XLIII: Querer

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El campamento fue armado a las afueras de Lenor, y rodeó todo el perímetro como prevención para atacar a quienes tuvieran la osadía de regresar, incluyendo a Pyndos. La nube oscura de humo aun no conseguía disiparse por completo, estaba estancada arriba, como el recuerdo de lo que fueron cuatro días insoportables y tormentosos. Años bajo las palabras de un predicador. Pero ya no había gritos o llantos que salieran del fondo del alma. El crepitar del fuego, aquel tan grande, cesó por completo con el olor de la carne. Pero Harry todavía lo sentía en la nariz, danzando en su labio superior como una pestilencia imposible de apartar. Le revolvía el estómago y hacia doler la cabeza.

Al menos encontró cierta calma al concentrarse solo en los sonidos de afuera del campamento. En los relinchos de los caballos, de los cientos o cincuenta que pastaban por ahí. Las risas de los soldados; silbidos y cantos, provocaban que sus músculos lentamente se relajaran. El olor de la comida del palacio había regresado, aunque fuera solo pan, leche y frutas que no se dañarían en días o semanas de viaje.

Había sido un gran alivio, tanto para Louis y él, que las tropas llegaran en ese momento. El cuerpo de Harry se estuvo sosteniendo en una muy delgada línea entre la consciencia y el desmayo por el constante dolor del celo y de los golpes de Pyndos. Y Cyra... Harry no evitó llorar cuando la vio, a ella e Ivory, Libelle y Calian, Enid y Niall. Cada uno lo abrazaron, y a él no le importó que sus olores quedaran impregnados en sus harapos. Cualquier olor distinto a aquel que impregnaba Lenor era bienvenido. Libelle abrazó a su hermano cuando bajó del caballo. Harry la vio correr y lanzarse a su cuerpo magullado. La luna llena estaba arriba de sus cabezas, junto al sol de la mañana, pálido en contraste al de Nymeria. Por lo que Harry supuso que ellos sabían lo que significaba.

Louis le contó todo a Libelle en ese momento, mientras ella rodeaba sus mejillas e intentaba limpiar la suciedad que dejó ese pueblo en ellos con sus dedos. Harry vio a la princesa mirarlo, luego a Louis, y una sonrisa que no esperaba ver apareció ahí, en su rostro. Como si hubiera comprendido todo. Libelle sacudió el cabello del rey y luego todos se acercaron. Niall, Narel, Calian. Todos esos rostros que Harry no creyó apreciar ahora yacían ahí, a su alrededor, aliviándole hasta la más mínima gota de terror que fluía en su cuerpo.

Ellos, ellos eran sus amigos y compañeros. De alguna manera se convirtieron en parte de él y ahora no se creía capaz de ir a Sekgda sin extrañarlos, sin querer volver al palacio para charlar u oírlos hablar en los pasillos. Tal vez había nacido en su aldea cubierta en nieve, y una parte de su gente lo quería, pero la del palacio jamás le dio la espalda, ni siquiera cuando era el prisionero de Louis. Todos ellos hicieron el esfuerzo de protegerlo y atenderlo de la mejor manera, a él y sus compañeros.

Harry todavía recordaba como Libelle peleó con Louis por su decisión al llevarlos en una jaula a Nymeria, como Cyra lo curó y pasó todos los días a su lado en el consultorio. Y estaba demasiado agradecido de eso, pero aun había cosas que hacer, cosas que decir, cosas que apreciar. Las palabras de la profeta no se iban de su cabeza, las imágenes vistas del pasado y del futuro. Debía encontrar a Niall y preguntarle por qué.

Por qué le hizo ver todas esas visiones.

Tal vez porque al verlo, tendría una idea más clara y palpable de lo que Louis soportaba a diario. Esos recuerdos que debían de quitarle el sueño por las noches. Porque no cualquiera podía vivir y seguir respirando después de ser el responsable de convertir a alguien en oro. Como es que seguía viviendo tras siete años de lo mismo. Ocultarse y hacer todo por su cuenta para no lastimar a sus amigos. Solo tenía una respuesta para eso, y era que quería demasiado su reino, su gente, como para abandonarlos y dejarlos en manos de la bruja.

Y él tampoco los dejaría a la deriva ahora, porque si Louis cuidaba Nymeria, él protegería a Sekgda y el continente sur de las maldiciones de Denébola. Primero hablaría con su padre e intentaría resolver este estúpido problema del matrimonio, y luego, reunirían a las cortes. Harry ya había planeado todo mientras estaba sentado en una pequeña bañera de madera, con el vapor calentándole la espalda y aliviando a cuestas el celo. Estaba solo en la tienda que habían puesto para él y Louis. Cyra había ido a atender al rey, sus heridas y algún que otro dolor que sintiera ahora que la luna llena estaba a su favor. Mientras Harry se quedaba en la bañera después de curar la golpiza de Pyndos, algunos cortes en su rostro, rodillas y piernas.

The king's touch (l.s)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora