Dayla Wilson, la hija del empresario más influyente y enigmático de Seattle, lleva una vida aparentemente común.
Como estudiante de derecho, aspira a convertirse en una de las abogadas más destacadas del país. Sin embargo, tras la fachada de normal...
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Una vez que salí de aquel lugar me fui directa al departamento donde me quedé desde que llegué a Rusia.
Tenía que agarrar todas mis cosas personales, para luego poder irme con ellos, un coche pasaría por mí en 1 hora, así que tenía que darme prisa.
Al haber recogido todo ya, entre las cosas estaba el móvil que me había dado Leonardo, lo encendí y efectivamente, solo había un número registrado.
Di a llamar al número pero luego de unos segundos le di a cancelar, habían tocado el timbre, ya me tenía que ir.
Guarde el móvil en mi maleta, para luego salir del departamento.
Al salir afuera estaba un oscuro sedán negro estacionada, apoyado sobre él había un señor, que supongo que era el chófer, el señor me ve y se acerca a mí.
—Buenas tardes, ¿Usted es Irina?—Preguntó el señor.
Yo asentí.
—Bien, súbase—Cogió mis cosas y las puso en el maletero mientras yo me subía al coche.
El motor rugió y el sedán se puso en movimiento, dejando atrás el departamento en donde me quedaba.
La ciudad parpadeaba a mi alrededor, pero yo solo podía pensar en una cosa, encontrar al traidor , sin importar los riesgos que enfrentaría.
Por un lado lo veo como una prueba, una prueba en donde sabré si podré pertenecer a este mundo.
Después de un largo trayecto por las calles de Rusia ,el coche finalmente se detuvo frente a una majestuosa mansión , tenía jardines bien cuidados y guardias de seguridad en cada esquina.
Las luces parpadeaban en la entrada y dos hombres corpulentos flanqueaban la puerta principal.
Respiré profundamente, tratando de controlar la palpitante ansiedad que sentía en este momento.
El señor salió del coche para luego abrirme la puerta.
Juntos, caminamos hacia la entrada, donde los guardias nos observaban con miradas frías y desconfiadas.
El señor dice algo breve en ruso a lo que los guardias me permitieron la entrada.
La mansión estaba lujosamente decorada, con brillantes lámparas de araña que arrojaban destellos dorados sobre las paredes adornadas con tapices antiguos. El aroma a incienso flotaba en el aire, creando una atmósfera opresiva.
