✧ ─ 𝐄𝐋 𝐍𝐔́𝐌𝐄𝐑𝐎 𝟏𝟐 𝐃𝐄 𝐆𝐑𝐈𝐌𝐌𝐀𝐔𝐋𝐃 𝐏𝐋𝐀𝐂𝐄

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Durante la siguiente mañana el matrimonio Grindelwald actuaba de manera extraña. Charlize comenzaba a sospechar de que algo estaba ocurriendo, y no algo bueno. Cuando la tarde llegó, aquella familia siguió su viaje.

— ¿A dónde vamos?— preguntó con curiosidad la pequeña Amélie.

— Ya lo sabrás— respondió divertida Vinda, intentando no sonar decaída.

De pronto, el coche muggle en donde iban se detuvo—. Que pase buenas tardes— murmuró Vinda luego de pagarle al muggle.

Siguieron su camino, pero ahora a pie, pasando varias cuadras hasta que Gellert se detuvo—Es aquí —murmuró Gellert. Al frente de ellos estaban una especies de edificios pequeños. De una de las ventanas del piso de arriba de la casa más cercana, salía música amortiguada. Un intenso olor a basura podrida se expandía desde el montón de bolsas de desperdicios que había al otro lado de una verja destrozada.

— ¿Qué es qué?— cuestionó la albina de malhumor. Pero el mayor no respondió. En cambio lo que escuchó fue el diminuto sonido de la llamas prender en fuego un trozo de pergamino—. ¿Qué me están ocultando?— preguntó entre dientes— . Se que algo me ocultan.

— Aquí no Charlize, espera a que estemos adentro— dijo mirando alrededor, como si no quisiera que lo siguieran. Y aquello Charlize lo sabía. Sabía que algo malo estaba ocurriendo, no por nada sus padres habían desmemorizado a los muggles del hotel.

La albina bufó. Dirigió su mirada al frente. Estaban delante del número11; miró a la izquierda y vio el número 10; a la derecha, sin embargo, estaba elnúmero 13 ¿Dónde estaba el 12?

Una maltrecha puerta salió de la nada entre los números 11 y 13, y de inmediato aparecieron unas sucias paredes y unas mugrientas ventanas. Era como si, de pronto, se hubiera inflado una casa más, empujando a las que tenía a ambos lados y apartándolas de su camino. Charlize se quedó mirándola, con algo de impresión. El equipo de música del número once seguía sonando. Por lo visto, los muggles que había dentro no habían notado nada.

— Cariño, vamos— llamó Vinda al ver que la albina no los seguía. El chica subió los desgastados escalones de piedra sin apartar los ojos de la puerta que acababa de materializarse. La pintura negra estaba estropeada y arañada, y la aldaba de plata tenía forma de serpiente retorcida. No había cerradura ni buzón. Gellert sacó su varita y dio un golpe con ella en la puerta. Se oyeron unos fuertes ruidos metálicos y algo que sonaba como una cadena. La puerta se abrió con un chirrido.—Entren, rápido— susurró Gellert—, pero no se alejes demasiado y no toquen nada.

Charlize fue la primera en entrar. Cruzó el umbral y se sumergió en la casi total oscuridad del vestíbulo. Olía a humedad, a polvo y a algo podrido y dulzón; la casa tenía toda la pinta de ser un edificio abandonado. Miró hacia atrás y vio a Vinda y Amélie, que iban en fila detrás de ella; seguido Gellert entró renqueando en la casa y cerró la puerta, y la oscuridad del vestíbulo volvió a ser total.

—Por aquí... — Susurró—. 

Oyó un débil silbido, y entonces unas anticuadas lámparas de gas se encendieron en las paredes y proyectaron una luz, débil y parpadeante, sobre el despegado papel pintado y sobre la raída alfombra de un largo y lúgubre vestíbulo, de cuyo techo colgaba una lámpara de cristal cubierta de telarañas y en cuyas paredes lucían retratos ennegrecidos por el tiempo que estaban torcidos.

Charlize oyó algo que correteaba detrás del zócalo. Tanto la lámpara como el candelabro, que había encima de una desvencijada mesa, tenían forma de serpiente. Oyeron unos rápidos pasos y una señora peliroja, entró por una puerta que había al fondo del vestíbulo; Charlize la reconoció, era la señora Weasley. Corrió a recibirlos con una sonrisa radiante, aunque la albina se fijó en que estaba mucho más pálida y delgada que la última vez quela había visto.

𝐂𝐇𝐀𝐑𝐋𝐈𝐙𝐄 𝐆𝐑𝐈𝐍𝐃𝐄𝐋𝐖𝐀𝐋𝐃: 𝑠𝑒𝑐𝑟𝑒𝑡𝑜𝑠 𝑒𝑠𝑝𝑎𝑟𝑐𝑖𝑑𝑜𝑠Donde viven las historias. Descúbrelo ahora