XVI: Protestas

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El día transcurrió lento, sin novedades de San otra vez. Harry continuaba mirando los barrotes, contándolos una y otra vez mientras Ivory lo miraba e intentaba conversar. Contaba anécdotas que ya sabía, chistes que no causaban risa y como preparar las comidas que le hacía a Cassian, su padre. Harry asintió a todas sus palabras, sin ponerle demasiada atención. Aun sentía sus manos temblorosas, y una opresión punzante en el pecho que no lo dejaba respirar. Había sido tan débil ante Louis, cayó de rodillas a sus pies al verlo alterado, y jamás se lo perdonaría. Notaba las garras de su instinto rasguñarle por dentro, pidiéndole que lo llame, pidiéndole a gritos que fuera a su lado para sentir la calidez de su respiración cuando estaba demasiado cerca de su rostro. Pero no, no lo haría, esto era una rotunda equivocación. Una manera que su cabeza encontró para protegerlo del dolor provocado por Gaelen, buscando otro hombre para curarlo.

Ridículo.

Enid y otro guardia llegaron por el túnel. Harry alzó la cabeza al instante, el corazón latiéndole rápido. Vio que tenían una carta en manos cuando se detuvieron. Harry se incorporó del suelo y miró fijamente a Enid. Quien traía notas del aroma fresco de afuera.

—Buenos días —saludó, sonriendo con cautela. Nadie respondió —. Tengo ordenes de sacarlos de aquí para llevarlos al jardín. —Harry frunció el ceño —. Sé que no es lo que quieren, pero créanme, poco a poco peleamos para que puedan regresar a casa.

—No iremos. —respondió Ivory, retrocediendo hacia la pared mientras miraba a Harry. Él frunció aún más el ceño, preguntándose en qué momento Ivory tomó la decisión de ser valiente —. N-no queremos.

Enid se encogió de hombros, tranquila.

—Es una orden de su majestad, no se pueden rehusar. Alaric, ponles los grilletes en las muñecas y sácalos.

El soldado caminó hacia la celda. Harry lo observó detenidamente, alto, orejas puntiagudas, hombros anchos y cabello negro. Antes de que abriera la celda, preguntó:

—¿Por qué? ¿Por qué quiere que vayamos al jardín?

—Según sus palabras, quiere que tomen aire. Tú ayer lo pedías, ahora se los da.

—Por qué.

—¿Siempre preguntas por qué?

—Es ridículo que quiera sacarnos a tomar aire cuando somos prisioneros.

Enid se encogió de hombros otra vez, lucía tan confundida como ellos.

—Pregúntale a él, yo solo sigo órdenes. Y él pidió, después de pelear con la princesa Libelle, que los pasearan por el jardín.

—Como perros.

—Sí.

Harry bufó. No le agradaba en lo absoluto este cambio de parecer y toma de decisión. Pero podían sacar algo bueno también. Ir al jardín significaba encontrar posibles salidas, una puerta al exterior, aprender los horarios de todos los guardias. Agradecía en estos momentos a su padre por haberle enseñado todas esas estrategias. Ivory dio un paso para reiterar que no saldrían, pero Harry lo detuvo por el brazo y negó sutilmente, con una mirada que sabía él comprendería.

Y lo hizo.

El soldado le puso los grilletes, esta vez más separados de una muñeca a otra para mayor movilidad. Sin embargo, la cadena iba atada con la de Ivory, y la de Ivory iba atada a la de otra chica. Los pusieron en fila afuera de las celdas con Harry de las primeras. Él miró hacia atrás, encontrándose con las sonrisas mordaces de los presos del fondo. Ninguno de ellos había hablado más que esa mujer, que continuaba contando historias de un monstruo que chupaba la sangre de los niños cuando ellos se portaban mal.

The king's touch (l.s)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora