XLI: Entre sueños

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En algún momento se durmió en la frialdad de la celda, a un lado del fornido cuerpo de Louis. Su aliento le rozó la mejilla fría durante toda la noche y el calor de su poder se deslizó por sus brazos en un dulce vaivén. Tenía el cuerpo agarrotado y fatigado, pero la seguridad de que ambos por esta vez continuaban vivos y juntos, le ayudó a regresar a la trémula tranquilidad.

Louis lo había aceptado, a pesar de todo lo que los condenaba, él lo sabía y lo había aceptado.

Aire frio, parecido al de Sekgda, comenzó a invadir la sombría celda. Los tobillos de Harry se enfriaron y las hebras de su cabello se mecieron con suavidad ante la corriente de viento, como si alguien le estuviera acariciando la nuca con sus largos dedos y uñas filosas.

—Ven... ven aquí —susurró alguien con urgencia. La voz sonó efímera y espectral.

Harry despertó de un brinco y observó las celdas. No había nadie mirándolo y tampoco estaban los barrotes o la casa misma. Frente a él se extendía un frondoso bosque nevado. La blancura brillaba bajo la luz del sol sobre las nubes y el cantar de las aves vibró en sus oídos. No estaba la casa. No había muros. No había nadie.

¿Qué estaba pasando? Harry miró a su lado, pestañeando con urgencia. Esto debía ser un sueño. La casa no pudo haber desaparecido así sin más. El corazón le latió con apuro dentro del pecho mientras el aire frío, parecido al de Sekgda, sacudía sus ropas. Louis estaba a su lado, durmiendo profundamente mientras su mano continuaba con la palma extendida apoyada en el suelo, emanando su magia para brindarle calor y luz. Los bucles dorados, brillantes, como si se tratara de una arena efímera, salían de sus dedos cubiertos en oro.

—Harry.

La voz volvió a oírse esta vez más tranquila. Harry observó en la lejanía del bosque y entornó los ojos para intentar distinguir la silueta de alguien entre las ramas. Pero no había nada. Nada más que árboles y árboles y rocas cubiertas de nieve. Como si de un momento a otro se hubiera transportado a los bosques de... Sekgda.

El corazón le dio un vuelco al reconocer su propio hogar, la familiaridad del aroma que perduraba en el aire y como su cuerpo se relajó al estar ahí. Se levantó con cuidado, temiendo que algún músculo le doliera ante los golpes, pero no había dolor ni fragilidad, tampoco miedo. Avanzó con cuidado, notando los ojos llorosos cuando sus pies se hundieron en la capa de nieve. Jamás imaginó que extrañaría la sensación del frío y la nariz roja. Que el hielo borrara todo el dolor con un solo soplido del viento. Harry respiró hondo, cerrando los ojos para deleitarse mucho más. No había respirado un aire tan limpio desde que dejó los bosques húmedos del viaje. El viento gélido corrió a través de él, meciéndole la camisa y los pantalones que ya empezaban a desgastarse.

Miró a su espalda, viendo a Louis tumbado en el suelo de la celda, vistiendo ahora harapos como él. El viaje los había hecho añicos, pero vivían y los había unido. Pudo haber sido horroroso y agotador caminar, pero valió cada segundo si ahora podía decir en voz alta que el rey de Nymeria, Louis Leontine, poseía la mitad de su alma y él la suya, ambos compartiendo un lazo que, una vez fuera marcado, serían uno.

Giró sobre sus talones, contemplando y mirando el bosque, las colinas, el cielo nublado, hasta que el suelo en donde estaba con Louis desapareció, dejándolo solo en la vastedad del bosque. En medio de un prado congelado.

Inmenso y frío.

Frunció el ceño, mirando a todas partes en busca de las celdas, de algo que le indicase qué iba mal, cuando un olor... un olor que él conocía demasiado bien penetró en su nariz y llenó sus pulmones.

—Has pedido una señal, Harry Strøm —Un sudor frio se deslizó por su columna. La piel se le erizó cuando la voz de la profeta se hizo presente a su espalda —. Aquí la tienes.

The king's touch (l.s)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora