XXXVI: Nuevos aliados

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Desafiando todo movimiento de la carreta, Harry se levantó, pretendiendo quitar la fastidiosa carpa para poder ver qué demonios ocurría afuera. A qué se debía el repentino bullicio y gritos de ayuda. Louis permaneció sentado en la esquina, ayudándolo con la apertura de la carpa para asomar la cabeza y ver la villa. Harry también miró, quedando aturdido. La gente que un momento estuvo tranquila ahora corría de regreso a sus casas, intentando a toda costa esquivar a los jinetes que venían detrás de ellos a caballo. La risa de los niños se convirtió en crudos llantos de pánico mientras golpeaban puertas que no pretendían abrir. No había fuego, pero la forma en que aquellos hombres exigían rendición y que se arrodillaran, bastó para sumir la villa en el terror.

Harry consiguió arrastrarse hasta Louis. Sus dos manos atadas se aferraron a la carpa verdosa y la jaló impulsándose con los mismos saltos de la carreta para quitarla. El sonido de la tela gruesa siendo rasgada llenó sus oídos, animándolo a sacarla con más fuerza. Louis le ayudó desde el otro extremo, hasta que aquel pedazo se soltó y voló hasta caer en el suelo, siendo aplastado por las ruedas. La villa quedó a la vista, lentamente alejándose y siendo destruida. Harry se arrodilló y contempló a los que iban en caballo por cada camino, pisoteando bolsas y pan; verduras y gente. Sintió náuseas y horror, por como en cada rincón del continente esos hombres causaban destrozos sin el menor remordimiento.

Sin embargo, era la oportunidad de acabar con ellos, o al menos con unos cuantos. Miró a Louis, él seguía observando, el rostro tenso mientras el cabello negro se mecía sin cesar en el aire.

—Podemos atacar ahora, Louis. Matarlos.

Louis le dedicó una corta mirada, regresándola a la villa.

—No. Nos superan en números, somos rehenes y no tenemos armas.

—Y eso qué, soy más fuerte. Juntos somos más fuertes.

Los ojos del rey brillaron en lo que parecía ser furia retenida.

—No, Harry. Estos hombres te despedazarán apenas pises tierra.

Dolió, pero a su mala suerte, Louis nuevamente tenía razón. Él apenas había iniciado un entrenamiento completo, en donde aprendía como moverse con la espada, pero esa verdad no evitó que gruñera en molestia. No tenía espada y tampoco arco, ni siquiera las manos libres para defenderse. De haberlo tenido habría lanzado flechas desde ahí, salvando a unos cuantos de los rebeldes. Entender que no podía hacer nada le obligó a aferrar sus manos en el borde de la carreta, tornando los nudillos blancos mientras se tragaba esa barbaridad por culpa de las hermanas, por tenerlos capturados y obligándolos a huir.

Un hombre salió desde las sombras del bosque que rodeaba la villa, galopaba su caballo con fuerza mientras sostenía una espada en la mano. Lista para degollar. El animal hacia temblar la tierra con su galope, salpicando césped y lodo a todas partes. Harry retrocedió. Sudor frío bajó desde su nuca a la columna vertebral al notar como el hombre se acercaba a ellos a una velocidad sobrenatural.

El hombre iba encapuchado, ocultaba el rostro bajo una tela negra que rodeaba su cabeza y dejaba al descubierto solo sus ojos.

—¡Nos siguen! —alertó Louis, retrocediendo hasta apegarse al otro extremo de la carreta. Las hermanas voltearon la cabeza para ver. Erix fue la única que maldijo en voz alta.

—¡Tomen ese atajo! —exclamó, apuntando al bosque con la mano.

—Iríamos más rápido si no lleváramos a estos dos.

—¡El rey nos dará el dinero que necesitamos, no podemos dejarlo aquí, Dora!

La chica con la cicatriz en los labios bufó y jaló de las riendas de su caballo para indicarle que tomara el otro camino. Harry buscó una manera de defenderse antes de que ese rebelde llegara, pero no había absolutamente nada para tomar y usarlo a su favor. Sus manos estaban completamente atadas.

The king's touch (l.s)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora