II: Disturbio

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Muy pocas cosas le entregaban paz hoy en día. Louis ya no recordaba lo que era tener los hombros ligeros, los pulmones descongestionados y el corazón blando. Por mucho esfuerzo que se propusiera en hacerlo, no recordaba en lo absoluto la sensación que le provocaba bailar con las doncellas, beber el dulce vino hecho de uvas hasta perder la conciencia y despertar sobre la arena de la playa, cubierto solo por un pantalón sucio y húmedo. Aquellos días habían sido fascinantes, memorables, pero por ahora, traerlo a su presente solo le causaba dolor.

Y su madre se lo había advertido cuando aún vivía. Cuando aún mantenía la llama de la esperanza ardiendo dentro de sus pupilas, en espera a que su único hijo varón sentara cabeza y se preocupara de sus deberes como príncipe de Nymeria. Pero él la decepcionó y lo peor de tenerlo en conciencia, era que por mucho perdón que pidiera por su error, su madre no regresaría para abrazarlo.

Él la había matado.

Agachó la cabeza cuando el abrasivo pensamiento allanó su mente, sus hombros se tensaron frente a la tumba de su madre. Esa mañana había ido a la cúpula que, a diferencia de otros lugares, se encontraba sobre la cima de una pequeña colina dentro del palacio. Para Louis era imposible alzar la vista y fijarla en sus ojos abiertos bañados en oro, su cabello, que alguna vez fue castaño y ondulado, ahora lucía estancado y tallado. Congelado en el tiempo. Una sensación amarga se adueñaba de su lengua cada vez que iba a ese sitio, donde toda su familia había sido sepultada. Sin embargo, ante el delirio que le roía el pecho y el inicio de su próximo viaje, se vio obligado a ir donde su madre.

Volvió a levantar la cabeza, las palabras picaban en su lengua. Las esculturas de sus antepasados yacían ahí dentro, en aquella cúpula donde el techo era de cristal para que el sol o las nubes de invierno iluminaran siempre. Louis comenzó a caminar por el amplio espacio, notando su reflejo en los azulejos del suelo y en las paredes de mármol. La idea de que su familia continuara viva le entregaba simultaneaos escalofríos, sentía la presencia de los fantasmas flotando detrás de su espalda, meciendo su camisa y cabello. Se paró ante la escultura de su bisabuelo. Los labios finos de aquel hombre estaban bien tallados, mientras que sus ojos no eran más que dos profundos surcos oscuros sin rastro de vida.

Louis intentaba no comparar aquellas simples artesanías hechas por herreros reales con su madre, pero era imposible. Ella era la única bañada en oro, con su mirada cargada en pánico clavada en la distancia. Giró la cabeza, la antigua monarca estaba de pie en el centro, mientras que las otras la rodeaban. La luz del sol que apenas se avistaba entre las nubes centelleaba sobre su cabeza, donde la corona también había sido bañada en aquel lujoso líquido. El corazón le dio un vuelco y, sin decir nada, avanzó a ella.

Sus pisadas hicieron eco en la cripta, las velas sobre los candelabros en forma de araña flamearon. Las manos de Louis se empuñaron con impotencia al detenerse. Jamás se lo perdonaría.

—Sé que te fallé, madre, pero juro emendar mi error de una u otra manera —se arrodilló ante ella sobre una rodilla. Una acción que hace años atrás jamás habría hecho. Sus ojos ardieron —. La traeré aquí y le haré pagar por destruirnos la vida.

Volvió a ponerse en pie y, conectando sus ojos con los de ella procedió a irse. Caminó frente a las esculturas hechas de plata de su familia, ancestros que dieron su vida para forjar aquel reino que ahora él tenía en manos, y cerró las grandes puertas con lentitud. Aquella promesa a su madre era lo único que tenía ahora para seguir adelante, lo único certero y palpable que sus manos podían tocar sin lastimar.

El día estaba nublado, pero aun así el sol se las ingenió para salir y calentar la tierra. Louis bajó las amplias escaleras hasta llegar al angosto pasillo rodeado de naranjos y arbustos y emprendió camino hacia el palacio al encuentro de Niall.

The king's touch (l.s)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora