Dayla Wilson, la hija del empresario más influyente y enigmático de Seattle, lleva una vida aparentemente común.
Como estudiante de derecho, aspira a convertirse en una de las abogadas más destacadas del país. Sin embargo, tras la fachada de normal...
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Alexei Lebedev
Horas antes
Después de salir de la habitación de Irina, me dirigí abajo, tenía asuntos que atender con una persona en particular, desde que pasó lo de Román, había varias personas que querían quedarse con el territorio que él solía dominar.
Pero claramente eso es algo que no va a pasar, yo soy el jefe, toda Rusia está bajo mi dominio. Por lo que nadie me va a quitar lo que es mío.
Avisé a Andrey, el iría conmigo.
Al llegar al local de esa persona entramos y nos dirigimos a su despacho, donde lo encontramos sentado. A su lado había dos guardas , quienes al vernos entrar sin previo aviso, nos apuntaron con sus armas.
Con calma y sin mostrar señales de preocupación, levanté una mano en señal de paz.
—Tranquilos, estamos aquí para hablar—Dije con voz firme.
El hombre en el despacho levantó una ceja, evaluándonos antes de hacer un gesto para que sus guardias bajaran las armas. Nos sentamos frente a él.
Tenía frente a mí a Arsenio Miller, era uno de los lavaperros de Román, ahora que él no estaba, el muy listillo quería mandar en su territorio.
—Creo que no necesito que me presente.
Él me miró asintiendo.
—Parece que eres el único que no entiende que Rusia es solo mío, mi familia es la única que manda aquí.
—Lo sé, no necesito que me lo repitas—Se le dibujó una sonrisa burlona—Total, morirás igual que el idiota de tu padre.
Noté como Andrey se tensó a mi lado. Quién se creía para hablar de mí padre. Este imbécil morirá hoy y ahora.
—Y esa será mi última palabra. Ya puedes largarte—Dijo todavía con una sonrisa.
— ¿Así? Veremos quién tiene la última palabra, Arsenio—Dije con frialdad.
Se me agotó la paciencia.
Sin que él se lo esperase, saqué mi arma y rápidamente le disparé a la cabeza. Andrey por otro lado le disparó a los dos guardas que estaban al lado.
Eso le pasó por subestimarme, nadie en esta puta vida me va a venir a dar órdenes.
Guardé el arma y Andrey y yo dimos media vuelta saliendo del despacho dejándolos ahí. Salimos del local y nos subimos al coche yendo de nuevo a la mansión.
