~ CAPITULO 30 ~

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_______ le dirigió una mirada interrogante.
—¿Qué hacemos aquí?
—Buscamos un lugar seguro en el que puedas instalarte —respondió él con tranquilidad, y se puso en marcha.
—¡Espera! —Le tironeó de la chaqueta—. ¡No puedo quedarme aquí!
Kendall se detuvo y lanzó un suspiro. Sabía que aquel momento llegaría. Se armó de paciencia y la miró a los ojos. Esperaba que ella comprendiera el porqué de aquella situación.
—Es perfecto, nadie podrá imaginarse jamás que tú estás aquí; es precisamente lo que necesitamos.
_______ sabía que los argumentos que Kendall le estaba dando eran válidos, pero en su cabeza no lograba concebir que él y ella pudieran llegar a convivir bajo el mismo techo; mucho menos después de lo que había sucedido en la habitación de su casa. Era simple: no podía aceptar.
—No puedo; no puedo vivir aquí contigo —dijo por fin.
—¿Por qué no? —Preguntó él mientras dejaba la maleta en el suelo—. Es un lugar que no llama mucho la atención; hay suficiente espacio para que podamos convivir sin ningún problema y, además, a Sam le encantará tener un poco de compañía femenina.
_______ frunció el ceño.
—¿Sam?
—Sí, ya lo conocerás —dijo y sonrió de oreja a oreja—. Subamos y discutamos el asunto mientras comemos algo. No sé tú, pero yo vengo hambriento.
Volvió a recoger la maleta y comenzó a caminar hacia la entrada del edificio mientras _______ continuaba de pie en el mismo lugar. Aquello no podía estar sucediendo, debía hallar una solución y marcharse cuanto antes.
—¿Piensas quedarte ahí mucho tiempo? —le preguntó él mientras entraba.
_______ se cruzó de brazos para contrarrestar la rabia que estaba sintiendo. Había aceptado ayudarle y dejar que le buscara un lugar donde quedarse por su propia seguridad, pero nunca había esperado que él la llevara a su casa. Podría haberse quedado atornillada allí hasta que el sol que caía directamente sobre su cabeza terminase por asarla y demostrarle así que no estaba de acuerdo con lo que pretendía hacer; sin embargo, sospechaba que él era capaz de dejarla allí; sabía que tarde o temprano, acabaría por ceder. Comenzó a avanzar pesadamente hacia él y cuando lo alcanzó junto a la puerta Kendall se mordió el labio inferior para contener la risa.
—Qué bueno que hayas comprendido lo que es mejor para ti.
Cuando _______ lo miró, sus ojos castaños despedían chispas de cólera.
—Todavía no está dicha la última palabra —respondió secamente.
Caminaron hasta un montacargas enorme que funcionaba como ascensor y él le cedió el paso. Ella entró y se recostó contra la pared en el lado opuesto a Kendall. Tenía la vista clavada en el techo y evitó tener contacto visual con él en todo momento. Segundos después, el ascensor se detuvo y Kendall salió primero. _______ echó un vistazo al pasillo, aquel lugar parecía demasiado solitario.
—¿Hay otros inquilinos aparte de ti y del tal Sam? —preguntó mientras caminaba detrás de él.
—Solo hay cuatro lofts en el edificio, solo tres están habitados. Te van a encantar mis vecinos. —Se detuvo y le señaló una de las dos puertas que había en aquel pasillo—. Allí viven Mónica y Jessie, con la pequeña Priscilla; en el tercer piso, viven el señor y la señora McKey y sus cinco gatos. Ya irás conociéndolos a todos.
Según sus palabras Kendall esperaba realmente que aceptara quedarse en aquel lugar. Sería mejor hablar en serio con él y hacerle entender que aquello no era más que una locura.
Llegaron hasta la puerta que estaba al final del pasillo y _______ supo que, detrás, se encontraba el mundo privado de Kendall Schmidt; un mundo al que no estaba segura de querer entrar y, mucho menos, conocer.
Kendall entró y arrojó las llaves dentro de una vasija de barro que descansaba sobre una mesita de mimbre.
—Bienvenida a mi hogar. —Extendió los brazos y la invitó a pasar.
_______ se preguntó a cuántas mujeres habría llevado a aquel lugar y les habría dicho lo mismo. Con seguridad la detective Rachel Parker había tenido el honor de conocer la casa también.
_______ se sorprendió gratamente cuando puso el primer pie dentro de aquel lugar. No era una vivienda tradicional sino un enorme loft con paredes revestidas en ladrillo rústico que imitaban la fachada externa del edificio. Unas columnas de hormigón, distribuidas de forma simétrica, parecían sostener el techo. Todo estaba ubicado en un solo ambiente. El salón comedor y la cocina estaban separados de lo que, supuso sería la habitación principal, por una puerta corredera de madera. Un gran ventanal daba a una terraza completamente cubierta donde _______ distinguió unos cuantos aparatos de gimnasia.
El salón apenas estaba amueblado; había un enorme juego de sofás color azul, adornado con almohadones de gobelino, y la mesa de centro era un baúl bajo de cuero color peltre. A un costado una estantería de madera de dos puertas sostenía una enorme pantalla de televisión.
Enfrente había una mesa de billar donde las bolas de marfil estaban esparcidas sobre el paño verde y gastado, como esperando una partida pendiente. Dos de los muros estaban cubiertos por posters de viejas películas de ciencia ficción y terror.
—¿Te gusta? —Por la expresión de fascinación en el rostro de _______ sabía de antemano cuál sería su respuesta.
_______ caminó por el salón y salió a la terraza. Kendall corrió detrás de ella y se dejó contagiar por su entusiasmo; parecía que no le iba a costar tanto convencerla, después de todo.
Además de los aparatos de gimnasia y las pesas, había un juego de mesa y sillas de madera y macetones de terracota con flores de diversas variedades al pie del balcón. Se dirigió hacia el mirador y a pesar de no estar a demasiada altura, la vista desde allí era maravillosa. Se podía ver el centro de Fresno y se imaginó la belleza de aquel mismo panorama en una noche de luna llena.
—¡Es maravilloso, Kendall! —En ese momento, todas las excusas que había recopilado en su cabeza para negarse a su loca idea de vivir con él se disiparon ante la magnitud y belleza de aquel sitio. Era consciente de que no debía mostrarse tan entusiasmada frente a él; en especial, después de haber protestado y rechazado su propuesta. Pero debía reconocer que no le molestaría pasar unos días en aquel lugar.
—Sí, lo es —dijo él y apoyó los codos en el balcón—. No lo cambiaría ni por la casa más lujosa del mundo.
_______ distinguió algo que se movía entre las enormes hojas verdes que caían de una de las jardineras. Se inclinó y con las manos apartó el follaje para descubrir quién estaba oculto mirándola con sus enormes ojos pardos. Un labrador, con el hocico ancho y respingón, se asomó con timidez.
—Hola, encanto. —Le acarició la cabeza al perro que parecía estar complacido por sus mimos—. ¿Cómo se llama? —quiso saber.
—Te presento oficialmente a Sam, el verdadero dueño de este lugar.
_______ sonrió.
—Entonces este es el famoso Sam —comentó mientras rascaba la barbilla al labrador.
—Pues sí. Parece un chico agradable cuando acabas de conocerlo pero, créeme, puede convertirse en un verdadero fastidio —bromeó.
—Yo no lo creo. —Lo miró con suspicacia—. ¿Sabes lo que dicen, no? Los perros siempre terminan pareciéndose a sus dueños.
Kendall frunció el ceño.
—Si buscabas ofenderme, lo has logrado.
_______ sonrió.
—No seas tonto. —Volvió a dirigir toda su atención a Sam, que se empeñaba en lamer la mano de _______ como si fuera un delicioso hueso.
—¡Sam, compórtate! —le advirtió Kendall; alzó la mano y le apuntó con el dedo.
—Déjalo, no me molesta. —Le acarició el lomo salpicado por dos manchas marrones y Sam se arrojó al suelo.
—Lo has conquistado realmente. —Aquello no era habitual. Sam siempre había sido un tanto receloso a la hora de recibir visitas; sobre todo cuando se trataba de mujeres—. No tiende a ser tan cariñoso con los extraños; en especial, con los de tu género.
_______ intentó ignorar su comentario, pero si Sam hubiese podido hablar, le habría preguntado cuántas mujeres habían pasado por allí antes que ella.
—Tengo una conexión especial con los animales. —Su voz se tornó melancólica de repente.
Kendall sabía que el recuerdo de haber visto la cabeza de su gato no le sería fácil de olvidar; tal vez, Sam y sus lengüetazos lograran animarla.
—¿Te imaginarás por qué lo llamé Sam, no?
—Creo que sí. ¿Eres fanático del cine de terror?
—No, no. Clásicos de terror y ciencia ficción —la corrigió.
—Ok, no es difícil concluir que lo llamaste así debido a Sam.M Karloff.
—El gran Sam.M Karloff —la volvió a corregir—. Supongo que habrás visto algunas de sus películas.
_______ negó con la cabeza.
—Eso tiene arreglo. Tengo una colección completa de películas del género.
—Suena interesante —no supo qué más decir, pues las películas de terror no eran sus favoritas; prefería una buena comedia romántica o alguna película de época.
—No te veo muy entusiasmada con la idea. —Sus labios se curvaron en una sonrisa.
—Me encantará ver alguna de tus películas —mintió.
—No te creo, pero no importa.
Sam lentamente se fue quedando dormido mientras ella le rascaba la barriga con suaves movimientos circulares.
—Así cualquiera se relaja —dijo Kendall mientras observaba cómo los delgados dedos de _______ acariciaban la barriga prominente de su perro.
—Dejémoslo que duerma, al parecer, está cansado.
—Sí, de romper todo lo que encuentra a su paso.
—Es un perro y los perros suelen hacerlo; sobre todo para llamar la atención de sus dueños —le explicó mientras bajaba la voz.
—Entonces quisiera saber cuál es su secreto para haber obtenido la tuya casi de inmediato. —Él también había bajado la voz y sonaba más grave de lo habitual. Un escalofrío bajó por la espalda de _______.
Recordó las palabras de Leslie cuando le dijo lo sensual que era su voz, y debía reconocer que su amiga tenía razón.
Kendall notó que su comentario la había perturbado.
—Entremos, así conoces el resto —le sugirió.
Ella asintió y regresaron al interior.
La siguiente parada era la cocina. Era pequeña, pero con el mobiliario necesario. En el centro, había una encimera con cajones y puertas a ambos lados; dos taburetes de madera la rodeaban. De la pared colgaban tres armarios con laminado plástico blanco con detalles en caoba.
—Es sencilla, pero confortable —comentó.
—La decoré yo mismo, y no solo la cocina. —Le tomó la mano—. Ven.
Ella se dejó llevar sin oponerse. Se detuvieron frente a la puerta corredera que Kendall abrió en un santiamén. Como _______ había adivinado, aquella era su habitación y él estaba invitándola a conocerla. El suelo, a diferencia del resto del lugar que era de linóleo color ocre, era de madera de navío restaurada Un armario con espejo biselado de estilo inglés descansaba junto a otra puerta que daba al cuarto de baño. La cama estaba rodeada con un dosel de bronce que le daba un aspecto muy señorial, y una manta color índigo combinaba a la perfección con las paredes empapeladas en azul celeste; una gran butaca descansaba junto a la ventana. Le llamó la atención la miniatura de una goleta sobre la mesita de noche.
—¿Te gusta navegar?
—Mucho. —Esbozo una sonrisa—. Tengo mi propio velero —le contó.
—¿De veras?

NO ME OLVIDES -ADAPTADA TERMINADA- KENDALL SCHMIDTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora