Almíbar

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Cuando Hyunjin tenía seis años, su mamá lo llevó a pasear por el campo. Era verano y el sombrero en su cabeza hacía suficiente sombra para que Hyunjin no se quemara la nariz. Los árboles habían florecido y las señoras recolectaban las frutas, llenando canastas enteras que luego cargaban sobre los hombros de vuelta al pueblo.

Hyunjin no podría haber cargado una canasta sobre los hombros, pero apretaba en su puñito un durazno maduro que había encontrado en el suelo, jugo dorado escurriéndose entre sus dedos.

Las mujeres preparaban las conservas en sus casitas de adobe sobre el camino de tierra y Hyunjin se paró de puntitas para mirarlas a través de la ventana abierta. Pelaban los duraznos, descartaban el carozo y los cortaban en mitades, luego los colocaban dentro de un frasco de vidrio y los cubrían con suficiente azúcar. Con el tiempo, los duraznos desprendían el jugo que disolvía el azúcar, formando un almíbar, y la fruta se conservaba durante meses en ese líquido.

Casi veinte años después, Hyunjin apenas recordaba la voz de su mamá explicando que así aseguraban que la fruta que no se consumía durante el verano no se perdiera. Apenas recordaba haberse preguntado qué otras cosas de la vida podrían guardarse en azúcar para mantenerlas dulces durante el invierno.

Compraron un frasco de duraznos que Hyunjin cargó sobre su regazo en el viaje de vuelta a casa, y su mamá los sirvió de postre después de cenar. Los separó del líquido, los cortó en trozos y los sirvió en tazas con una cucharada de crema batida y ralladura de limón.

Era la primera vez que Hyunjin probaba duraznos en almíbar.

Después de comerlos, pasó los dedos por el fondo de la taza para tomar hasta la última gota de líquido que los duraznos habían dejado sobre la cerámica. Se escapó en silencio hasta la cocina y abrió la heladera a escondidas para robar a cucharadas el almíbar que había quedado en el frasco. Cuando su mamá lo usaba para humedecer bizcochuelos o mojar los biscottis que comía con el té después del almuerzo, Hyunjin le reclamaba un sorbito más.

Hyunjin todavía recordaba el sabor.

Dulce y frutal y dulce de nuevo, dulce que persistía en la base de su lengua y detrás de sus ojos y cerquita de su pecho.

Demasiado dulce, como los labios de Felix.

Los labios de Felix sabían a almíbar. Desprendían almíbar cuando Felix los presionaba contra los de Hyunjin, empapaban su boca de almíbar.

La lengua de Felix sabía a almíbar, suave y cálida sobre la de Hyunjin. La piel de Felix sabía a almíbar; Hyunjin lo supo cuando deslizó los labios hacia abajo, cuando Felix inclinó la cabeza hacia atrás para dejarlo probar su cuello.

Hyunjin volvió a subir, buscando sus labios de nuevo, abrazando a Felix para mantenerla cerquita. Los dedos delicados de Felix se movían entre su pelo. Lo alejaban de su rostro y lo acariciaban y tiraban suavemente de él para guiar la boca de Hyunjin hacia donde la querían: su mentón, su garganta, el límite donde empezaba su remera.

Hyunjin bajó las manos por la espalda de Felix hasta sostener el borde de la prenda y tirar hacia arriba, y Felix levantó los brazos para ayudarlo a quitarla. Después de tirarla al piso, Felix sostuvo el rostro de Hyunjin y reclamó sus labios.

Felix lo besaba como si pudiera vivir de él, como si los besos de Hyunjin pudieran alimentarlo. Hyunjin se preguntó qué gusto tendrían. Lamió una gota de almíbar que escapaba por la esquina de la boca de Felix y se preguntó si ella también podía sentir el dulce, el calor del sol.

Felix soltó una queja contra los labios de Hyunjin cuando la remera se trabó bajo sus brazos. Hyunjin se encargó de sacarla y la descartó sobre la alfombra junto a la otra. La mirada de Felix sobre él era una capa de azúcar impalpable sobre pancitos de leche recién horneados: tierna e inquieta, dulce. Las luces que enmarcaban la habitación se reflejaban en sus ojos y bañaban su piel de un brillo violeta, pétalos de flores sobre sus mejillas rosadas.

Bubblegum [Hyunlix] 🧁Donde viven las historias. Descúbrelo ahora