~ CAPITULO 5 ~

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—Ve tú; yo, mientras tanto, voy a interrogar a la amiga de la víctima —le indicó Rachel y se dirigió hacia la sala.
—Dime que has encontrado algo realmente bueno —dijo Kendall ya en la cocina.
—Entró por aquí, detective. —Corrió la cortina en dónde había un círculo recortado en el cristal de la puerta.
Se acercó y abrió la puerta que daba a un patio trasero, delimitado por una cerca de madera. Había algunos sectores en donde la hierba había sido apenas aplastada, pero no lo suficiente como para poder tomar alguna huella de calzado. Salió al patio y comenzó a caminar; casi seguro era el mismo trayecto que horas antes había hecho el asesino. Cuando llegó hasta el fondo de la propiedad, echó un vistazo a la banqueta de madera apoyada contra la cerca.
—Dile a alguno de los forenses que venga —gritó.
—Enseguida, señor.
Segundos después, un hombre cuarentón enfundado en su mono blanco apareció en el patio.
—Busque huellas en la banqueta y en la puerta de la cocina —le indicó—. Es muy probable que se haya marchado saltando por aquí.
—Por supuesto.
Se quedó observando con atención cómo el forense echaba un polvillo oscuro sobre la banqueta para luego levantar las huellas dactilares. Kendall dudaba que alguna de ellas perteneciera al asesino, pero, aun así, no podían dejar pasar nada por alto. Cometería algún error y, entonces, finalmente, lo atraparían.
—¿Quieres un poco? —Rachel le ofreció un vaso de té helado.
—No, gracias. Sabes que detesto el té —gruñó Kendall desde su escritorio.
—Si bebieras un poco menos de café y probaras mi delicioso té verde no tendrías ese humor tan —levantó la vista al cielo raso y busco un adjetivo que no ofendiera a su compañero— especial.
—Sabes que no puedo vivir sin mi ración diaria de cafeína —replicó e intentó esbozar una sonrisa—. Será mejor que nos pongamos a trabajar.
—Sí, será lo mejor. —Acercó su silla al escritorio de Kendall y comenzó a leer unos papeles que sacó de una carpeta.
—He revisado una y mil veces el caso de la muerte de Anna Beasley y, cada vez que lo leo, me aterran las coincidencias con la muerte de Alison Warner —dijo y lanzó un suspiro.
—¿Qué fue lo que te dijo la amiga de Alison?
—Que comenzó a preocuparse cuando faltó a su cita sin avisar y luego no respondía al teléfono. —Sacó su libreta de anotaciones—. Según ella, llegó a su casa cerca de las siete y treinta, como Alison no respondía, tomó la llave que ella misma le había dado y entró a la casa, el resto ya lo sabes.
—¿Te dijo algo del aspecto que tenía Alison cuando la encontró? —quiso saber.
—Sí, me comento que le extrañó muchísimo verla vestida así y peinada con una trenza. Según ella, Alison nunca usaba esa clase de vestidos, y rara vez usaba trenza.
—Lo que tenemos, entonces, es que ambas víctimas tienen cierto parecido a alguien que pertenece a su mundo. Su fantasía consiste en hacerlas parecer lo más parecidas posible a ese alguien a quien busca representar una y otra vez.
—Tal vez, la clave sea descubrir quién es esa mujer —comentó Rachel mientras arrojaba su libreta sobre las carpetas.
Kendall asintió en silencio. Sus ojos azules se habían clavado en la pizarra ubicada detrás del escritorio en donde iban registrando los pormenores del caso. De repente, dio un respingo y saltó de su silla.
—¡Por Dios, Schmidt! ¿Quieres matarme de un infarto o qué?
Él ni siquiera la escuchaba; su atención estaba en las fotografías de ambas víctimas. Rachel se le unió y se cruzó de brazos.
—¿Y bien?
—Hay algo familiar en ellas —dijo y frunció el ceño. Recorrió ambos rostros, una y otra vez, mientras buscaba algo que le dijera que no estaba equivocado.
—¿Qué quieres decir?
—Yo he visto antes a esa mujer, Rachel —aseveró y la miró.
—¿Te refieres a la mujer que el asesino quiere revivir en su fantasía?
—Sí, sí. —Cruzó la oficina como una tromba y, a grandes zancadas, dejó el pasillo atrás.
Rachel corría detrás de él, pero sabía exactamente hacia dónde se dirigía su compañero. Bajaron las escaleras que llevaban al sótano y, cuando Rachel logró alcanzarlo, él ya estaba revisando uno de los expedientes abandonados en un viejo fichero de metal. Rachel echó un vistazo a lo que se había convertido en la oficina de casos no resueltos.
—¿Me vas a decir qué buscas exactamente? —Se plantó a su lado, pero él seguía ocupado revisando unos papeles que había sacado del fichero.
—¡Voilà! —exclamó después de unos segundos.
A Rachel le agradó la expresión de triunfo en su rostro. Aquella carrera hasta el sótano tal vez había valido la pena, después de todo.
Sacó entonces una fotografía.
—Mira y dime lo que ves. —Puso la fotografía ante sus ojos.
—A ver. —La tomó y la observó con atención. La misma expresión de triunfo apareció en su rostro cansado.
—¡Por Dios! —exclamó. La joven de la fotografía guardaba gran similitud con las dos víctimas halladas. Tenía el cabello y los ojos castaños, la trenza a un costado de su cabeza estaba casi deshecha, pero seguía siendo una trenza—. ¿Quién es? ¿Acaso es otra víctima, una que no hemos relacionado con este caso?
Schmidt sacudió la cabeza.
—¡No, no! —Le entregó el archivo—. Esta joven fue secuestrada hace cuatro años y, de alguna manera, logró huir de su captor. El caso nunca fue resuelto; ella apareció tres meses después, pero no recordaba nada de lo sucedido.

CAPITULO #5
Rachel lo escuchaba mientras leía los pormenores del caso.
—El tatuaje, lleva el mismo tatuaje —comentó al observar una foto del nudo celta marcado a fuego.
—Sí, se lo hicieron mientras estuvo cautiva —afirmó pensativo.
Rachel distinguió un nombre familiar cuando estuvo a punto de cerrar la carpeta.
—Kendall. —Hizo una pausa—. El investigador del caso fue...
—Sí, fue mi padre, Rachel —dijo, a la vez que terminaba la frase de su compañera. Una sombra de tristeza cubrió el color verdiazul de sus ojos.
—Deberías hablar con él, tal vez pueda ayudarnos.
—Lo sé. —Sabía que sería difícil tratar aquel asunto con su padre después de tantos años, pero debía intentarlo.
—Si lo deseas, puedes ir ahora, yo, mientras tanto, iré al laboratorio para ver si hay alguna novedad —dijo y apoyo una mano en su hombro.
Él asintió, aun cuando parecía no haber escuchado nada de lo que le había dicho. Echó un vistazo a su reloj, habían pasado quince minutos de las siete.
—Espero que me dejen verlo a estas horas.
—A cualquier problema les muestras tu placa y pan comido,Jendall Schmidtt. —Rachel le sonrió y le dio el ánimo que necesitaba.
—Tienes razón. —Se dirigió hacia la escalera—. Avísame si los del laboratorio han encontrado algo.
Rachel le dijo que sí y volvió a poner toda su atención en el expediente que llevaba en las manos.
Apenas puso un pie fuera de la jefatura, los periodistas se abalanzaron sobre él como moscas a la miel. Cualquier intento de esquivarlos, esa vez, sería inútil. Respiró hondo y se armó de la paciencia necesaria para enfrentarlos.
—¡Detective, detective! —La marea de hombres y mujeres que sostenían sus micrófonos y grabadoras se arremolinó alrededor suyo.
—¡Con calma, por favor! —pidió y levanto las manos para evitar que un micrófono terminara en su boca—. Soy el detective Kendall Schmidt y responderé a sus preguntas.
—Detective Schmidt, estamos en directo para el noticiario de las siete —le anunció una mujer morena que se abría paso entre sus colegas—. ¿Puede confirmar, finalmente, que estamos ante un asesino en serie, que los dos asesinatos fueron cometidos por la misma persona?
En todos sus años como policía sabía a la perfección qué preguntas responder y cuáles no, y aquella, definitivamente, pertenecía a la segunda categoría.
—Señorita, no puedo confirmar lo que usted dice —respondió, de manera escueta, ante la expresión de fastidio de la mujer.
—¡Detective, para el Fresno Bee! —Una mujer le acerco la grabadora a la cara—. ¿Es verdad que en las escenas de los crímenes se encontraron pétalos de flores alrededor de las víctimas?
A Kendall no le sorprendió la pregunta con anterioridad, en varias ocasiones, se había filtrado información importante que había llegado hasta la prensa. Y, muchas veces, aquello significaba un tropiezo en la investigación.
Kendall frunció el ceño.
—No sé cómo ha llegado hasta la prensa esa información, pero cualquier dato que se revele en el momento inadecuado solo puede estropear nuestro trabajo.
—Pero ¿es verdad, entonces? —insistió la reportera.
—¿Es verdad? —Todos lo acribillaron con la misma pregunta, mientras el avanzaba hacia su automóvil.
—Prefiero no responder —dijo y subió al vehículo.
—Eso suena a afirmación, detective —dijo el reportero que le había hecho la pregunta en primer lugar.
—Piense lo que quiera. —Comenzó a subir el cristal de la ventanilla—. No más comentarios, muchas gracias.
Su agradecimiento sonaba falso, y en realidad lo era. Odiaba aquello, era una de las partes engorrosas que conllevaba su trabajo y estaba seguro de que nunca se acostumbraría. El deber de la prensa era mantener informada a la comunidad, pero a veces, sentía que algunos hacían su trabajo solo para saciar su propia curiosidad o por pura morbosidad.
Encendió el motor de su Mustang y se marchó a toda prisa. Dejó a los periodistas con la palabra en la boca.

NO ME OLVIDES -ADAPTADA TERMINADA- KENDALL SCHMIDTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora