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Al día siguiente me levanté e hice lo de siempre. Saqué un rato a Kira y luego fui a la cocina a prepararme el desayuno. También le serví a Kira su comida y empecé a preparar el mío. Mientras tostaba el pan y servía el café, pensaba en el día que tenía por delante. Había mucho que estudiar, pero primero iba a pasar un tiempo con mis padres.

Al terminar de desayunar, una somnolienta Anna apareció en la puerta de la cocina. Su pelo estaba revuelto y sus ojos apenas se mantenían abiertos. No sabía a qué hora había llegado anoche, pero se veía que no fue hasta muy tarde.

—Buenos días, Dayla —espetó bostezando.

—Buenos días, Anna. ¿Qué tal te fue ayer con el chico con el que saliste? —le pregunté, tratando de sonar animada.

—Nada bien, es un imbécil como todos —respondió con una mueca de disgusto.

—¿En serio? —pregunté, sintiendo una mezcla de sorpresa y tristeza por ella.

Anna asintió, un tanto decepcionada. La verdad es que me daba un poco de pena. No es que haya tenido mucha suerte con los chicos; casi siempre la buscan solo para acostarse con ella y nunca para una relación seria.

—No te preocupes, ya verás cómo encontrarás a alguien que sí te valore —le dije, tratando de consolarla. Anna me miró y me dedicó una sonrisa sin ganas.

Las horas pasaron rápidamente. Después de estudiar un rato, decidí que era hora de arreglarme para la tarde. Le había dicho a Anna que iba a visitar a mis padres y le pregunté si quería venir, pero prefirió quedarse en casa. No tenía ganas de salir, y yo no quería presionarla, aunque me preocupaba verla así por un hombre que ni siquiera valía la pena. Pero Anna es una persona que se ilusiona muy rápidamente.

Dejando a Anna a un lado, me empecé a vestir. Opté por un vestido corto ajustado, con mangas largas y escote en V de color negro. Me gustaba cómo el negro resaltaba mis ojos y me hacía sentir segura de mí misma. Después de arreglarme, me miré en el espejo, asegurándome de que todo estaba perfecto. Tomé mi bolso y me dirigí hacia la puerta principal.

Justo cuando estaba a punto de salir, llegó Teo, el guardaespaldas de mi padre. No es que mi padre se dedique a algo malo, pero dice que es por protección, ya que es un empresario y necesita tener a alguien que lo cuide por si acaso.

—Hola, señorita Dayla. Se ve muy bien —dijo Teo sonriendo.

—Muchas gracias, Teo —respondí con una sonrisa.

Salimos de mi apartamento y nos dirigimos al coche. Me senté en el asiento trasero, disfrutando del paseo mientras el coche se deslizaba por las calles de la ciudad de Seattle. Me gustaba visitar a mis padres, no solo por la compañía, sino porque su casa siempre me hacía sentir como en un refugio, lejos del bullicio y el estrés de la vida universitaria.

Convertida en Mafiosa #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora