Los ojos azules y enormes de Tommy Paddington lo miraron fijamente.
—¿Hay más policías y armas allí?
Cassidy soltó una carcajada.
—Sí, pequeño, sí. Yo mismo me encargaré de que conozcas cada rincón de la comisaría —le prometió.
—¡Viva! —gritó y soltó a su madre. Era increíble cómo los niños podían de un momento a otro, cambiar su estado de ánimo; pasar de la tristeza a la euforia en solo un instante.
Segundos antes, estaba abrumado por el hallazgo de la joven moribunda y después, parecía estar contento con la idea que le proponía el comisario Cassidy.
—Los veré allí más tarde, entonces. —Saludó a la familia Paddington y se marchó. Debía ponerse a trabajar en aquel caso de inmediato, alguien en alguna parte, seguramente, estaba sufriendo por la ausencia de aquella jovencita.
Jackson Schmidt se aflojó el cuello de la corbata y lanzó un suspiro de alivio.
Una llamada, una simple llamada telefónica había bastado para poner fin a tres meses de angustia y terror. La había estado esperando durante tanto tiempo que ya creía imposible que, a esas alturas, alguien pudiera devolverle la paz con tan solo un par de palabras. Esa paz que le había sido robada impunemente meses atrás.
«La han encontrado.» Tres palabras que repicaban en su cabeza sin cesar mientras caminaba por los pasillos de la comisaria de Loma Linda. El clima era agobiante, y una multitud de gente parecía atiborrar cada rincón de la pequeña comisaria. Deseaba llegar a la oficina de Cassidy y ponerse al tanto de las novedades. Había llegado desde Fresno y esperaba marcharse de allí con las respuestas que había estado buscando.
Sonrió cuando, por fin, una mujer de unos cincuenta años, pequeña y regordeta, se acerco a él.
—Disculpe, ¿podría decirme dónde puedo encontrar al comisario Cassidy?
—¿Es usted el teniente Jackson Schmitd, verdad? —pregunto mientras estudiaba su apariencia.
Jackson frunció el ceño.
—Sí. ¿Cómo se ha dado cuenta?
La mujer se acomodo las gafas que insistían en bajar por el puente de su nariz.
—Podría decirle que, después de trabajar aquí durante tantos años, he sido bendecida con la capacidad de reconocer de inmediato a un policía cuando lo veo, pero la respuesta es más simple. Trevor me dijo que usted vendría, y a leguas se nota que usted no es de aquí —respondió y se encogió de hombros.
—Entiendo. —Le sonrió y, a pesar de lo que le había dicho, el presintió que lo de su capacidad era más real de lo que ella creía.
—Venga conmigo.
La siguió a través del pasillo y, cuando se detuvieron ante una puerta de vidrio con las persianas cerradas, la mujer se dio media vuelta y lo miró.
—Él lo está esperando —le indicó y se alejó por donde había venido.
—Gracias... —Habría querido preguntarle su nombre, pero ella ya había desaparecido de su vista.
—Adelante. —La voz de Trevor Cassidy denotaba preocupación.
—Comisario, soy el teniente Jackson Schmidt de la División de Personas Desaparecidas de la Policía de Fresno —se presentó.
Cassidy extendió la mano y lo invitó a sentarse.
—Me alegra que haya podido venir, Teniente. —Apagó su cigarrillo en el cenicero—. ¿Fuma?
—No, lo dejé hace algunos años.
—Muy bien por usted.
Jackson Schmidt estaba impaciente; deseaba escuchar lo que aquel hombre tenía que decirle.
—Cuando buscamos en la base de datos de personas desaparecidas en California en los últimos meses y dimos con su caso, no creímos obtener resultados tan pronto —explicó mientras se apoyaba contra el respaldo de la silla.
—¿Están seguros de que se trata de la misma persona? —No quería pensar que su viaje hasta allí había sido en vano.
—Por completo; hemos visto las fotografías y, aunque la muchacha está bastante desmejorada, sin duda es la misma.
Jackson Schmidt respiró hondo. Una sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro; después de tanto tiempo había comenzado a reír nuevamente.
—Quisiera verla.
—Podemos ir ahora mismo, si quiere. Acabo de llamar al hospital, y el doctor me ha informado de que ya ha despertado.
Ambos se pusieron de pie y abandonaron la oficina con rumbo al hospital. Jackson sintió, entonces, que una luz blanca, radiante y poderosa se abría ante él después de haber estado caminando a través de un túnel oscuro y desolador.
No era la primera vez que despertaba, pero, aún así, aquel cuarto impecablemente limpio y pintado de blanco le seguía pareciendo un lugar extraño. Todo le parecía raro; desde las enfermeras que se acercaban para cambiarle el suero o para constatar su estado, hasta los médicos que pasaban a verla y preferían guardar silencio cada vez que ella los acosaba a preguntas. Nadie quería explicarle lo que estaba haciendo en aquel lugar. Nadie le contaba por qué había ido a parar a aquel hospital. Intentó encontrar las respuestas a esas mismas preguntas dentro de su cabeza, pero fue inútil.
Se movió en la cama y, entonces, vio la marca en sus muñecas. Pasó la yema de los dedos por la línea roja que apenas comenzaba a cicatrizar. Movió las piernas y la invadió una punzada de dolor; tuvo la sensación de que mil agujas se clavaban en la planta de sus pies. Tironeó de las sábanas y se cubrió la boca con la mano para no gritar. El dolor era apenas soportable y, no era para menos, tenía los pies terriblemente hinchados, y se podía ver un hilo de sangre seca sobre las vendas.
Volvió a cubrirse y apoyó de nuevo la cabeza en la almohada. ¿Qué había sucedido con ella? ¿Por qué no lograba recordar cómo había terminado lastimada de aquella manera?
Una enfermera entró a su habitación. Le sonrió y levantó las sábanas.
—¿Te duele? —preguntó.
—Sí, bastante.
—Bien, te traeré un calmante y enviaré a alguien para que te cambie el vendaje —le respondió mientras revisaba sus pies.
—¿Podría decirme qué fue lo que me sucedió?
—Lo siento, señorita Carmichael; el doctor Wilard no nos autoriza a darle ese tipo de información.
Iba a protestar, pero sabía que sería en vano; la enfermera no le diría nada. Al menos, en aquel lugar sabían quién era ella. Tuvo la extraña sensación de que había escuchado su propio apellido después de no haberlo oído durante mucho tiempo.
—Iré a por el calmante. —Volvió a cubrirla con la sábana—. Regreso enseguida.
—Gracias. —Se quedó mirándola hasta que abandonó la habitación y, al hacerlo, dejó la puerta abierta. Si no le hubiesen dolido tanto los pies, se habría levantado de esa cama y habría buscado algún teléfono para poder llamar a su hermano. Seguramente, Kevin estaría preocupado por ella; había prometido llegar temprano a casa y, en ese momento, sin saber cómo y por qué se encontraba malherida en aquel hospital. Oyó unos pasos que se acercaban por el pasillo; de seguro la enfermera regresaba con el calmante. Un hombre alto, con el cabello entrecano y bigotes entró en su habitación.
—¿Quién es usted? —Era la primera vez que veía a aquel hombre.
—Señorita Carmichael, soy el teniente Schmidt y he venido desde Fresno para hablar con usted —le informó mientras se acercaba a la cama.
Ella arqueó las cejas.
—¿De Fresno?
Jackson Schmidt asintió con un leve movimiento de cabeza.
—Pero... no entiendo. —Quiso echar un vistazo a través de la ventana, aunque desde su cama no alcanzaba a ver nada—. ¿Acaso no estamos en Fresno?
—No, estamos en Loma Linda, a unas seis horas de Fresno.
—¡Pero eso no es posible! —Estaba aturdida, sin entender lo que estaba sucediendo—. ¿Cómo he llegado hasta aquí? Anoche, después de dejar la universidad, fui hasta la biblioteca; Kevin me llamó para decirme que una pizza de pepperoni estaba esperándome en casa.
—¿Eso es lo último que recuerda? —Las ilusiones de encontrar, por fin, respuestas se desvanecieron en un segundo.
—Sí. —Se tomó la cabeza con ambas manos—. Salí de la biblioteca y perdí el autobús, luego... —Se detuvo de repente.
—¿Qué sucedió luego?
Quiso recordar lo que se suponía que había sucedido después de perder el autobús, pero no pudo. Pese a hacer un esfuerzo por traer los recuerdos a su mente solo había un enorme hueco en su memoria.
—¡No puedo recordarlo! —Sacudió la cabeza de un lado a otro y se detuvo cuando una terrible jaqueca comenzó a martillarle el cerebro.
Jackson Styles se sentó junto a ella y la tomó de las manos.
—Cálmese, ya recordará todo lo sucedido.
Le temblaban las manos, se sentía completamente perdida, y aquel extraño pretendía consolarla por algo que ni siquiera ella sabía de qué se trataba.
—¿Qué es lo que usted sabe? ¿Por qué un policía viene hasta aquí para hablar conmigo?
La contempló y, más que nunca, sintió pena por ella.
—Tal vez deberíamos esperar.
—No. —Sus ojos castaños estaban suplicando una respuesta suya—. Dígame lo que ha pasado.
Sus manos delgadas y temblorosas seguían entre las suyas, las apretó con más fuerza, necesitaba de él en aquel momento.
—Señorita Carmichael... —Hizo una larga pausa antes de continuar—. Usted desapareció una noche, hace tres meses, cuando salía de la biblioteca de la universidad. Nadie ha sabido nada de usted durante todo ese tiempo, hasta el día de ayer cuando apareció cerca del lago Big Bear y fue traída hasta este hospital.
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Su cuerpo cayó pesadamente sobre la hierba todavía húmeda. Sus rodillas se enterraron en el lodo, pero no le importó. Golpeó el suelo, una y otra vez, con los puños cerrados hasta que los nudillos de sus dedos se enrojecieron. Ningún dolor se comparaba al dolor de haberla perdido, no había nada en el mundo que calmara la angustia que le provocaba su partida.
La había cuidado durante casi tres meses, se había desvivido por atenderla, por pasar el mayor tiempo posible a su lado. Había abandonado todo y a todos con tal de dedicarse a ella en cuerpo y alma.
¿Y cómo le había pagado ella? Huyendo, huyendo de él como si fuera un animal rabioso, alguien a quien ni siquiera se le podía tener lástima sino repulsión.
Había salido a buscarla, había seguido su rastro de la misma manera que un cazador sanguinario persigue la pista de su presa más preciada. Sin embargo, había llegado demasiado tarde. Un hombre y un niño la habían encontrado antes que él y se la estaban llevando, la estaban apartando de su lado para siempre. No pudo hacer nada, solo se había quedado allí, escondido entre la maleza, observando cómo aquellos extraños se la arrancaban de su vida.
Se arrojó al suelo y, cuando el barro frío le toco la cara, cerró los ojos. Sólo la veía a ella. Cada rincón de su mente estaba impregnado con su imagen su rostro aniñado, su cabello castaño trenzado que le caía sobre los hombros. Extendió la mano, en un intento por llegar hasta ella, pero, cuando abrió los ojos y descubrió que estaba solo en medio de aquel bosque, creyó morir.
Estaba anocheciendo, pero, para un hombre como él, la oscuridad era la compañía perfecta, su cómplice más fiel. Se puso de pie, sus brazos rígidos colgaban a ambos lados de su cuerpo. Comenzó a caminar mientras se abría paso entre los matorrales, pausadamente, tomándose todo el tiempo del mundo. Después de todo, no tenía prisa por regresar, ella ya no estaba esperándolo. Levantó la vista al cielo, la luz de la luna iluminó su rostro, una sonrisa sádica se dibujó en él. No importaba el tiempo que le llevara, podría esperar toda la eternidad si fuera necesario, pero la encontraría, y nuevamente estarían juntos, esa vez para siempre...
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NO ME OLVIDES -ADAPTADA TERMINADA- KENDALL SCHMIDT
FanficEs mi novela favorita. Les va a encantar. Todos los créditos al autor original.