~ CAPITULO 48 ~

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Kendall atravesó el pasillo de la comisaría de policía a toda prisa. Llevaba casi media hora de retraso y no estaba dispuesto aquella mañana de domingo a soportar las reprimendas de su compañera. Cuando llegó a la puerta de la oficina que compartía con Rachel se detuvo un instante. Se arregló el nudo de la corbata y se acomodó dos rizos que le caían sobre el rostro. Esperaba no ser demasiado obvio, pero le era difícil ocultar la dicha que sentía por dentro y que amenazaba con quedar expuesta en cualquier momento. Sobre todo delante de su compañera que a la hora de descubrir lo que pasaba en su interior era más eficiente que él mismo. El olfato detectivesco de Rachel Parker, sin lugar a duda, podía llegar a ser un arma de doble filo.
Entró por fin y la encontró sentada detrás de su escritorio leyendo unos papeles.
—Al fin, Schmidt —dijo y levantó la vista para observarlo—. Parece que se te han pegado las sábanas.
Kendall desvió la mirada y caminó hasta su escritorio.
—¿Alguna novedad? —Se sentó y recostó la espalda en la silla—. ¿Ha llegado Jonathan Thomas?
Rachel cerró la carpeta que estaba leyendo y se levantó.
—No, no ha llegado todavía, pero tengo malas noticias —dijo preocupada.
A Kendall se le hizo un nudo en la garganta. ¿Acaso Phil ya sabía lo que estaba sucediendo y le iban a comunicar, de forma oficial, que lo retiraban del caso? Se removió inquieto en su silla; de repente, el nudo de la corbata comenzó a molestarle demasiado.
—¿Qué sucede? —hasta temía hacer aquella pregunta.
Rachel percibió su agitación.
—Las huellas de pisadas encontradas en la habitación de Tessa Hodgins y en el sótano de _______ no concuerdan con las de Jack Gordon.
Podría haber respirado aliviado, pero aquella definitivamente no era una buena noticia.
—No pareces demasiado sorprendido —comentó Rachel y frunció el ceño.
—No es solo lo que me acabas de decir. Es cierto que encontramos el bisturí en su casa, pero no tenía sus huellas; tampoco las encontramos en la cabina telefónica y su coartada se la da su propia madre.
—Que puede estar mintiendo. Después de todo, su hijo es lo único que tiene —alegó Rachel y miró con atención a su compañero. Estaba extraño, demasiado nervioso tal vez.
Phil Conway entró en la oficina sin llamar.
—Muchachos, acaba de llegar el niño con su padre —les anunció y volvió a salir.
—¿Sucede algo? —Preguntó Rachel—. Te has puesto pálido cuando ha entrado el jefe.
—No es nada; no te preocupes. —Se levantó de un salto—. Vamos, no perdamos tiempo.
En la pequeña habitación contigua a la sala de interrogatorios Jonathan Thomas y su padre los esperaban acompañados por un oficial. El niño parecía tranquilo, no así su padre.
—¿Está seguro de que el sujeto no puede vernos?
—Sí, señor Thomas. —Lo tranquilizó Kendall—. Él no podrá verlos; tampoco sabe de su presencia aquí.
Rachel observó al niño pelirrojo sentado en el regazo de su padre.
—Hola, Jonathan. Mi nombre es Rachel. —Extendió la mano.
El pequeño la miró y extendió su pequeña mano hacia ella.
—¿Eres policía?
—Así es.
La atención de todos se dirigió a la sala de interrogatorios. Jack Gordon acababa de ser traído y descansaba en una silla. Tenía los brazos esposados apoyados sobre las piernas y observaba hacia el espejo que tenía enfrente.
Kendall notó el nerviosismo en el padre del niño.
—Le repito, señor Thomas. El sospechoso no puede ver el recinto en el que nos encontramos.
Él asintió.
—Jonathan, ¿sabes por qué estás aquí? —le preguntó Kendall y se arrodilló junto a él.
El niño asintió y unos rizos color fuego se movieron sobre su frente.
—Quiero que mires bien a ese señor y me digas si lo has visto antes.
Jonathan volvió a mirar a Jack Gordon. Todos se quedaron en silencio esperando escuchar lo que podía que decirles. Pero lo que el niño les dijo no fue, precisamente, lo que ellos querían oír.
—No lo conozco —dijo y acompañó su respuesta con un movimiento de cabeza.
—¿Estás seguro? ¿No es el señor que te pidió que entregaras un paquete el otro día? —insistió Kendall.
Jonathan miró con más atención a Jack Gordon.
—No lo creo. Aquel hombre llevaba una gorra de béisbol oscura y una bufanda alrededor del cuello. Casi no pude verle la cara —respondió.
—Míralo bien, Jonathan. Tal vez, si te concentras mejor, logres recordar algún detalle.
Entonces, Jack Gordon levantó ambos brazos y los apoyó sobre la mesa.
Jonathan se levantó y se acercó al cristal de la ventana.
—Hijo...
—Dejadlo —pidió Rachel.
—El anillo —dijo de repente mientras miraba la mano del detenido—. El hombre del paquete llevaba un anillo.
Kendall le hizo una seña a su compañera que abandonó enseguida el lugar. Segundos después la vieron entrar a la sala de interrogatorios para pedirle a Jack Gordon que le entregara su anillo. Ella lo metió dentro de una bolsa de evidencias y regresó con los demás.
Le entregó la pequeña bolsa transparente a Jonathan.
—Obsérvalo bien y dime si es el mismo que usaba aquel hombre.
Jonathan tomó la bolsa entre sus manos y tras observar el anillo durante un instante, levantó la mirada.
—Es el mismo —dijo y le devolvió la bolsa a Kendall—. Tiene los mismos dibujos.
Kendall le sonrió.
—Gracias, Jonathan. Nos has ayudado mucho.
—¿Podemos irnos ahora? —preguntó su padre y se puso de pie.
—Sí, muchas gracias, señor Thomas. —Apoyó la mano en el hombro del niño—. Eres un buen muchacho, Jonathan.
Jonathan sonrió y se marchó abrazado a su padre.
-Continuación-
—¿Qué crees que significan? —preguntó Rachel mientras miraba el anillo.
—Si no me equivoco, son letras del alfabeto griego; solo es cuestión de averiguar cuáles.
—El anillo lo incrimina directamente; al menos, con el envío del paquete a _______ —comentó Rachel.
Kendall asintió.
—Sigo sin verte demasiado convencido al respecto.
—Me habría convencido más si Jonathan lo hubiera identificado.
—¡Pero llevaba una gorra y una bufanda que le cubría casi todo el rostro! A cualquiera le habría sido difícil dar una identificación positiva bajo esas circunstancias.
—Tienes razón. —Respiró hondo—. Será mejor que hable con él.
—Está bien, me quedaré aquí para observaros.
Cuando Kendall entró en la sala de interrogatorios notó de inmediato le expresión de fastidio en el rostro de Jack Gordon.
—¿Para qué demonios necesitaban mi anillo? —preguntó y levantó la voz.
Kendall se sentó y puso la bolsita que lo contenía sobre la mesa.
—El que hace las preguntas aquí soy yo. —Se cruzó de brazos—. Deja que haga mi trabajo, Jack.
—No hablaré hasta que mi abogado esté presente.
—Es un derecho que tienes y no pienso violarlo; aunque en tu lugar, no me mostraría tan reacio a cooperar.
Jack Gordon no dijo nada.
La puerta se abrió en ese instante y Richard Müller, su abogado, entró y se unió a ellos.
—Señor Gordon, espero que no haya respondido a ninguna pregunta durante mi ausencia —dijo y miró de reojo a Kendall.
—No se preocupe, abogado. Estábamos apenas comenzando —respondió Kendall sin ocultar su sarcasmo.
Se sentó junto a su cliente y abrió una carpeta. Kendall no iba a esperar más.
—Hábleme del anillo.
—¿Qué pasa con él?
—¿Tiene algún significado?
—Es el anillo de la fraternidad a la que pertenecí cuando estaba en la universidad —respondió—. Delta Omega.
—Bien. ¿Podría decirme dónde estaba la mañana del día quince?
—No tengo muy buena memoria —respondió con frialdad.
—Le recomiendo que intente recordar —dijo Kendall mientras se armaba de paciencia.
—No lo sé, supongo que estaría trabajando.
—Usted trabaja en un taller mecánico, ¿verdad?
—Sí. El taller de Alfie. Él y los muchachos podrán confirmarle que esa mañana me encontraba allí.
—Hablaremos con ellos.
—¿Por qué es tan importante el anillo, detective? —quiso saber Richard Müller.
—Alguien lo ha reconocido como el mismo que llevaba el hombre que le envió un paquete a _______ Carmichael con la cabeza de su gato en el interior.
Jack Gordon se quedó atónito.
—¿Y ahora creen que yo también lo he hecho?
—Debemos comprobar su coartada.
—El plazo para retener a mi cliente vence hoy, detective —replicó el abogado.
—Lamento informarle que, ante las nuevas evidencias que han surgido, su cliente deberá pasar un tiempo más entre rejas.
Jack Gordon miró desesperado a su abogado.
—¿Eso es legal? ¿Puede retenerme más tiempo aquí?
Richard Müller lanzó un suspiro.
—Me temo que sí, Jack. No hay nada que yo pueda hacer al respecto. Confiemos en que comprueben su coartada —agregó mientras miraba a Kendall.
—¡Pero yo no tengo nada que ver en todo este asunto! —Se giró hacia Kendall—. ¿Sabe cuántos más deben andar por ahí con el mismo anillo? Todos lo que pertenecimos a Delta Omega tenemos uno.
—No es solo el anillo, Jack. También está el bisturí —le recordó.
—En el que, según tengo entendido, no encontraron las huellas de mi cliente —intervino el abogado.
—Mire, estamos haciendo nuestro trabajo. Sí su cliente es inocente, saldrá en libertad; y si por el contrario es el hombre que buscamos, yo mismo me encargaré de que pague por todo el daño que ha hecho.
—¿Es eso una amenaza, detective?
—Es una promesa, abogado.
Se levantó de su silla, recogió la bolsa que contenía el anillo y salió de aquella habitación que ya comenzaba a ahogarlo.
—Kendall, necesito que hablemos. —La voz de su jefe le hizo detenerse en seco.


_______ observó a través de la ventana de su taller improvisado y la embargó una sensación de impotencia. Era un día maravilloso y el sol pendía en lo alto del cielo e inundaba la ciudad de Fresno con su calor. Era una jornada ideal para aprovecharla al aire libre y no encerrada entre aquellas cuatro paredes. Se consoló pensando que al menos tenía sus cuadros y podría entretenerse con ellos mientras el reloj corría sin que ella se diera cuenta. De todos modos, extrañaba los paseos por el parque con Leslie y las carreras matutinas diarias. Desde que vivía en casa de Kendall había salido a correr solo una vez y no podía protestar al respecto. Ella misma había estado de acuerdo en aceptar sus condiciones. Si él no podía acompañarla, no saldría. Y, dicho y hecho, casi nunca estaba disponible para hacerlo.
Dejó escapar un suspiro de resignación. Deseaba que aquella pesadilla llegara a su fin lo antes posible; de lo contrario terminaría por enloquecer.
Sam se acercó por detrás y comenzó a saltarle.
—Al menos te tengo a ti para no aburrirme —le dijo y le rascó la cabeza.
Decidió que lo mejor que podía hacer era ponerse a pintar. Comenzaría una nueva obra aquella mañana; se sentía con el ánimo renovado y necesitaba volcar en sus lienzos lo que experimentaba.
No sabía cuándo regresaría Kendall. Al marcharse por la mañana después de que hubieran hecho el amor nuevamente, le había dicho que procuraría volver lo antes posible. Lo echaba de menos, recordar los momentos vividos entre el calor de sus brazos solo hacía que lo extrañara más, que lo necesitara desesperadamente y que el amor que sentía por él la arrollara con la fuerza de un huracán.
Se estremeció al evocar la noche de pasión que habían compartido. Ninguno de los dos había mencionado la palabra «amor»; sin embargo, _______ sabía que no había hecho falta. Lo amaba y estaba segura de que él la amaba también.
Colocó un lienzo en blanco sobre el bastidor y vació un poco de trementina en un recipiente de vidrio limpio.
De pronto, Sam se puso inquieto.
—Sam, ¿qué sucede?
El perro ni siquiera la escuchó; corrió hacia la puerta y comenzó a arañarla, pedía salir.
_______ se acercó y le abrió la puerta. Sam corrió a través del pasillo y se perdió de inmediato del alcance de su vista.
—¡Sam, ven aquí!
_______ corrió tras él y alcanzó a ver su trasero bajando por las escaleras.
Intentó alcanzarlo pero Sam corría como el mismísimo demonio, se escabullía una y otra vez. Creyó que lo encontraría frente a la puerta del loft; tal vez había presentido la llegada de Kendall. Pero la puerta estaba cerrada y no había señales de él en ninguna parte.
Entonces, lo escuchó ladrar; sus ladridos provenían de la planta baja. Sin dudarlo, bajó los últimos escalones y cuando llegó abajo y vio a Sam tirado en el suelo creyó que se desmayaría...

NO ME OLVIDES -ADAPTADA TERMINADA- KENDALL SCHMIDTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora