XXIII: Didiane

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Sobre los muelles húmedos, entre las casuchas y las pequeñas colinas en la lejanía, montones de guerreros esperaban la llegada de Viggo a Bridim. Los hombres, vestidos con grandes abrigos de piel, el rostro pintado de blanco, negro y rojo, contemplaban el mar, observando como las enromes velas de los Drakkar se inflaban por el viento y mostraban el símbolo de la aldea de Sekgda.

Viggo avistó al conde Cadoc encabezando a la muchedumbre en el puerto. Su corona redonda confeccionada de huesos y pepas de oro, demostraba el poder imparable que obtenía todos los años. Alrededor del muelle los guerreros se mantenían quietos, sosteniendo sus hachas y escudos en lo alto en muestra de respeto. Alden se acurrucó en el pecho de Viggo, asustado por las miradas penetrantes que los guerreros les entregaban.

—No te escondas, pequeño alfa. Un día serás tan grande como ellos. No tienes nada por lo que temer. —Alden se negó a obedecer, desde que Harry se había ido, su apetito fue disminuyendo. Tenía pesadillas constantes con las muertes y llamaba a su madre a gritos al creer que tenía sangre en el rostro. Viggo intentaba tenerle paciencia, pero Alden siempre topaba el límite. Lo sacudió por el hombro para animarlo —. Vamos hijo.

—No.

—Ellos traerán a Harry.

—No me gustan. —Viggo inhaló profundamente y apretó la mandíbula —. Miran feo.

—Son guerreros.

—Quiero a mamá.

—No. Tienes que mirarlos, es una falta de respeto...

—¡Quiero a mamá! —Viggo apartó la cabeza cuando Alden comenzó a retorcerse en su brazo y a gritar —. No quiero aquí.

—Bien.

Viggo dejó a Alden en el suelo y observó como corría en dirección a Didiane. Su esposa le envió una mirada fría desde lo lejos cuando Alden la abrazó. No había que ser adivino para comprender su reacción, Didiane odiaba que obligara a Alden a hacer cosas que no le gustaban estando en un estado tan delicado como el de ahora. Viggo dirigió su atención al conde, mientras por dentro maldecía a los hijos débiles que había tenido. Harry al menos entrenaba, pero ni siquiera con eso se había podido librar de las garras de los elfos.

Los drakkar lentamente fueron jalados por las cuerdas de los alfas de Bridim para ponerlo seguro en el muelle. Los hombres de pie que observaban comenzaron a golpear sus escudos con sus armas a modo de saludo y alegría de volver a ver al conde Viggo en las tierras frías. El alfa sonrió, asintiendo de vez en cuando con la cabeza. Avanzó entre el montón de gente, sintiendo las manos de ellos golpear su espalda mientras que las mujeres se acercaban a Didiane y le entregaban un abrigo más grueso para que su piel no se enfriase. Bridim estaba cubierto por las capas de hielo durante ocho meses al año, y en verano, el césped apenas veía la luz del sol. Viggo había ido a abrir caminos para el comercio, dado que la agricultura en esas tierras apenas daba frutos. Cadoc había aceptado, pero ante el ataque, sus intenciones cambiaron rotundamente. Porque si antes pensó en negociar con el rey de Nymeria para traer frutas, verduras y ropa a las tierras del sur, ahora solo quería destruirla.

Viggo avanzó hacia Cadoc y se hincó en una rodilla al estar frente a él, su abrigo y capa de piel cubrieron sus anchos hombros.

—Conde Cadoc —saludó, posicionando una mano en su pecho —. Gracias por recibirnos una segunda vez.

—El placer es todo mío —Viggo volvió a estar de pie. Cadoc sonrió, enseñando sus dientes chuecos y un poco amarillentos. Pasó uno de sus gruesos brazos por los hombros de Viggo y le hizo caminar hacia el gran salón —. Es bueno tenerte por estas tierras otra vez, pero... creo saber el por qué.

The king's touch (l.s)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora