~ CAPITULO 13 ~

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—¡Sam, sal de aquí!
La lengua áspera y húmeda del labrador de más de veinticinco kilogramos le había dejado una mancha pegajosa en la mejilla y en la parte baja de la mandíbula. Intentó apartarlo con una sola mano, ya que con la otra sostenía una de las mancuernas de hierro que levantaba cada mañana, no solo para mantenerse en forma, sino para relajarse y olvidarse un poco del estrés del trabajo.
—¡Te lo advierto, pequeño demonio! —Pero sus amenazas no surtieron el efecto deseado; el robusto y mofletudo Sam insistía en que aquella mañana el rostro de Kendall fuera su juguete favorito.
Kendall tomó, entonces, la toalla que descansaba sobre el aparato de pesas y la arrojó lo más lejos posible. Fue a dar al otro lado de la terraza, junto a la puertaventana que daba al salón comedor y que, por fortuna, había dejado abierta; de otro modo, el perro se habría estrellado contra ella.
Lo observó mientras corría en busca de su presa; a pesar de su sobrepeso y sus patas cortas, poseía la velocidad que, seguramente, solo le daban su ímpetu y sus ganas de complacer y jugar con su amo.
Se sentó en la banqueta de cuero negro y dejó la mancuerna en su lugar antes de que Sam regresara a entregarle la toalla. Apoyó los codos sobre las piernas y se pasó ambas manos por el cabello. Cerró los ojos en un intento por normalizar su respiración. Se preguntó por qué Sam estaba tardando en regresar con la toalla. Cuando levantó por fin la vista lo supo, el pequeño bribón se había quedado dentro de la sala y estaba recostado sobre la toalla o lo que quedaba de ella. Su fuerte mandíbula mordía unos cuantos jirones, mientras sus garras tironeaban con fuerza de la tela hacia abajo.
Kendall no supo si reprenderlo o dejarlo que siguiera entreteniéndose con su nueva adquisición. Se decidió por lo último, al menos, por un rato, se olvidaría de él.
Se puso de pie y levanto los brazos por encima de la cabeza y los estiró lo más que pudo. Respiró profundamente un par de veces y los bajó.
Repetía aquella rutina de ejercicios, al menos, cinco veces a la semana y de alguna manera, le servía de escape de su rutina de trabajo que se iniciaba cada mañana a las ocho. Miró el reloj que colgaba en la pared de enfrente, tenía todavía treinta minutos, el tiempo suficiente para pegarse una ducha y desayunar de forma decente. Se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano y sin perder tiempo, se dirigió hacia el cuarto de baño. Quince minutos después, renovado y oliendo a menta, se preparó un desayuno rápido. Aquella mañana consistía en una buena taza de café y un par de rosquillas que había comprado en la mejor pastelería de todo el Tower District, como él la consideraba. Se sentó sobre la mesa y le dio un mordisco a la crujiente masa. No se sorprendió cuando Sam apareció de la nada y se sentó a su lado para mirarlo con ojos de corderito degollado, con la clara intención de obtener lo que quería.
Kendall sonrió, le arrojo la mitad de una rosquilla y lo observó irse contento a su rincón predilecto para saborearla. Bebió un sorbo de café y, de pronto, como una ráfaga que llega sin previo aviso, la imagen de _______ Carmichael vino a su mente.
Habían pasado dos días desde la visita a su casa, y no había tenido noticias suyas. Estaba asustada en ese momento, sus ojos castaños habían reflejado el terror que significaba para ella revivir la historia de su secuestro. Habría deseado no necesitarla, poder prescindir de ella y dejarla tranquila, pero no podía. Estaba seguro de que ella era la única que podía ayudarle a atrapar al asesino. Porque ya no dudaba de que era el mismo que la había secuestrado cuatro años atrás y había acabado con la carrera de su propio padre. Mientras terminaba de beberse el café, decidió que, aunque ella no lo llamara ni quisiera saber nada con él, insistiría en su propósito y lograría convencerla. Sería una tarea difícil, pero no se detendría hasta derribar la barrera de temor que le impedía poder recordar. _______ era una mujer frágil y vulnerable, una mujer a la que cualquier hombre querría proteger y cuidar.
Lo embargó la misma sensación que había experimentado cuando, sin querer, sus brazos se tocaron.
Había algo en ella que le atraía, y no era solo su belleza, era algo que había llegado a percibir detrás de su mirada. Quería volver a verla. Dos necesidades completamente diferentes se debatían dentro de él. Precisaba a _______ para resolver el caso, quizá, y detener a aquel hombre que tanto daño había hecho. Pero la necesitaba aun más de una manera que todavía no llegaba a comprender, y eso le desconcertaba. Tampoco comprendía por qué no había podido dejar de pensar en ella durante esos dos días. Se dijo a sí mismo que solo era porque sospechaba que estaba en peligro y quería protegerla, y de paso, obtener la ayuda que solo ella podía brindarle; pero sus propias cavilaciones al respecto no lograron convencerlo por completo. Debía verla de nuevo. Tenía que verla. No supo exactamente la razón de su deseo, pero lo único que sí sabía era que la volvería a buscar; y la próxima vez, necesitaría ser más convincente.
La taza casi se le cayó de las manos cuando la melodía de su teléfono móvil comenzó a sonar.
—Schmidt —dijo con voz fuerte y clara.
—¿Estás fuera de la cama, compañero?- La voz de Rachel al otro lado de la línea sonaba demasiado seria.
—Sí. ¿Qué sucede? —Sabía que eran malas noticias.
—Ha atacado de nuevo, Kendall. —Se oyó un suspiro.
Kendall dejó escapar una maldición en voz baja.
—¿Dónde?
Tras oír los datos que le pasó su compañera, colgó. Sin perder tiempo, se colocó la cartuchera y se cercioró de que su arma reglamentaria estuviese en su lugar. Buscó su chaqueta de cuero y antes de marcharse saludó a Sam que continuaba destrozando su presa y que apenas le prestó atención.
Al llegar a la escena del crimen, creyó que vomitaría la rosquilla que había desayunado apenas unos minutos antes. Todo el lugar parecía una copia idéntica de las dos escenas anteriores. Metódico, organizado. El sujeto que buscaban era lo suficientemente calculador y muy seguro de su propio control.
—Se siente poderoso al ejercer su control frente a su víctima, pero obtiene más poder al controlarse a sí mismo —murmuró en voz baja.
—¿Perdón?
Rachel había llegado un par de minutos antes que su compañero y al entrar al lugar del hecho, le pareció estar frente a un déjà vu.
—Siente placer por el solo hecho de someterlas a su poder —explicó mientras sacaba un par de guantes de látex y se los colocaba.
—¿Un sádico sexual?
Kendall negó rotundamente con un enérgico movimiento de cabeza.
—No, no hay violación. No es lo que le interesa. —Caminaron hasta donde se encontraba el cuerpo cubierto con una sábana blanca—. Las víctimas son sagradas para él.
Rachel le lanzó una mirada cargada de incredulidad.
—¿Sagradas? ¿Por eso las mata? ¡Vamos, Kendall, este tipo es un maniático!
—No lo subestimes, Rachel. —Miró hacia la puerta de entrada—. ¿Por qué no ha llegado Steven todavía?
—He hablado con él hace un momento, el pobre estaba en medio de una autopsia. No tardará en llegar.
Kendall bajó la tela hasta su cuello y una vez más, la imagen de aquella pobre muchacha le resultó cruelmente familiar.
—¿Han logrado identificarla?
—Sí. —Se sacó una libreta del bolsillo de su camisa color verde limón—. Se llamaba Tessa Hodgins, tenía veintitrés años, estudiaba medicina y vivía sola.
—La misma edad que tenía _______ cuando fue secuestrada —afirmó.
Rachel asintió.
—Tú que has hablado con ella y la has visto en persona —hizo una pausa—, ¿se parece realmente a las víctimas de este sujeto?.

NO ME OLVIDES -ADAPTADA TERMINADA- KENDALL SCHMIDTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora