~ CAPITULO 31 ~

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—Sí, está anclado en la bahía de San Francisco. De vez en cuando me gusta ir hasta allí y navegar en él hasta llegar a la bahía Suisun.
—Suena relajante.
—Lo es. —Metió ambas manos en los bolsillos de sus pantalones—. Me gustaría llevarte a dar un paseo algún día.
Lo dijo sin pensarlo, sin detenerse a considerar las consecuencias de aquel ofrecimiento, solo quería que ella pudiera experimentar la misma paz que él sentía cada vez que se internaba en el océano a bordo de su barco.
_______ no dijo nada, apenas le devolvió la sonrisa. La idea de salir a navegar con él sonaba excitante pero no estaba dispuesta a enfrentar el peligro que representaría estar a solas con él en alta mar.
_______ echó un nuevo vistazo a la cama. Al parecer era la única en el lugar y no entendía cómo él pretendía que ella durmiera allí. Era su habitación, su cama, su espacio, y ella no quería invadir su intimidad.
—Supongo que dormiré en el sofá del salón —afirmó.
—Supones mal, _______. Como un caballero que soy no puedo permitir que una dama duerma allí.
Dormirás en mi cama, yo usaré el sofá.
—Kendall, no tienes por qué hacer eso; puedo perfectamente dormir en el salón.
—Si quieres compartir el sofá conmigo, no voy a poner ninguna objeción; pero creo que estaríamos más cómodos si tú duermes aquí. —Mantuvo una expresión grave pero había una chispa de risa en sus ojos.
_______ se sonrojó e intentó fruncir el ceño, sin embargo, una sonrisa, al fin, se abrió paso en sus labios.
—Creo que tienes razón pero todavía estas a tiempo de arrepentirte.
—Buscaré tu maleta para que acomodes tus cosas.
Cuando salió aprovechó para echar un vistazo al cuarto de baño.
Las paredes estaban completamente cubiertas de azulejos blancos estampados con motivos marinos. El conjunto de sanitarios eran de una tonalidad azulada, al igual que la bañera que yacía recostada en un rincón, rodeada por una cortina de plástico. Salió cuando escuchó a Kendall entrar en la habitación.
—Aquí tienes. —Colocó la maleta sobre la cama.
—Gracias.
—Acabo de pedir una pizza —le avisó—. Supongo que debes estar hambrienta.
Comer ocupaba en ese instante el último lugar en su lista de prioridades a pesar de no haber probado bocado en lo que iba de día. Lo que más deseaba era darse un baño y relajarse un buen rato.
—En realidad no tengo hambre. —Se puso la mano en el vientre—. Tengo el estómago cerrado.
—Son los nervios, la tensión por la que has tenido que pasar.
Asintió; tenía razón en lo que decía aunque sabía muy bien que se debía a algo más, y ese algo tenía que ver precisamente con él.
—Me gustaría darme un baño y recostarme un rato —dijo ella mientras esperaba a que saliera de la habitación y la dejara sola.
—Por supuesto —respondió él sin moverse.
_______ se cruzó de brazos.
—¿No deberías esperar al repartidor de pizzas en otro sitio?
Kendall la miraba fijamente, el color de sus ojos se había vuelto más intenso. _______ sintió que la garganta se le secaba.
—¿Podrías salir, por favor?
—Claro, por supuesto. Lo siento. —Estaba actuando como un tonto—. Siéntete como en tu casa, te guardaré un par de porciones —le dijo y cerró la puerta corredera tras él.
Ya sola, _______ se dejó caer sobre la cama y suspiró. Pasó las manos por la manta, se sentía suave al tacto como si fuera de terciopelo. Cerró los ojos en un intento por calmarse un poco. ¿Qué estaba haciendo allí, en la habitación de aquel hombre y recostada en su cama? Levantó los párpados y observó los cuatro delgados postes de bronce que se erguían alrededor del lecho. Le parecía estar en otra época, en un palacio señorial, y aquella cama perfectamente podría pertenecer a algún rey europeo. Se rió de sus propios pensamientos y de lo soñadora que solía ser a veces. Se levantó de un salto y preparó la bañera, regresó a la habitación y comenzó a quitarse la ropa, no sin antes cerciorarse de que Kendall hubiera cerrado bien la puerta antes de irse. Buscó algo de ropa dentro de la maleta y volvió a meterse en el cuarto de baño.
