XV: Muerte al instinto

189 40 3
                                    





No hubo noticias de San durante los tres días que transcurrieron. Harry había contado los ladrillos que estaban en la pared de la celda, y empezaba a pensar en si contar cuantos barrotes había cuando un fuerte estruendo provino del piso de arriba. Todos los omegas, incluyendo las personas del fondo sin dientes y de piel grisácea, miraron al túnel, luego al techo. Temerosos. El sonido había sido como si alguien hubiera derribado una escultura gigante o como si alguien hubiera caído contra el suelo brutalmente. Harry se sentó en la cama con Ivory, le tomó la mano e intentó poner atención a los gritos que empezaron a escucharse.

—¿Quién crees que es? —preguntó Ivory, sus manos temblaban. Harry se encogió de hombros —¿Crees que sea el rey? ¿Convirtió a otra persona?

El estómago se le convirtió en un balde de nauseas, apretado. De solo recordar, de solo volver ver a ese alfa en oro... Harry negó, no podría soportar ver algo similar otra vez.

—Esperemos que no —susurró, mirando a su espalda, a todos los omegas que intentaban ver algo por el amplio túnel en el subterráneo.

Las voces se intensificaron, seguido de gruñidos y quejas, los que, rápidamente, se alzaron y alzaron, hasta que Harry pudo reconocer la voz cruel de Louis tan nítidamente, que todo su cuerpo estalló en alarma. No olvidaba lo que le había obligado hacer, el miedo que implantó en Ivory al sacarlo de la celda. Esos elfos usaban la manipulación sin escrúpulos. Y fuera lo que fuera que ahora planeaban, él no dejaría que tocaran a ninguno. No le importaba si con impedirlo tendría que morder los barrotes.

No apartó la mirada del túnel, su respiración tornándose más pesada. Harry echó un vistazo a sus compañeros, ellos sabían el plan, él se los había dicho durante la noche y repasaron tanto como pudieron en susurros para que esos hombres sin dientes no escucharan y los delataran. San vendría y quedarían libres.

Los pasos se hicieron más firmes, más cercanos. Harry ordenó:

—No hablen. No le digan nada, y apártense de los barrotes para que él no los toque.

En el fondo, alguien se movió, riendo.

—Niños ilusos, niños estúpidos, niños asustados —cantó la mujer de cabellos negros, caminando de un lado a otro mientras arrastraba su vestido sucio y roñoso —. Me gustan los niños que tienen miedo, su carne sabe más sabrosa —Harry la ignoró, pero no fue el caso de los más jóvenes. Ellos escuchaban atentos, con las lágrimas cayendo por sus mejillas —. Y al beyo aún más. Él viene de noche y te chupa la sangre desde la cama con sus dientes filosos.

Por un momento se preguntó si esas personas eran caníbales, o una clase de criaturas extrañas y potencialmente peligrosas, pero no le tomó mucha importancia a sus palabras cuando los pasos del rey tronaron en el silencio, sumiendo todo el calabozo en un silencio denso y asfixiante.

—No puedes bajar aquí Libelle, soy tu rey y debes obedecerme.

—El rey de los imbéciles serás, porque el rey que yo conocí desde que era una niña, no haría un acto tan ridículo como raptar a veinte chicos inocentes.

—¡Sube ahora mismo Libelle! ¡O le diré a Lord Calian que te lleve a rastras!

—Hazlo, llámalo y verás como tu único comandante queda tirado en el suelo.

Louis gruñó. Harry notó el instinto muy dentro suyo despertarse cuando la vibración cruzó en el aire. Fue jalado por algo hacia adelante por el pecho. Apretó los dientes, respirando a cuestas.

—Libelle.

—No debiste enviarme una nota de no querer que viera lo que has hecho.

Las pisadas se detuvieron, pero la pelea continuó. Harry estaba atento al túnel iluminado por las antorchas. No sabía qué hora serían, pero probablemente ya era de día si alguien había venido.

The king's touch (l.s)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora