algo se siente diferente, ¿no crees? —preguntó Bill, rompiendo el silencio.

Daka no respondió de inmediato, pero luego de botar el humo por la boca y respirar profundamente, asintió con un escalofrío.

—Ya lo creo —dijo en voz baja y apagó el cigarrillo contra la pata de la banca—. Al final, siento que en realidad si quería ir con él. En el fondo, muy en el fondo.

Bill soltó una risa, mirando el grisáceo cielo con una sensación que oscilaba entre la nostalgia y la curiosidad.

—Realmente desearía que muy en el fondo no hubieses querido aquello —soltó Bill con una voz rasposa y calmada que lograba traer paz a la mente de Daka.

La ojiazul se abrazó al brazo derecho de su mejor amigo sin separar su cabeza del hombro de este.

—Igual yo —admitió la chica—. Siento que hice una escena y regresé con algo que no quería sentir.

—¿Qué es?

—Realmente no lo sé —Daka se encogió de hombros, sintiendo como la tela de su larga falda se agitaba con el viento y acariciaba sus piernas— y tampoco quiero saberlo. ¿Puedo con eso?

—Si así lo quieres está bien.

Daka asintió y suspiró por milésima vez, como si cada suspiro en lugar de saciar sus pulmones, lograra quitarle más oxígeno del que necesitaba.

—No quiero verlo —confesó la ojiazul.

—Eso es difícil porque vive encima de tu piso y van a la misma escuela y es mi hermano y...

Daka soltó una leve risa y codeó a su amigo.

—Ya...no quiero verlo de todos modos.

—Suerte con eso —canturreó Bill, meciéndose lentamente.

—Deja de moverte, vamos a caer —advirtió la muchacha.

—Ya —Bill obedeció y recargó su mentón en la cabeza de su amiga—. Recuerda no dejarle las cosas fáciles.

—¿A quién?

—A Tom —dijo con un tono obvio—. Necesita una lección.

—No quiero darle una lección, quiero estar lejos de él y no verlo —dijo la chica.

—Le estarás dando una lección de todos modos —Bill sopló, desordenando los cabellos de Dakota.

La ojiazul se quitó el cabello del rostro y se mantuvo en silencio.

—De todos los imbéciles que existen, tenía que ser mi hermano el que te haga estar con esa cara de viuda endeudada —Bill negó con resignación antes de quejarse por el empujón que lo hizo caer de la banca— Bien, no más bromas por ahora...

Más tarde, Daka y Bill almorzaron en casa de las ancianas. Ambos estaban tranquilos, así que Bill pudo marcharse en busca de su hermano con la consciencia un poco más limpia. Daka sabía, por boca de Bill, que él y Tom irían a practicar con la banda, y por más que ella había sido invitada por su amigo, se había negado amablemente; la ojiazul no quería lidiar con la incomodidad de estar en la misma habitación con Tom. Bill había intentado convencer a Tom de quedarse descansando y a Daka de ir a ver el ensayo, pero ninguno de los dos había cedido a sus pedidos, así que no pudo hacer más que ceder ante la voluntad ajena. Desde hace un buen tiempo que la banda no practicaba; los ensayos solían ser en casa de Gustav, pero luego de que la madre de este lo castigara, no habían podido ir a tocar durante quien sabe cuantos días; sabiendo eso, Bill entendía que su hermano estuviese tan ansioso como él por ir a ensayar con los chicos.

—¿Deberíamos llevarle verduras a la señora Schäfer? —preguntó Tom mientras caminaba por la vacía carretera junto con su hermano.

Bill miró con desconcierto a su gemelo.

—¿Por que le llevaríamos verduras?

—Por dejarnos volver a ensayar en su sótano —dijo con obviedad.

—Pero, ¿por qué verduras?

—El invierno está cerca, casi no hay verduras, ¿las madres no estarían felices si les dan verduras? —razonó Tom con toda su inteligencia reunida— Además, Gustav sufrirá por tener que comer pepinos y brócoli.

Bill rodó los ojos.

—Bien —cedió el pelinegro y le dio parte de su dinero a su hermano.

Tiempo después, luego de haber pasado por el supermercado, Bill y Tom llegaron a casa de Gustav. Georg ya se encontraba allí desde muy temprano, cosa que no sorprendió a los gemelos porque Georg pasaba más tiempo en casa de los Schäfer que los propios Schäfer. 

Durante toda la tarde se la pasaron practicando algunas canciones que Bill había compuesto tiempo atrás, y por la noche la señora Schäfer los invitó a todos a cenar. El ambiente en la mesa logró que todos olvidarán cualquier mínima molestia o tensión que los hubiese estado acechando durante los últimos días, por lo que las risas y sonrisas no faltaron. Todo se había sentido tan cálido, que al momento de regresar, mientras caminaban en silencio por las frías calles, ambos gemelos no pudieron evitar sentir una extraña sensación de vacío. Bill y Tom habían estado unidos desde siempre, eran el hogar del otro y si necesitaban un refugio solo tenían que buscarse mutuamente, pero ambos sabían que desde hace un tiempo algo se había tornado diferente. Bill no sabía si era porque estaban creciendo, pero sentía miedo cada vez que notaba lejos a su hermano; odiaba pensar que su molestia con Tom se debía a los celos que sentía cada que su gemelo prefería ir con una chica que proponerle hacer algo, tal como solía hacerlo meses atrás: Tom era un coqueto por naturaleza y eso lo sabía muy bien, pero sentía que poco a poco le estaban quitando a su estúpido hermano con el que había estado unido cómo un par de garrapatas. Y no era justo, no era justo que Tom fuese tan despistado, no era justo que Tom lo hiciera sentir desplazado y que no se diera cuenta de ello porque era lo suficientemente cabeza hueca.

—Bill —llamó Tom con la vista perdida, caminando a un lado de su hermano.

—¿Si?

—¿Estarás aquí siempre? —preguntó en voz baja, con una extraña sensación de temor oprimiendo su pecho.

Bill pudo relajarse un poco al escuchar aquello, tal vez por saber que su hermano seguía necesitandolo.

—Me temo que sí —soltó el pelinegro, acercándose más a su gemelo para caminar hombro con hombro.

—Bien —Tom dejó salir un suspiro de alivio y Bill sonrió para sus adentros.

—Bien.

CAOS INMARCESIBLE [TOM KAULITZ] PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora