25. 𝐋𝐥𝐮𝐯𝐢𝐚

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Afuera llovía sin tregua desde temprano anticipando un día gris; nubes oscuras decoraban el cielo y pese a ser las ocho de la mañana no había rastros de sol, lo que le hacían creer a uno que todavía no amanecía.

Desde el sonido de las gotas al caer hasta la posición en la que se acurrucaba, quería más que nunca dormir como un bebé y no salir de la cama nunca más, pero desafortunadamente despertó más temprano de lo que debía y por voluntad propia abandonó la cama sin intenciones de volver.

El recorrido hasta el baño lo hizo de forma inconsciente y reaccionó cuando el agua tibia de la ducha empapó su espalda. El vapor del cuarto humedece tanto los azulejos como el espejo, mismo que limpió con la palma de la mano tras envolverse con un toalla; se vio a sí mismo un momento, ojeroso y pálido pero pronto la vista (y también su mano izquierda) se dirigió a su espalda, justo donde el cuello conecta con el hombro derecho. Ahí había yacía una marca que jamás pensó tener.

Suspiró.

La vieja cicatriz finalmente estaba cubierta.

No quería pensar en ello, de vuelta a la realidad se maldijo por no haberse quedado más tiempo entre sus sábanas suaves y calentitas, pues nunca había tenido tanto tiempo de sobra, faltaban dos horas para su próxima clase y acostumbraba a levantarse quince minutos antes.

Como le sobraba tiempo, se alistó. Eligió un buzo oversize y un pantalón que había usado antes en la semana pero le daba igual lo que el resto fuera a opinar, no olía mal, con eso bastaba. Con el cabello batalló pero terminó por rendirse después de unos cuantos intentos: sacudió la cabeza y eso fue suficiente para acomodarlo.

A pasos lentos caminó a la cocina, se sirvió un vaso de leche fría y contempló su celular apagado por dos largos minutos.

Afuera el agua caía cada vez más fuerte.

El desayuno terminó cuando supo que no tenía cereal, bebió lo que quedaba en el vaso y caminó hasta la habitación por sus libros. Si bien podría ocupar el tiempo muerto en estudiar para los exámenes de la siguiente semana, se limitó a ojear algunos resúmenes reconsiderando la idea de volver a la cama pero no lo hizo porque anticipó que tendría visitas.

El insomnio que lo tenía madrugando era producto de una combinación extraña entre exámenes y un alfa en particular.

La noche en que HoSeok lo marcó hubo más de una revelación y a diario temía haber dicho más de lo necesario.

Estaba tan distraído y molesto consigo mismo que no tenía idea de qué leía; de pronto los resúmenes tenían números en vez de letras y ni siquiera leer cuatro veces el mismo renglón le permitía entender lo que decía.

—¿Cuándo escribí esto? — murmuró angustiado.

Pasó la hoja para buscar alguna explicación pero sólo logró que el resaltador que tenía sobre la primera página cayera al piso. Resongando fue por él aunque el ruido de un motor lo asustó al punto de dejar caer el fibrón por segunda vez mientras golpeaba la cabeza contra la mesa.

—Mierda — se quejó frotando la herida, sin saber si la maldición era para la mesa o quién esperaba tras la puerta. —¿Ni siquiera la lluvia lo para? ¡Está loco! —dijo en voz alta de camino a la silenciosa entrada.

Y HoSeok, del otro lado, se sorprendió al verlo pues tenía una mano ya lista para tocar:

—¿No viste que llovía o qué? —dijo HyungWon que seguía restregando su cabeza. El puchero que hacía debilitaba su imagen de chico malo.

—Buenos días a ti también, bonito. —respondió el alfa y dejó un beso en la mejilla del omega.

HyungWon se hizo a un lado y lo dejó pasar; no lo quería allí pero en el fondo estaba feliz de verlo.

𝐏𝐥𝐞𝐧𝐢𝐥𝐮𝐧𝐢𝐨 ❩ ˢʰᵒʷᵏⁱDonde viven las historias. Descúbrelo ahora