Mientras tanto, en la cocina, Kendall se estaba comiendo una porción de pizza de pepperoni acompañado por Sam. Habría preferido compartir aquel almuerzo improvisado con _______ pero comprendía que lo que más necesitaba ella era descansar. La imagen de _______ durmiendo en su cama lo estremeció.
No sabía cómo haría para ignorar lo que ella despertaba en él al tenerla tan peligrosamente cerca, pero tenía bien claro en su cabeza que no podía involucrarse con esa muchacha. Debía mantener su objetividad y pensar en ella solo como testigo potencial del caso en el que estaba trabajando y que debía resolver por el bien de tanta gente. Le dio un pedazo de pizza a Sam y guardó el resto en el horno porque, con seguridad, _______ se despertaría con hambre luego.
Tenía que volver a la comisaría, no había hablado con Rachel después de la discusión y quería ponerse al tanto de los resultados de las investigaciones en casa de _______.
Fue hasta la sala y buscó la chaqueta. La puerta de su habitación estaba como él la había dejado. No supo por qué, pero camino hasta ella y apoyó la cabeza contra la madera. No se escuchaba nada, con seguridad, ya estaría dormida. Apretó la manilla. Lo que estaba a punto de hacer no era lo más prudente, pero necesitaba verla antes de marcharse. Corrió con cuidado la puerta y la observó desde allí. Dormía tranquilamente, su rostro se veía apacible y su cabello caía sobre la almohada. Se había cubierto solo con las sábanas y la manta estaba a los pies de la cama. La blusa de manga corta que llevaba dejaba sus brazos desnudos, uno descansaba encima de la almohada, mientras que el otro caía sobre su vientre. Se quedó observando el movimiento de su pecho, que subía y bajaba al ritmo de su respiración. De pronto, _______ se movió inquieta y entonces Kendall se percató de lo que estaba haciendo y cerró la puerta sin hacer el menor ruido. Caminó a toda prisa hacia la cocina, buscó un lápiz y un papel para dejarle una nota; la dejó sobre la mesa y salió.
En el pasillo, se cruzó con Mónica y Jessie Barton.
—Hola, Kendall. ¿Cómo estás? —saludó el joven matrimonio.
—Estoy bien. Disculpad, pero llevo prisa. —La puerta del montacargas se abrió—. Dadle un beso a la pequeña Priscilla de mi parte.
—Lo haremos —respondió Jessie—. ¿Por qué no vienes a cenar esta noche?
—Os agradezco, pero no puedo. —Les dedicó una sonrisa amable.
—No deberías trabajar tanto —dijo Mónica con el ceño fruncido.
—Ya me conoces, Mónica —respondió Kendall y se encogió de hombros mientras la puerta del montacargas se cerraba.
Unos extraños arañazos en la puerta la despertaron. Por un momento no recordó dónde se encontraba y se asustó. Luego, cuando reconoció la habitación, comenzó a calmarse.
Apretó el rostro contra la almohada. Aún conservaba el perfume de Kendall; ni siquiera el perfume de gardenias que ella usaba había disipado el fuerte aroma de su loción masculina. Se incorporó y observó la hora. Su reloj de pulsera le indicó que eran ya las tres de la tarde y por lo tanto había dormido más de dos horas. Miró hacia la puerta cerrada, parecía que alguien quería derribarla. Volvió a alarmarse, pero cuando escuchó los gimoteos de Sam del otro lado se levantó de inmediato y fue en su busca.
Apenas abrió la puerta, el perro se abalanzó sobre ella buscando sus manos.
—Hola, Sam. —Le apretó los mofletes y a él pareció no molestarle en absoluto—. Es bueno verte.
Luego, el labrador corrió y se metió debajo de la cama. Lo escuchó revolcarse sobre el suelo de madera.
—¿Qué haces ahí?
_______ se arrodilló y se agachó para poder ver mejor. Sam estaba mordiendo una vieja toalla hecha jirones.
—¡Eres un chico malo, Sam! —lo reprendió mientras movía la mano.
Sam dejó de morder y la miró con sus expresivos ojos pardos. Parecía que no era la primera vez que escuchaba aquellas palabras.
Se arrastró hacia ella y dejó los jirones a un lado.
—No debería hacerte mimos —le dijo con una seriedad que se esfumó cuando él comenzó a lamerle el rostro.
—¡Para! —La lengua húmeda le hacía cosquillas—. ¡Que te quedes quieto, Sam! ¡Esto no es gracioso!
No tuvo más remedio que tirarse al suelo y jugar un rato con la mascota. Cuando él, finalmente, desistió de ella y regresó bajo la cama, _______ notó que había algo además de la toalla hecha jirones, allí debajo.
—¿Qué tienes ahí?
Estiró el brazo, y su mano rozó una delicada tela, seda o algo parecido. Por fin, logró sacarla y descubrir de qué se trataba.
—¡Vaya, vaya! —Lo que _______ había hallado era un sujetador de seda color negro y adornado con encaje. Estaba sucio, pero seguía casi intacto. Con la prenda en la mano no supo qué hacer.
Seguramente, alguna de las amantes de Kendall lo había olvidado allí. Pensó que, tal vez, pertenecía a su compañera. Podía imaginarse el motivo de la discusión que habían tenido Kendall y la detective Parker aquella mañana. Lo más probable era que él le hubiese comunicado sus intenciones de llevarla a su loft, y, por supuesto, eso había enfurecido a la detective. Se puso de pie, se dirigió al cuarto de baño y arrojó el sujetador en la cesta de la ropa. No era asunto suyo; sin embargo, le molestaba haberlo encontrado debajo de la cama de Kendall. ¿Cómo haría él para llevar a alguna mujer con ella allí? Tal vez su vida amorosa se vería reducida por su culpa. No lo lamentaba; después de todo la idea de ofrecerle su casa había sido de él.
Regresó a la habitación pero ya no había señales de Sam. Sacó algo de ropa de la maleta y se decidió por unos vaqueros sencillos y una blusa. Se había despertado hambrienta y los ruidos en su estómago solo podrían aplacarse con algo de comida. Se recogió el cabello y abandonó la habitación.
El lugar estaba en completo silencio y Kendall no estaba por ningún lado. Debía de haberse marchado mientras ella dormía. Echó un vistazo a la terraza y descubrió a Sam jugando con un hueso de goma encima de una de las banquetas que acompañaban a los complementos de gimnasia.
Entró en la cocina y vio la nota de inmediato. La sacó y la leyó.
«_______, te he dejado pizza en el horno. Dispón de todo como si fuera tuyo. Regreso más tarde, Kendall.»
_______ hizo una bola con el papel y la tiró en al cesto de la basura.
Abrió el horno y sacó la caja de pizza. La colocó sobre la encimera que servía también de mesa y prefirió servirse un refresco antes que abrir una de las latas de cerveza que había visto. Se llevó un pedazo de pizza a la boca. Estaba fría pero no le importó. Encendió la radio y buscó la emisora de música más popular de Fresno, era la que siempre escuchaba. La melodía de una canción bastante melosa resonó en la cocina; al menos la música le haría compañía. La locutora de turno, de voz estridente, dio unos cuantos comerciales y luego dio paso al conductor de aquel programa vespertino.
Se llamaba Bob y se notaba que sabía hacer bien su trabajo. Los oyentes comenzaron a llamar a la estación para pedir sus temas preferidos. _______ canturreo las canciones que conocía y Sam regresó, curioso, a la cocina. _______ le dio otro pedazo de pizza y terminó de beberse su refresco mientras se balanceaba al ritmo de una canción que hablaba del amor no correspondido. El tema terminó y el locutor anunció que tenían una dedicatoria muy especial.
—Nos ha llamado un caballero que prefiere quedarse en el anonimato y mantener así el misterio, para dedicar una canción a una dama muy especial. Me pidió recitar una parte de la letra del tema que escucharemos a continuación. Dice así: «Te enviaré nomeolvides para ayudarte a recordar.» La canción es del año 1982; se titula Recuérdame y la intérprete es Patrice Rushen. _____(d), quien quiera que seas, tú eres la afortunada, y este tema va dedicado a ti.
_______ se quedó quieta, casi sin atreverse a respirar. Sintió una punzada de dolor aguda en la cabeza. Esa misma canción ya la había oído antes. Le era extrañamente familiar. El dolor de cabeza se hizo más persistente y tuvo que sentarse en uno de los taburetes para no caerse. Poco a poco la melodía se fue acabando y con ella cada nota que parecía perforar su cerebro. Sin embargo, la sensación que le había provocado se negaba a abandonarla...

NO ME OLVIDES -ADAPTADA TERMINADA- KENDALL SCHMIDTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora