LIII: Un futuro

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El palacio no había cambiado en el mes que Harry estuvo ausente. Las plantas que Louis mantenía vivas y coloridas en los alrededores continuaban erguidas, verdes, majestuosas. Las flores llenaban de color los pasillos, escaleras y fuentes, contrastándose cuidadosamente con el color celeste del cielo. Su olor impregnaba el aire, endulzando por completo la mañana y menguando sus dolencias.

Junto a Ivory salió por uno de los ventanales hacia el jardín delantero. Las cortinas blancas de telas tan ligeras volaban al interior del palacio, siguiendo la danza del viento. Harry se detuvo en el pasillo, respirando hondo. La medicina que Cyra le daba hacia milagros, y sus heridas ya no se sentían calientes. A su parecer, la semana tomada para su recuperación ya daba frutos.

Volvió a caminar con Ivory a su lado, mientras las pisadas de los guardias los seguían de cerca, haciendo ecos efímeros. Harry quería protestar por tenerlos siempre a su siga, pero tras los horribles eventos era mejor no decir nada. Además, aquel guardia ya comenzaba a agradarle. Las aves muchas veces se le posaban en los hombros cuando se detenían. Significado que en su aldea quería decir que el hombre debía de tener un corazón puro.

Harry contempló lo que ahora era su hogar y como los hechos lo llevaron ahí. Aun recordaba el odio a Louis. El terror y desconfianza que esa gente le generó. Maldita profeta. Ella se lo advirtió aquella noche y había tenido razón. Su corazón había vuelto a vivir. Louis, todos los que conformaban el reino, hicieron que su corazón viviera. Y aunque le generaba un doloroso sentimiento de traición a su familia, sabía que, viviendo allá, tendría que irse de casa una vez se casara. Él solo había adelantado los hechos y esperaba, su madre y padre no lo rechazaran por eso.

—¿Recuerdas cuando llegamos aquí, Ivy? —preguntó a su amigo, pateando una piedrecilla del suelo con la punta de su zapato.

—Pues sí. No creo que pueda olvidarlo fácilmente.

—Parece una broma de nuestra diosa Aeris, darme esto y que mi alfa resultara ser nuestro secuestrador —bromeó, bajando una de las escleras que lo llevarían a la pileta donde peces anaranjados nadaban tranquilamente —¿Te gusta vivir aquí?

—¡Si! —chilló Ivory, bajando a brincos —Me encanta cocinar aquí y hacer postres. Su majestad Louis me paga muy bien. Mi armario tiene muchos trajes y zapatos ahora.

—No le digas así, suena pomposo y tonto.

Ivory bufó, sentándose en el borde de la pileta una vez bajaron. Harry se inclinó a ver los peces, quienes nadaron rápidamente al ver su reflejo.

—¿Y como le digo? Es mi jefe.

—Louis —respondió con obviedad.

Ivory rodó los ojos.

—No seas tonto.

Harry carcajeó, pero no siguió dándole vueltas al tema. Si Ivory quería referirse a él como majestad, tenía toda la libertad. Sumergió sus dedos en el agua cristalina, acariciando las plantas que crecían bajo la superficie.

—Me alegro de que estes feliz aquí, porque si no es así, ya nos habíamos ido con Darko.

Ivory chasqueó la lengua. Tocando el agua de la pileta.

—Darko... él vino a buscarnos y ahora debe quedarse por nuestra culpa —suspiró —. Aunque no la es del todo, nosotros no lo obligamos a venir.

Claro que no, pensó Harry. Darko había venido a rescatarlo para que no se casara con Lowell, lo que le agradecía infinitamente. Sin embargo, su actitud tan egoísta y orgullosa lo fastidiaba. Al menos Louis se comportó decente y le ofreció una de las habitaciones de la servidumbre para dormir.

The king's touch (l.s)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora