No podía haber nada más nostálgico que una tarde lluviosa.
O al menos así era para Robert Harris. No podía despegar la mirada de la ventana del taxi en el que viajaba. Los días grises significaban nostalgia y le provocaba una sensación de vacío en el estómago, como si de repente sintiera que, pasara lo que pasara, todo iba a salir mal. Tal vez se debía a que todo estaba mal en su vida en ese momento, ¿pero cómo solucionarlo?
Una parte de él sabía que existían muchas maneras de solucionar cualquier cosa. La otra parte de él, la que tenía el control en ese momento, lo había convencido de empacar y tomar un taxi rumbo al aeropuerto: tal vez por eso, el hueco en el estómago comenzaba a tener sentido. Aquello estaba mal. El viaje al aeropuerto le pareció eterno y por milésima vez en esos últimos días, comenzaba a cuestionarse si su elección era la correcta. ¿Hacía bien en renunciar a su vida en Chicago y huir al otro lado del país donde los días eran más fríos y lentos? Ni siquiera le gustaba el clima frío. ¿En qué pensó al aceptar el puesto de profesor en un lugar tan lejos de casa?
Recalcó esa última pregunta en su mente por un par de minutos, especialmente la palabra casa. La verdad es que había dejado de sentirse en casa desde hace años y era algo que a duras penas comenzaba a asimilar. Con el paso del tiempo, se propuso cambiar, dar un giro radical; es por eso que aceptó la primera oferta atractiva de trabajo que se le presentó, pasando de escritor de tiempo completo a profesor de Literatura en la Universidad de Dimbert, situada en Vermont.
Después de todo, sabía que la vida en Norwich, su ahora nuevo hogar, no era precisamente mala: Era una pequeña localidad que, al hallarse en los límites con New Hampshire, compartían el distintivo clima frío y paisajes boscosos. Adquirió una casa dentro del pueblo mucho antes de hacer oficial su puesto. Solía ser precavido, además de ser un aficionado al orden. Entonces comprendió que tenía miedo, lo cual era absolutamente aceptable. El miedo es la única reacción natural ante una decisión tan radical, sobre todo si esa elección lo obligaba a salir de su zona de confort.
Se esmeraba bastante en ver el lado positivo de su decisión y no siempre tenía éxito.
Sacudió la cabeza con enfado mientras aguardaba en la sala de abordar. Blair y Thomas, sus mejores amigos, prometieron visitarlo pronto: no le hacía mucha gracia que lo cuidaran de un modo tan asfixiante, porque muy rara vez podía lidiar con el carácter maternal e instinto sobreprotector de su amiga. Se preguntó qué tan mal aspecto tenía como para que sus amigos quisieran vigilarlo así, aunque Thomas no compartía la misma opinión. La respuesta fue aterradora.
Se le formó un nudo en el estómago cuando anunciaron su vuelo y luchó por reprimir el deseo de salir corriendo: le interesaba mucho demostrarse a sí mismo que tenía la capacidad de encontrarse, aunque no estaba seguro si ese pueblo era el sitio adecuado. La soledad y la melancolía eran una mala combinación. La batalla contra la infelicidad difícilmente cedía si se encontraba en el lugar equivocado. De momento no tenía un destino fijo y no lograba definir si eso era algo bueno o malo.
En el avión le tocó compartir asiento con una joven que no dejaba de mirarlo con cierto interés. No quiso admitirlo abiertamente, pero en Chicago solía ser el centro de miradas curiosas que de inmediato lo reconocían y eso se debía a su último libro publicado, Luna de Octubre, una antología de relatos que retrataban una ruptura amorosa de una manera bastante melancólica y que tuvo buena aceptación, reconociendo su trabajo en varios lugares del país.
La expresión de Robert cambió; se rio tontamente y la melancolía se transformó en un breve halago. La chica no le dirigió la palabra y él, con la intención de no lucir como un egocéntrico, decidió fingir demencia. Constantemente le intimidaba hablar con extraños, lo cual era patético considerando que como escritor reconocido otorgaba entrevistas y asistía a reuniones, clubes de lectura y firmas de autógrafos. Su timidez, a decir verdad, era uno de sus atractivos. Por alguna razón que no lograba imaginar, las mujeres con las que salió en Chicago se mostraban interesadas en su estado de ánimo. Blair le explicó que era algo muy natural: el interés por una personalidad fuerte, misteriosa y melancólica era mucho más que un cuerpo bien conservado.

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El amor que construimos
Romance¿Y si el amor de tu vida es 20 años menor que tú? ¿Cómo saber cuál es tu hogar en el mundo? Robert Harris, un escritor atractivo y talentoso, llega a Norwich, Vermont, un pueblo donde parece vivir en un otoño permanente, con la intención de huir de...