XLII: Batalla en el humo

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Las rodillas de Louis se estrellaron contra el sanguinario suelo de la plaza. Otra de las sogas envolvían su cuello, obligándolo a caminar en dirección a la ferviente hoguera. Los rebeldes que conformaban la secta de Pyndos invadían los alrededores, armados con espadas y ataviados en trajes tan negros como el humo que los cubría. Lo único a la vista eran sus ojos, feroces, hambrientos y sedientos de tener una pizca de sufrimiento ajeno. Louis apretó los dientes, unos contra otros, haciéndolos sonar. Aniquilaría a todos por esta humillación, por el dolor que le han causado a Harry.

Su pareja.

Su maldita pareja.

Lo había sabido. En el fondo de su corazón y de su alma, supo que algo lo unía a Harry. Que, aunque le dejara partir, algo lo conduciría siempre a él.

El peso de haberlo dejado en esa celda, con la sangre brotando de su nariz y a merced de cualquiera de esos brutos, le quemaba los órganos e impedía respirar. Haría algo, cualquier cosa, pero antes debía analizar la situación, cuantos enemigos lo acechaban. El punto débil de Pyndos.

El hombre yacía sentado en su trono falso, sobre la tarima construida en base de piedra y agua. Su rostro envejecido no reflejaba ninguna emoción más que satisfacción de ver al rey de Nymeria bajo su poder y comando. De tenerlo ahí, sin posibilidad alguna de que huyera. Los rebeldes no apartaron la atención de Louis mientras sus botas se arrastraban en el suelo, rompiendo huesos incinerados, carbón y porquerías tiradas. Con el rostro herido, lleno de las marcas de la sangre de Harry, de sus dedos manchados en humo impresos en su cuello.

El fuego crepitó en sus oídos, calentándole el cuerpo e iluminando solo una parte de su impasible expresión cuando lo dejaron frente a Pyndos. La soga le escocía la piel del cuello, mientras le dejaron las manos sueltas pero con la amenaza de que, si las usaba, lo asfixiaban. Necesitaba volver con Harry, entender lo que había ocurrido, que le hicieron para que su cuerpo convulsionara de esa manera.

Pyndos se levantó del asiento, juntando las palmas de sus manos frente a su pecho para darle la bienvenida al seguidor que llevó a Louis ante su presencia. El rey respiró hondo, controlando cada instinto asesino que bullía dentro de su cuerpo para no hacer una locura y acabar asfixiado por la soga. Le causaba cierto placer saber que ellos temían de su piel, tal vez confianza, pero a la vez, le inquietaba ver cómo se las arreglaban tan rápido para poder, de igual manera, destruirlo sin tocarlo.

—Arrodíllate ante el vocero de tu reina, Louis Leontine.

Profirió un gruñido y respiró temblorosamente. En su mente la imagen de Harry en medio de esa celda daba vueltas, ardía, lloraba e imploraba. Debía volver, tomarlo en brazos y sacarlo de aquí como había pedido. Su instinto animal, la sangre alfa con la que había nacido, se lo exigía.

Pyndos hizo un movimiento de cabeza hacia el rebelde que separó a Louis de Harry cuando el rey no hizo movimiento alguno. El hombre enmascarado alzó uno de sus palos y lo estrelló contra las rodillas internas de Louis. Lanzándolo al suelo. Su pantalón cedió ante el golpe, raspándole las rodillas. El cabello negro, empapado en sudor por el constante calor que le entregaba la hoguera, se pegó a su frente.

Sus pupilas brillaron en un crudo odio y advertencia cuando alzó la vista a Pyndos, pero su atención fue robada por la herida en el hombro del anciano. Lo había mordido de tal manera, que todavía no se cicatrizaba del todo. Era la dentadura de Harry. Harry lo había mordido. Quiso sonreír, pero de hacerlo, los rebeldes lo tomarían como una razón para golpearlo. Pyndos alzó una mano y uno de sus seguidores dejó caer una luma. Pyndos ciñó sus dedos alrededor de la vara de madera y apoyó uno de los extremos en el pecho de Louis con rudeza. Su mirada se dirigió a las manos del rey, a las manchas escarlata en su ropa y rostro.

The king's touch (l.s)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora