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Ya está. Había llegado el día. Me encontraba despidiéndome de Salvatore y Leonardo.

—Ya sabes, aunque ellos no lo sepan, estaremos cuidándote siempre desde lejos —Me dijo Leonardo con un tono protector.

—Lo sé, no te preocupes —Respondí, intentando sonar más segura de lo que realmente me sentía.

Leonardo asintió, y Salvatore se acercó a mí.

—¿Sabes bien lo que tienes que hacer, no? —Preguntó, con la misma seriedad de siempre.

—Claro que lo sé, me lo has repetido demasiadas veces —Respondí con una sonrisa, tratando de aliviar la tensión. Salvatore sonrió también y me dio un corto abrazo.

—Buena suerte, Dayla. Se que puedes hacerlo. Cuídate y acuérdate, siempre estaremos vigilándote —Dijo, apartándose.

Leonardo me abrazó después. Aunque al principio nuestro contacto había sido frío y distante, ya no lo sentía tan extraño. Pese al poco tiempo que llevábamos juntos, había empezado a verlo como algo más que un desconocido.

—Que no se te olvide todo lo que te hemos estado enseñando estos meses. Sé que eres capaz de hacer esto y mucho más —Dijo, entregándome los billetes de avión, mi pasaporte falso y algunas cosas más que necesitaría al llegar—. Toma este móvil, solo sirve para llamadas. Hay un solo número agendado. Nos mantendremos en contacto a través de él. Procura que no te lo descubran. Cualquier información que tengas, por mínima que sea, llama al número agendado.

—Sí, está bien.

Terminé de guardar todas las cosas, después de que Leonardo me recordara nuevamente qué debía hacer cuando llegase a Rusia, me despedí de ambos. Salí de la mansión, donde el chofer ya me esperaba en el coche con mis maletas cargadas en el maletero.

El sol apenas comenzaba a iluminar el cielo. La brisa fresca de la mañana me envolvía mientras me acercaba al coche. Me subí, y el chofer aceleró, llevándome directamente al aeropuerto. Esta vez viajaría en un avión comercial, no privado, para mantener la fachada de que no era tan rica como para permitirme un jet privado. Aunque, claro, mis asientos serían en primera clase.

A medida que nos acercábamos al aeropuerto, la emoción se mezclaba con una pizca de nerviosismo. Me preguntaba cómo sería cuando llegase a Rusia, qué pasaría y si lograría cumplir esto con éxito.

Finalmente, el aeropuerto apareció ante mí, imponente y lleno de actividad. Me despedí del chofer, agarré mis cosas y me dirigí al interior del edificio.

Convertida en Mafiosa #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora