CAPITULO QUINCE - A CIENCIA CIERTA

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Lunes, 19 de noviembre del 2018

El fin de semana ha sido agotador e Isidro siente el cansancio en todo el cuerpo. El sábado se acostó temprano, pero trabajó sin descanso en el centro de hípica al día siguiente y luego Lucía y Andrés lo ayudaron a hacer la pequeña mudanza al piso de Cristina, que está a pocos metros de la casa de sus padres. El pueblo es pequeño, por lo que en realidad todo está relativamente cerca.

Andrés se quedó alucinado cuando su mejor amigo le contó que el beso que vio el día anterior no era el primero y que habían estado hablando de tener una relación. Por supuesto que se alegró por Isidro, ya era hora que su mejor amigo comenzara a salir con chicas y Cristina era más que apropiada para él, en parte lo envidiaba.

Cristina estaba un poco nerviosa cuando acabaron la mudanza y se quedaron Isidro y ella con su hijo en el piso solos, sin embargo, no se esperaba que Isidro no quisiera compartir cama con ella. Le recordó lo de ir poco a poco, que él era virgen y que estaba saliendo de una muy mala experiencia y, cuando el niño se durmió, Isidro fue el encargado de hacer la cena y estuvieron hablando en la cocina hasta que se acostaron los dos.

—No estás siendo muy sensato con este tema, Isidro. Vas a perder un montón de dinero —le riñe Ignacio, cuando entran en su despacho después de que lo fuese a buscar al recreo.

—No me importa, necesito el dinero a final de mes, no puedo esperar —le hace saber Isidro.

—¿Para qué quieres el dinero? —se preocupa Ignacio.

—Mi hermana y yo estamos buscando un lugar donde vivir y ayer, en el centro de hípica, me ofrecieron una ganga, incluso puedo pagarla a plazos, pero necesito quince mil euros para que la propietaria pueda terminar de pagar la hipoteca y luego le puedo pagar quince mil euros anuales durante tres años y no me tengo que preocupar de pagar un alquiler —se sincera el estudiante.

—¿El piso te sale sesenta mil euros?

—Cincuenta y cinco mil, pero los otros cinco son para pagar todos los gastos de notaría, registro e impuestos que pagará ella por mí —le explica Isidro.

—¿Y por qué no pides una hipoteca? Seguro que no llega a trescientos euros al mes si la pides a veinte años.

—Tengo dieciséis años y un futuro incierto, además de que nadie de mi familia me podría avalar ni tampoco se lo pediría —le resume Isidro la situación.

—¿Cómo es el piso?

—Ciento cinco metros cuadrados y un balcón. Dos habitaciones enormes, cada una con un baño, además de un aseo con ducha para las visitas, la cocina es mayor que la de Fran y el salón es muy amplio. También tiene un cuarto para la lavadora, poner algunos trastos y los productos de limpieza o tender la ropa. Incluso está amueblado y tiene hasta una tele. Está en un tercero con ascensor y es un edificio de tres plantas que está en buen estado, con dos garajes. La comunidad no es muy cara y parece ser que los vecinos se llevan muy bien —le explica Isidro, ilusionado, porque este piso, en comparación con el de la tía de la amiga de Lucía, es increíble.

—¿Crees que te darán la hipoteca por lo que te va a costar? —insiste Ignacio.

—Te he dicho que no me van a dar la hipoteca, pero es cierto que, aunque esté en el pueblo y los pisos aquí sean baratos, está valorado en noventa y cinco mil euros.

—¿Tienes algo ahorrado?

—Según mis cálculos puedo invertir hasta seis mil euros de mis ahorros sin tener que hacer huelga de hambre forzosa el mes que viene.

—Yo podría avalarte en mi banco de toda la vida.

—Nunca permitiría algo así. ¿Y si no puedo pagar la hipoteca? —se preocupa Isidro.

Como el agua y el aceite - TerminadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora