XXXII: Los espías

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Nadie habló por varios minutos, o eso fue lo que Harry creyó. Pues su mente se había desconectado de su alrededor, como en aquellos momentos en donde se perdía en el bosque buscando serenidad. No había dejado de soltar la mano del hombre cuyos ojos permanecían abiertos, blancos, sin rastro de pestañas o unos arrugados párpados por la edad. Le entregó compañía mientras emprendía su viaje, sin embargo, sus piernas no se movieron cuando quiso levantarse. Cualquier rastro de llanto se esfumó y solo ligeras lágrimas de confusión se deslizaron por sus mejillas.

No quería dejar de entregarle un poco de calor a esos dedos heridos, con la marca de supervivencia a plena vista. Si lo hacía, entonces la realidad lo azotaría. Aun así, no dejó de recitar la promesa dentro de su mente. Iría al pueblo, aunque esa gente no fueran nada de él, aunque ese Pyndos lo torturara. Salvaría a cuantos pudiera, solo para que el hombre que ahora descansaba en su regazo pudiera estar en paz en la otra vida, cenando en una gran mesa o sentado en una pradera rebosada de flores.

Una mano se posó sobre su hombro, dura y fría. No era Louis, y no tuvo que mirar hacia arriba para ver de quien se trataba. Los guardias lo habían rodeado, pidiendo en silencio permiso para llevarse el cadáver. Harry no dijo ninguna palabra cuando asintió, sabiendo que tenerlo ahí no haría que regresara a la vida. Soltó la mano ajena con lentitud y respiró profundamente, poniéndose de pie junto a los guardias. Y cuando ellos hicieron ademán de ir por un callejón, él quiso seguirlos, pero tuvo que detenerse cuando Louis le rodeó la muñeca y jaló para estar a su lado. Exigiendo con aquel gesto que había sido suficiente.

Quiso reprenderlo, pero no tenía fuerzas, y obedeció con la mirada fija en el suelo para no ver esos azules rodeados de polvo dorado. La muerte era algo importante en su cultura, en su aldea. Morir no era el fin de algo, sino el comienzo de una nueva vida, en un mundo completamente nuevo. Había quienes creían en la reencarnación, obteniendo el poder de regresar a casa convertidos en otras personas, en animales, en cualquier cuerpo vivo y armónico. Él lo creía así, y no tenía duda de que, si la muerte le tocaba la puerta, él volvería en un cuerpo nuevo, limpio, más sanado, si es que aprendía de sus errores en la vida que tenía ahora. Y quedarse junto a alguien que perdía la vida... era el gesto de mayor compasión, bondad y valentía que se podía hacer. En su aldea, nadie se separaba de quien emprendía el viaje. Viggo no se apartó de su padre cuando él partió, y su madre no se apartó de los guerreros que llegaban a Sekgda heridos, listos para ir con Aeris.

Harry siempre los admiró por no flaquear, por no sentir rabia, resentimiento o cualquier emoción indigna en un momento tan sereno como el ir en busca de la paz. Ahora lo comprendía, y las lágrimas que emanaban de su rostro no eran más que de dicha, por saber que aquel hombre se fue en paz, sabiendo que él ayudaría a su pueblo.

Los guardias se perdieron por el callejón, cubriendo al hombre con una manta en el rostro. Harry se secó los ojos mientras era arrastrado por Louis de vuelta a los tronos. No le dirigió la palabra. Tampoco una palabra. Pero el agarre de su mano era dura y fría. Nada parecido a la caricia que dejó marcada en su piel. Lo soltó al llegar y se fue donde Libelle. Harry se secó las mejillas, mirando a ambos hermanos. Louis le dijo algo a la princesa, su rostro era un manto cargado en molestia. Solo la tensión de lo ocurrido oscurecía sus rasgos afilados. Harry intentó compadecerse de lo que fuera que Louis sintió en ese momento, pero... había sido muy notorio. La piel lo delató como si fuera extraña a él. El miedo danzaba a su alrededor como un perfume, un manto denso siendo levantado por el pánico. Se acercó a pasos trémulos, con los ojos aún vidriosos. Louis tenía la mandíbula apretada y le dio la silenciosa orden de regresar a los asientos.

Pero Harry no lo hizo.

Fue a su lado, preguntándose donde había quedado el rey que, hace unas horas atrás, le preguntó si deseaba comprar un collar de plata del cual no pudo quitar su atención. Donde quedó el hombre que lentamente iba ganándose su corazón y le había prometido libertad. Louis regresó a ser el elfo que conoció en su aldea, sin corazón ni sentimientos, arrasó con todo buen momento con sus garras.

The king's touch (l.s)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora