LIX: Reencuentros

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Había algo distinto en Sekgda.

Harry observó que en el lago por el cual se navegaba para llegar al muelle de la aldea, dos torres de vigilancia construidos de madera yacían puestos en el agua. Guerreros estaban arriba, observando incluso más allá quienes se acercaban a las limítrofes de Sekgda. Eran torres grandes, robustas, perfectas para atacar. Viggo no había perdido tiempo en reforzar la aldea en su ausencia. Tomó precauciones y la más notoria eran estas dos torres, lo cual, por supuesto, no pensaba fuera un error. Tras el secuestro de Louis, su padre comprendió que unas simples leyes puestas hace años no los protegerán para siempre.

Los drakkars siguieron navegando en línea recta por el agua. No nevaba aquel día, pero la lluvia se desató bruscamente durante la noche. Harry se encontraba sentado al final de las bancas, vestido con un grueso abrigo de piel negro para soportar el frio y humedad que lo entumía por dentro. Las gotas de lluvia hacían charcos dentro de los drakkars y círculos perfectos en el lago, mientras la niebla bajaba y cubría las colinas altas y verdosas. Harry había olvidado como se sentía realmente este frio. En su mente, era acogedor, pero unos meses viviendo bajo el clima cálido de Nymeria, le hizo entender que este frio era mortal y bello. Contempló el cielo gris y las aves planear en la altura, batiendo sus alas para perderse en los bosques húmedos. Su cabello se pegó en sus mejillas, helándolas más de lo que estaban.

Durante las semanas de viaje dejó de mirar el drakkar en donde venía Louis, simplemente porque entendió que haciéndolo no ayudaría en nada y porque su alfa no le dirigía la mirada. Harry necesitaba estar fuerte para lo que fuera que estaba por venir. Sin embargo, el poco alimento que estuvo consumiendo rápidamente le afectó a su cuerpo y ahora había vuelto a ser un chico delgado, rodeando el límite de ser llamado moribundo.

Llevó sus piernas a su pecho y contempló las dos torres. No tenía idea de cómo las construyeron ahí, pero debía confesar que era una buena estrategia y una sabía decisión por si Denébola o quien fuera, se atrevía a entrar. Esos guerreros que custodiaban la entrada podrían dar aviso antes de que cualquiera arribara en el muelle.

El muelle.

Harry observó que varias personas comenzaban a reunirse ahí y a mirar los drakkars. Seguramente comprendían que la misión de rescatarlo había sido un éxito, lo que genuinamente... detestaba. Su vida con Louis allá en Nymeria, por mucho que le costó admitir, fue casi perfecta. O lo fue en los pocos días que tuvieron de tranquilidad después de derribar a Pyndos.

En ese momento el sonido de un cuerno retumbó en el paso del lago, mezclándose con las aguas grises y el chapoteo de la lluvia. Harry se puso de pie, imposibilitado a continuar en su sitio cuando Sekgda realmente había cambiado. Se acercó a la orilla del drakkar y observo el muelle. A su gente. Había más casas que antes, y un muro construido de madera rodeaba los valles lejanos, el mismo que su padre ordenó construir cuando la madre de Ivory murió. Pero esta vez, mucho más grande y alto. Encerraba todo el sector, incluso parte del bosque. Pasó saliva, bajando la vista al agua. Su padre no había hablado sobre el castigo que recibiría por traicionarlo. Su padre no había hablado en todo el viaje con él, desde que zarparon de Nymeria. Libelle no pudo hacer nada para impedir que se los llevaran. Nadie pudo hacer nada. Nymeria quedó devastada ante la emboscada que su padre hizo mientras ellos enfrentaban a Lowell, y Libelle junto Niall y los demás, no les quedó más remedio que quedarse para arreglar los daños. Confiaba en que vendría, ahora o en unos días, Libelle no dejaría a su hermano de este modo.

Al rey.

Los únicos que sí le hablaron fueron el Jarl Cadoc y sus hombres. Darko e Ivory tenían prohibido dirigirle siquiera una mirada.

The king's touch (l.s)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora